Existe cierta tentación en organizar la descripción de las elecciones a través de un escenario duplicado, en el que uno de ellos estaría caracterizado por la incertidumbre, y otro por la certidumbre. La forma de completar este panorama es a través de la inclusión de la preferencia de quién intenta describir esta situación, ya que la certidumbre estaría garantizada por la victoria de aquello que se apoyaría y preferiría, y la derrota como la consecuencia indeterminada en sus desenlaces de aquello que precisamente no gustaría políticamente.
Este esquema tiene problemas, en especial, porque otorga demasiado peso al gusto personal, y poco a los componentes estructurales de desarrollo social. Con solo prestar algo de atención al devenir cotidiano de cualquier proceso social, se puede caer en la cuenta de que la incertidumbre es un componente esencial de la forma de funcionamiento de la sociedad moderna, y nada escapa a eso. Solo se puede simular su inexistencia, hasta que de repente, llega para volver a recordar su inevitable presencia.
Nadie describiría a la economía moderna, a sus procesos de pagos, gastos, inversiones o cobros, como recurrencias de certezas. En un sentido sociológico muy microscópico, todo acto económico es un potencial por ocurrir. Alguien posee el dinero, y se encuentra ante la decisión o no de efectuar un pago, es decir, frente a un “sí realizarlo” o frente a un “no realizarlo”. Se podría señalar que existen compromisos obligatorios de pagos que aumentan la chance de evitar no hacerlo (vencimientos, intereses), pero no quitan por ello este componente basal de cualquier procedimiento económico. En un sentido sociológico, la compra de bonos de deuda argentinos, no se diferencia tanto a la decisión de compra de un alfajor en un kiosco. Para la sociología, ambos episodios contienen grados alternativos de incertidumbre ya que son potenciales acciones que pueden o no producirse.
La economía es un sistema que trata la complejidad del acumulado de estas decisiones. En el mundo moderno la cantidad de operaciones económicas simultáneas es tan grande que las certezas de desempeño seguro y preciso son bastante poco probables. Las compañías revisan sus ventas casi en tiempo real y sus equipos son especialistas, no tanto en cumplir objetivos de “budget”, sino en modificar constantemente esos objetivos comprometidos para seguir siendo parte de las empresas que les dan empleo. Suele indicarse que este es un problema argentino, pero es responsabilidad de cualquier CFO regional o global, el ajuste de misiones de desempeño prometidos a accionistas para que el valor de una acción no se resienta. Las bolsas del mundo son un espacio de incertidumbre cotidiano en donde los valores de las acciones se revisan recurrentemente y donde sus movimientos pueden ser la llave del éxito o de la derrota. Así, se contrata a empresas para intentar ayudar a reducir esta incertidumbre estructural que ha nacido junto con el desarrollo de la economía como sistema. Los actores de este caos, de este ida y vuelta cotidiano, los actores que deben ajustar los budgets, los que deben competir en el mercado, y el mercado como un escenario especialmente complejo, porque se basa en acciones de conflicto con otras marcas, son los que le piden a la política certezas.
La política se relaciona con la economía como quien produce una irritación en un cuerpo ajeno, actuando como estímulo externo. Probablemente, el mejor modo de describir esta complejidad relacional sea a través de los impuestos. Algo similar ocurre entre el derecho y la política, que los une la Constitución. Ambos casos dan cuenta de una relación simultánea y llamada a ser conflictiva. Para la economía, las regulaciones de la política son siempre generadoras de incertidumbre, así como los fallos de la Justicia sobre decisiones de gobierno, en toda ocasión que los declara inconstitucionales. No hay manera de que entre ambas partes la relación sea sana y de certidumbre, y esto mismo es un “logro” del desarrollo social moderno.
El modo en que conceptualmente se aterriza en esta ya próxima elección es sobre una reducción de complejidad. En lugar de asumir que en esencia la desestabilización forma siempre parte de la relación constante entre política y economía, se recurre a un atajo
semántico denominado con éxito como “riesgo kuka”. De acuerdo a este atajo, el kirchnerismo como miedo sería solo riesgo, mientras La Libertad Avanza solo certidumbre. Probablemente, muchos actores de la economía argentina no sientan lo mismo si se ingresa en otro tipo de detalles. El sector agropecuario sueña con una modificación a las retenciones que nunca llega, y cuando llega, dura solo el tiempo justo como para una foto rápida con la pancarta de la noticia de su suspensión brevísima.
A todas estas inconsistencias en la descripción esencial que se propone (certidumbre/incertidumbre) se las descarga con argumentos agregados de la política. Quienes no comprenden el nuevo modelo serían kirchneristas o izquierdistas ocultos. Este mecanismo, esta agregación explicativa, supone probablemente el problema central de atención de esta elección. La política es vivenciada, en extremo, como una tensión generalizada entre los que entienden bien el mundo, es decir, aquellos buenos, y los que no lo entienden, y por lo tanto son por esto malos. A este mecanismo debemos indicarlo como de moralización de la comunicación política.
La consecuencia problemática de esto es que se vivencia la elección como de vida de un modelo deseado, o como la muerte misma del país. Nada parece poder ser incluido más allá de esta tensión central, por lo que el intento por comprender la elección deja de lado criterios cognitivos (ej.: motivos del voto, cambios en el voto, zonas de voto, relación entre nivel socioeconómico y trayectorias electorales); y solo admite otros de tipo morales: solo se quiere saber si la elección va a salir “bien” o “mal”.
Cuando la comunicación se expande bajo criterios de este tipo se puede hablar abiertamente de desestabilización emocional, y por lo tanto de incertidumbre. El Gobierno ha sido muy exitoso en construir una forma con dos lados, en la que en una de sus partes están ellos, y en la otra los otros. Ambos lados se necesitan como fuente de energía y de sentido, ya que solo la existencia de uno, es necesaria bajo la subsistencia de la amenaza de la otra parte. El éxito conceptual de este esquema ha sido la objetivación de esta realidad. El problema resulta en ocasión de una derrota electoral. Esta se posiciona como lectura bajo el marco exagerado de esta tensión. Quienes lo creen, ante la derrota, solo ven la muerte y la liquidación de las formas de vida en todas sus expresiones. Este es el nivel de exageración con el que se llega a esta elección.
Se debe pensar más en la sobrevivencia de este mecanismo, y su posibilidad de anulación, que en el resultado electoral como barrera. El Gobierno, sea cual sea el resultado, deberá seguir necesitando acuerdos con otras fuerzas políticas, vínculos renovados con gobernadores, instancias de negociación con otros países y hasta relaciones diversas con grupos sociales con los que se ha relacionado de manera compleja. La pregunta no debe ser, entonces, por el resultado electoral, sino por la capacidad del Gobierno de construir relaciones de nuevo tipo para llevar adelante las reformas y modificaciones que el país parece necesitar.
A veces, parece que el peor enemigo del Gobierno es el éxito. En los tiempos buenos, cuando la inflación cedía, no se aprovechó el tiempo para consolidar vínculos de nuevo tipo hacia una Argentina renovada. Se prefirió la insistencia por la batalla sostenida y por la marcación de los errores de los otros. A ese mecanismo se lo puede llamar “riesgo libertario”, y parece que viene actuando desde hace tiempo en la economía del país.
*Sociólogo.