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Roma eterna

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En una escala aeronáutica, empiezo a ver una película promocionada como “surrealista y de suspenso”, para comprobar la degradación del nombre de la vanguardia más longeva del siglo XX.

La premisa de la película es de una estupidez pasmosa. Cuenta una reunión de viejos compañeros de colegio o de universidad con motivo del casamiento de uno de ellos. Invitan al “resentido” de entonces, que se presenta con un juego grupal que ha desarrollado en su compañía de software: mediante un sencillo dispositivo, las personas pueden cambiar de cuerpo. Los amigos, no se entiende bien por qué deficiencia mental, se someten con algarabía al intercambio de cuerpos (ojo, tampoco se trata de ponerse cachondos: las chicas con las chicas y los chicos con los chicos). Las muertes, como era de prever, se desencadenan. Pero me detengo en lo primero que les impresiona: verse desde fuera.

El asunto es interesante desde el punto de vista existencial: mirar a los padres es verse a uno mismo desde fuera (porque, inevitablemente, seremos atraídos hacia esos modelos de comportamiento), etc... Pero también sucede cuando se viaja y se experimenta lo mismo.

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Estar en Roma es como ver la identidad rioplatense fuera de uno.

Es como un espejo deformante, porque se ve en su total pureza aquello que hemos adaptado, disuelto, mezclado, precipitado, pero que sigue en el fondo, haciéndose notar.

Por ejemplo la intensidad italiana, que después de un par de semanas se vuelve un tanto agobiante (“si no hay trauma, no hay amor”, repiten los intelectuales y los artistas italianos un poco en broma y bastante en serio), queda disuelta en el bullicio hispánico, el ensimismamiento indígena y el humor judío y juntos producen un ambiente estilístico y una tonalidad afectiva muy diferente de los excesos operísticos romanos.

Por otro lado, ¿tienen los romanos la chance de verse desde fuera (de si)? Probablemente no, dado que han sido desde siempre el centro del mundo, y tal vez por eso cultivan la diferencia mínima: allí todo es napolitano, calabrés, siciliano, veneciano, florentino, milanés.

Habrá que estar en el norte, pienso, para poder ver a Roma desde fuera, para encontrar lo romano levemente descolocado, brillando en soledad.