Anoche me regalaron este libro –le digo cuando regresa al salón y me ve hojeándolo.
—Ah, de Justo…
—Sobre Justo; el autor es Portantiero.
—Qué pérdida ese hombre, Portantiero, la verdad… Un estudioso, un gran intelectual. Le hicieron un trasplante de riñón. Estaba muy mal con la hemodiálisis, hubo un rechazo del órgano y tuvieron que sacárselo… Era un tipo realmente muy lúcido, un pensador fino. Y el análisis que hace de Justo es muy interesante, porque saca una serie de cosas que no están en otros libros sobre él. Su rol de catalizador criollo del socialismo internacional, por ejemplo, la barrera que opuso a la asimilación entre socialismo y marxismo…
—Juan B. Justo también era un personaje interesante.
—Sí, claro. Fijate que el tipo se va a Europa, a fines del siglo XIX, a aprender medicina…
—Cirugía, ¿no?
—Sí, materia que enseñó en la universidad hasta que lo echaron. Pero lo que introduce aquí, y que lo inscribe en la historia de la atención médica argentina, es la asepsia. En una época en la que no había antibióticos él trae la práctica de la asepsia. En Europa, sobre todo en Francia y en Alemania –aunque está también toda la teoría de Lister, que era inglés–, circulaba esta idea de que en las manos había bacterias, bueno, no bacterias, que no se habían descubierto, sino algo, una sustancia que producía las infecciones y que por lo tanto era necesario limpiar. Entonces él acuña esa frase, “Manos limpias y uñas cortas”, que es el abecé del cirujano. Hay que lavarse bien, tener las uñas bien cortitas y cepillárselas para que no queden porquerías debajo. Y después él aplica ese concepto a la política: “Manos limpias y uñas cortas”, de una vigencia fantástica, ¿no es cierto?
—Justo fue médico, político y al mismo tiempo un intelectual “de fuste”, como se dice…
—Bueno, su análisis del papel del campo en el capitalismo argentino fue importante. Y tradujo del alemán el primer tomo de El Capital… La primera traducción de esa obra al español.
—Que no es moco de pavo…
—¡Das Kapital!
—Justo nace en 1865.
—Claro, más o menos cuando mis abuelos llegan a la Argentina.
—Por otra parte, él también descendía de inmigrantes. Y en su vida también asoció, como usted, medicina y política, y más precisamente medicina y socialismo.
—Se cuenta un hecho sobre su decisión de ocuparse de la política, una anécdota interesante. Parece ser que un día, al terminar una cirugía, en Buenos Aires, se puso a reflexionar acerca de si había que seguir curando así o había que buscar otra forma de curar, algo más efectivo. Y entonces se dio cuenta de que a través de la acción política podía esperar curar algunos males mucho más rápidamente, y no ya de a una sola persona por vez, sino de a muchas, advirtiendo, en fin, que con la política ganaba una perspectiva más abarcadora de las cosas. No, Justo es una figura muy interesante. El tiene un debate con Enrico Ferri, socialista italiano, positivista, que vino a la Argentina, precisamente allá por el primer Centenario, y dijo que en Sudamérica no podía haber socialismo porque todavía no se había llegado siquiera a desarrollar con plenitud la etapa capitalista, que él asociaba con la industrialización. Y Justo le dice que sí, que puede haber socialismo. No iba a ser igual que el otro, que el europeo, pero había un proceso en marcha que prometía lograr una forma más equitativa de distribución de la riqueza. El capitalismo no estaba solamente en la industria, para Justo también estaba en el modo de explotación agraria que se hacía acá.
—Amén de que alguna industrialización había, al menos en Buenos Aires, donde siempre estuvo el principal caudal electoral del primer socialismo.
—No hay que olvidar que todavía en ese entonces seguían llegando corrientes inmigratorias muy nutridas, provenientes de países capitalistas, entre las que mucha gente traía experiencia en luchas sociales, anarquistas o socialistas. El anarquismo se fue debilitando por la propuesta que hacía, que era más una protesta que una propuesta, como lo revela el nombre de su periódico. En cambio el socialismo logró socializar a las masas obreras, fomentar la solidaridad, organizar las Casas del Pueblo, recoger a los inmigrantes y darles lo indispensable para que pudieran vivir con dignidad o al menos subsistir. Sin duda una obra notable, la que desarrolló de este modo el socialismo. Fue una de las grandes fuerzas que surgieron de la revolución del ’80, con la Unión Cívica y con ese conglomerado de gente tan importante como fueron Leandro N. Alem, Hipólito Yrigoyen, Lisandro de la Torre, por supuesto Juan B. Justo, y algunos otros que eran pibes entonces pero que se formaron en el mismo crisol y después cristalizaron en propuestas originales: Alfredo Palacios, Manuel Ugarte, Mario Bravo. Y también José Ingenieros…
—Es impresionante el éxito electoral que llegó a tener el socialismo en las primeras décadas del siglo XX.
