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optimismos

Revolución de la alegría

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Macri está feliz. ¿Y cómo no iba a estarlo? Primero fueron las PASO, que no ocurrieron. Y después las elecciones nacionales, que él también ganó. Dos noticias formidables, sin dudas. Macri ganó como ganó Horacio Rodríguez Larreta, que también está feliz (aunque Larreta, de yapa, consiguió hacerlo sin que ganara su adversario además de él, y hasta un poquito más que él: un triunfo más redondito, el suyo).

Elisa Carrió está feliz. ¿Y cómo no iba a estarlo? Cumplió con su misión (que ya sabemos quién le encomendó: Dios en persona) y pudo así por fin retirarse, ausentándose con santa abnegación de la escena de los festejos de todos (o casi todos) sus compañeros.

La que tal vez no está tan feliz es María Eugenia Vidal. Sonrió a rajatabla en su encuentro con Kicillof, ya lo sé; pero en los eventos de celebración de su fuerza dejó asomar por momentos un rictus de ostensible fastidio. Su afirmación de que en la derrota (¿derrota? ¿qué derrota?) se desnuda quién es quién trasuntó un malestar poco acorde con la contentura general.

Parece haberse olvidado de pronto de la fórmula infalible para la revolución de la alegría: la de hacer abstracción de los hechos. Acaso una falla en el poder de negación (que está visto: es un poder) o bien en el generador de cinismo (que es una forma de poder también: el poder que, sobre los afectados, tienen aquellos a quienes nada afecta nunca). Tiene arreglo, por supuesto: un shot de optimismo obcecado y se reinsertará en el sí se puede con el fervor que se le conoce.