Enojo. Furia. Esas son las palabras que reflejan lo que se vio y escuchó a lo largo de la exposición –con sus tonos y sus caras– de Cristina Fernández de Kirchner el miércoles pasado en el Congreso. Fue un crescendo –vehemente y desordenado– que hizo recordar sus Aló Presidenta por la cadena nacional de radio y televisión. Habló, como lo hacía –y hace– siempre: exponiendo su “verdad” que siempre es extremadamente parcial. En esa “verdad” suya todo lo que ella hace es perfecto y los errores son siempre –absolutamente siempre– de los otros. Veamos.
El decreto del año 2010, por el que el empresario Romero dijo haber pagado 600 mil dólares, fue firmado por ella luego de pasar por todos los pasos que requieren los procedimientos de la administración pública. Tuvo que ser el senador Miguel Angel Pichetto quien le recordara que, durante el kirchnerato, los proyectos de ley que enviaba el Poder Ejecutivo se debían aprobar a libro cerrado. Su discurso de fuerte tono político fue producto de su debilidad frente a la investigación judicial. “¿Creen que los arrepentidos dicen la verdad?”, se preguntó para responderse a sí misma que no.
¿Qué lógica tendría que quienes son inocentes se declararan culpables de delitos que les acarrearán penas y deshonra que se proyectarán a su descendencia?
Confesión muda. Presa del desenfreno, no advirtió que terminó aceptando que las coimas en la obra pública ocurrieron en su gobierno. “¿Creen que la patria contratista empezó en 2003 y se produjo esa reunión, como cuenta un empresario que lo llamó un ministro para decirle lo que tenía que hacer? ¿En serio lo creen? Estamos en la República Argentina que preside Mauricio Macri, el hijo de Franco, el primo hermano de Angelo Calcaterra, el hermano del alma de Nicky Caputo”, dijo CFK. No dijo que la patria contratista terminó en su gobierno. No dijo que Calcaterra se había asociado con Báez y que era invitado a sus Aló Presidenta. Y tampoco dijo que Franco Macri fue el empresario que, con su anuencia, manejó durante su gobierno la relación comercial con China.
En ningún momento CFK mencionó a José Francisco López ni a Claudio Uberti, ex funcionarios que confesaron su participación y culpabilidad en la trama de corrupción que la compromete. Tampoco habló de la valija de Antonini Wilson. Dijo no tener nada de que arrepentirse por las cosas sucedidas durante sus dos gobiernos. Se ve que no se arrepiente de las 52 muertes de la tragedia de Once –producto de la corrupción–, la persecución implementada desde la AFIP contra todo aquel que osara criticarla, la descalificación de quienes no pensaran como ella a través de la cadena nacional o de los medios oficialistas, la bochornosa designación del teniente general César Milani –por citar algunos hechos de su gobierno– actualmente procesado por delitos de lesa humanidad.
Pero hubo más en la verborrea irrefrenable de CFK. “Cuando hablaban de fundamentaciones jurídicas importantes me hacían recordar que estábamos, no en Buenos Aires, sino en Oslo, Noruega”. En verdad, la ex presidenta debería agradecer que, lamentablemente, la Argentina no sea Noruega. De serlo, seguramente estaría ya tras las rejas.
“Pedí que se hiciera una auditoría de la obra pública”, sermoneó con el dedo índice elevado ante la mirada de muchos de los allí presentes que se preguntaban por qué no la ordenó a lo largo de los ocho años de permanencia en el poder. Y, en el colmo del narcisismo, se definió como una persona “inédita”. Le faltó decir “Después de mí, el diluvio”, frase atribuida a Luis XV.
Eso sí: avisó que va a ser candidata a la Presidencia en 2019 y les advirtió a Macri y a sus funcionarios que se preparen para visitar los tribunales de Comodoro Py cuando dejen el poder.
Para atrás. La gestión de Mauricio Macri atraviesa no ya una tormenta sino una crisis de credibilidad que no cesa. Es una situación curiosa: a este gobierno –que es el gobierno más pro mercado de los últimos 17 años y recipiendario del apoyo total del Fondo Monetario Internacional y de los líderes de los países del G20– el mercado no le cree.
Suponen que para diciembre Macri debería tener otro ministro político u otro plan económico
Eso es lo que significa la disparada del dólar que no cesa. Hace unos diez días hubo un viaje de Mario Quintana a Nueva York cuyo resultado fue sumamente insatisfactorio. Hubo un mensaje muy claro para el Presidente: si se dejan los mismos gerentes que llevaron a este colapso –hablaban no solo de Quintana sino también de Marcos Peña y de Gustavo Lopetegui, “los ojos de Macri”– es difícil que el mundo financiero internacional crea que algo va a mejorar en la Argentina. “Qué suerte que lo mandaron a Quintana porque así Mauricio se termina de convencer de que el mundo le está pidiendo un cambio de figuras”, afirma un consultor al que se escucha con atención en varios despachos gubernamentales.
El Presidente insiste en sostener a Peña porque está convencido de que es quien lo llevó a ganar sus dos últimas elecciones. Por eso no aceptaría que lo propongan como canciller.
Esta realidad no hace más que recalentar la lucha interna dentro del Gobierno. Uno de los ejes del debate pasa por la necesidad de elaborar un plan B ante un recrudecimiento de la crisis. Son varios los funcionarios que hablan de lo imperioso de poner al frente del Ministerio de Economía a una personalidad de prestigio y de envergadura política. Los nombres que más suenan son dos: Roberto Lavagna y Mario Blejer. Fuentes seguras señalan que el Presidente habló con Lavagna, quien viene manteniendo un pertinaz silencio de radio. Hay algunos –que no son los que deciden– dentro del PRO que suponen que para diciembre, después de que se vaya el G20, Macri tiene que poner a un ministro de Economía con peso político o aplicar un nuevo plan económico. Dentro del PRO, los que opinan que una de las medidas podría ser la incorporación de Lavagna como producto de algún acuerdo que incluyera al Frente Renovador y a otros sectores del peronismo no K están en minoría.
El argumento de que la crisis económica de la Argentina tiene como causa principal la compleja situación de la economía mundial –al que en estas horas volvió a referirse el Presidente– es poco sostenible. En verdad, son los problemas estructurales de la economía vernácula los que están en el origen de esta “tormenta” que no tiene fin a la vista.
Ante la adversidad, los que planifican cómo enfrentar el año electoral que se viene están trabajando a full. Y en esas conversaciones sobrevuela una idea: el adelantamiento de las elecciones. En principio, esto sería para la provincia de Buenos Aires. Pero a caballo de esas circunstancias están también los que están pensando en hacer lo mismo con la elección presidencial. Una advertencia: esto es lo mismo que hizo Néstor Kirchner en las elecciones de 2009. Por si alguien lo olvidó: perdió.
Producción periodística: Lucía Di Carlo.