—Sí, claro. Bueno, y después, que nunca se perdió el socialismo, ¿verdad? Porque interpreta a un sector de la sociedad, aun en sus momentos más débiles. Obviamente, como ocurre con todas las ideas, se ha ido renovando y hoy no es el mismo que era en el siglo XIX ni en gran parte del XX.
—A uno de los momentos críticos de la historia del socialismo le podemos asignar una fecha simbólica que, como la del nacimiento de Juan B. Justo, 1865, también tiene que ver con usted. Me refiero al 4 de junio del 1943.
—Ahí nací yo, bueno, el día después. El día 4 se produjo el golpe de Ramírez contra Castillo. Después viene Farrell y…
—Y después Perón, y con él un movimiento político y una conmoción social que arrasa con las bases electorales del viejo socialismo. Es verdad que sobrevivió, como usted dice, a muchos avatares. Pero 1943 comienza un retroceso que dejará al socialismo argentino “en las orillas”, como dice Portantiero, “de las grandes convocatorias de masas”. ¿Qué reflexión le merece aquel 1943, que abre las puertas al advenimiento del peronismo, en relación con el socialismo del momento?
—Son dos formaciones claramente diferentes. Por un lado una fuerza política que nace y se consolida a través de una figura como la de Juan Perón que interpreta una realidad social de crecimiento y una exigencia de bienestar de las masas obreras, y que plantea, no hay que olvidarlo, la conciliación de clases. Y por otro lado el socialismo, que en ese momento proponía la división de clases, una lucha en el seno de la sociedad que no sólo sería real sino que incluso era necesario incentivar. Y por supuesto, una falta de comprensión por parte del socialismo de lo que significó el peronismo. Algunos lo entendieron. Ejemplos de ello fueron Atilio Bramuglia y Angel Borlenghi, socialistas de inserción sindical que llegaron a ser ministros del gobierno de Perón. Pero la mayoría no lo entendió. Y hubo confrontaciones muy duras, y hechos… que bueno, que los viejos socialistas que debieron emigrar después repetían permanentemente, como la quema de iglesias, por un lado, y la quema de la Casa del Pueblo, local partidario del socialismo, por otro. Así planteadas las cosas, la brecha entre unos y otros era infranqueable. Actualmente la realidad es muy distinta. Y sobre esa realidad trabaja hoy el socialismo en la Argentina.
—Yo prefiero que no lleguemos tan rápido a la actualidad. Permítame que intente comprender un poco la historia de su sensibilidad política. De ahí la mención de ese 4 de junio de 1943, víspera de su nacimiento y día en que se produce el golpe de Estado que introdujo uno de los vectores históricos que confluyeron en la aparición del peronismo. Me imagino que éste debió tener alguna repercusión en su familia. Ya me dijo que en ella no había tradición de compromiso político, lo que puede querer decir que era más bien una familia conservadora…
—No, no. Eran trabajadores, ambos, y vivían de su trabajo.
—Pero debe haber habido una toma de posición sobre el peronismo…
—Bueno, el país vivió al respecto una profunda dicotomía. Otra más. De alguna manera uno comprende a partir de aquello lo que pasa hoy en día: o eras peronista o eras antiperonista. No había medias tintas. Por lo menos es lo que escuchaba en mi casa cuando era chico. Pero bueno…
—¿Y eran antiperonistas?
—No, digamos que no eran manifiestamente peronistas. Protestaban por situaciones que bajo el gobierno de Perón no se resolvían por una vía de diálogo sino por imposición. Lo cual no le quita valor a todo aquello que se hizo por los sectores del trabajo y que benefició enormemente la movilidad, el ascenso social. Todo eso fue real. Pero no menos real fue esta situación de confrontación permanente.
*Escritor y profesor de Literatura e Historia Hispanoamericana en la Universidad de Bretaña-Sur (Francia).