Los suplementos culturales suelen tener secciones con nombres como “Yo recomiendo”, “Pedido de reedición”, o “Cultura inútil”, en las que alguien hace una especie de llamado a la solidaridad para que un viejo libro se reedite, un libro inédito se traduzca, un libro que pasó inadvertido tenga la repercusión que se merece, o un autor olvidado abandone esa circunstancia. Son secciones que siempre leo con fruición. La recomendación se parece mucho al acto de regalar. Pero regalar no es un hecho gratuito, desinteresado. Al contrario, cuando regalamos algo en realidad lo hacemos para halagarnos a nosotros mismos, nos ofrecemos el regalo de ver a la otra persona con el obsequio que le dimos, el regalo es el medio para satisfacer nuestro propio egoísmo. Porque en parte de eso se trata lo mejor de la recomendación en la literatura: de la puesta en circulación de nuestro egoísmo, del compartir nuestras pasiones, de la licuación de nuestra megalomanía individual en una megalomanía colectiva.
Pensaba en todo esto, porque si yo hubiera tenido que realizar un pedido de edición urgente, lo habría hecho para el Diario de Angel Rama, el gran crítico literario uruguayo. Publicado originalmente en Montevideo en 2001, increíblemente el libro se mantuvo todos estos años sin una edición argentina. Pues bien, después de haber publicado Transculturación narrativa en América Latina, Ediciones El Andariego acaba de publicar Diario 1974-1983. Es una gran noticia. El Diario relata la experiencia personal de Rama, exiliado involuntariamente en Venezuela luego del golpe de Estado en Uruguay en 1973, y se detiene justo antes su muerte, también brutal, en un accidente de avión. Y en el medio, da cuenta de las transformaciones de la escena literaria, editorial y académica de América latina, en un tono que mezcla el desconsuelo con la lucidez, y que termina siendo uno de los grandes tratados sobre la impostura del intelectual latinoamericano de izquierda. Por ejemplo, en la entrada del 17 de octubre de 1974 (vaya fecha, aquí en la Argentina sí que pasaban cosas ese día) describe un encuentro con su amigo Julio Cortázar, “invitado a un coloquio de periodistas al que decidió asistir, dice, porque le informaron que se consideraría el tema chileno” (léase la dictadura de Pinochet). Y luego agrega: “Pero es su autenticidad (la cosa que más he admirado siempre de él) la que ahora se me presenta sombreada. No sé bien por qué ha venido, ni sé en qué está (…) y por momentos pienso que está en plan de difundirse a sí mismo (…) Incluso su entrega a la causa propagandística chilena se me hace entrega a la causa personal, apoyada en la otra”.
Pero nada más alejado que pensar que el de Rama es un diario de chismes. No es el diario de Bioy Casares, en el que él y Borges se parecen demasiado a los dos viejitos de Los Muppets, solitarios en el palco de un teatro criticando a todo el mundo. Al contrario, el de Rama es uno de los más grandes documentos intelectuales, una de las más profundas reflexiones sobre el lugar del intelectual latinoamericano en la década del 70. Sus páginas huelen a revolución y decepción, a valentía y traición, a erudición y sensación de orfandad.
No siempre un gran libro encuentra un gran texto crítico, pero esta vez ocurrió. Va pues una última recomendación: después de leer el Diario, leer el capítulo que le dedica Alberto Giordano en Una posibilidad de vida. Escrituras íntimas. Transcribo una frase notable de Giordano sobre Rama (y sobre muchas otras cosas también): “El diario también se escribe para remediar, aunque más no sea en el plano de los consuelos imaginarios, la injusticia de esos recelos y esas faltas de atención (…) En la exhibición, siempre discreta, pudorosa, de la insatisfacción y la desdicha que provoca la falta de reconocimiento, se puede leer la convergencia de las huellas que remiten a la serie de las catástrofes históricas con las que remiten a la serie de los desmoronamientos personales”.