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¿Sabemos adónde vamos?

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La discusión pública sobre Ucrania gira en torno a la confrontación. Pero ¿sabemos adónde vamos? En mi vida, he visto cuatro guerras iniciadas con gran entusiasmo y el apoyo del público. No sabíamos cómo terminaría ninguna de ellas: de tres nos retiramos unilateralmente. La medida de prueba de la política es cómo terminan los conflictos, no como empiezan.

La cuestión de Ucrania se hizo pasar por un arreglo de cuentas: si Ucrania se une al Este o al Oeste. Pero si Ucrania quiere sobrevivir y prosperar, debería funcionar como un puente entre ellos. Rusia debe aceptar que tratar de forzar a Ucrania en uno de sus satélites, y por lo tanto mover las fronteras de Rusia de nuevo, condenaría a Moscú a repetir su historia de presiones recíprocas con Europa y los Estados Unidos. Occidente debe entender que, para Rusia, Ucrania no puede ser sólo un país extranjero.

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La historia de Rusia comenzó en lo que se llamó Kiev-Rus. La religión rusa se extendió desde allí. Ucrania ha sido parte de Rusia durante siglos, y sus historias se entrelazan. Algunas de las batallas más importantes por la libertad de Rusia, empezando por la batalla de Poltava, en 1709, se libraron en suelo ucraniano. La Flota del Mar Negro –el medio de Rusia para proyectar poder en el Mediterráneo– se instaló por un arrendamiento a largo plazo en Sebastopol, Crimea.

La Unión Europea debe reconocer que su lentitud burocrática y la subordinación del elemento estratégico a la política interna en la negociación de Ucrania y Europa contribuyeron a convertir una negociación en una crisis. La política exterior es el arte de establecer prioridades.

Los ucranianos son el elemento decisivo. Viven en un país con una historia compleja y una composición políglota. La parte occidental se incorporó a la Unión Soviética en 1939, cuando Stalin y Hitler dividieron el botín. En Crimea, el 60% de la población es ruso. Se convirtió en parte de Ucrania sólo en 1954, cuando Nikita Kruschev, un ucraniano de nacimiento, la cedió en el marco de la celebración del 300º aniversario de un acuerdo de Rusia con los cosacos. El Oeste es mayoritariamente católico; en el Oriente dominan los rusos ortodoxos. Cualquier intento por parte de uno de los extremos de Ucrania de dominar al otro –como ha sido el patrón– conduciría a la guerra civil o a la partición del país. Tratar a Ucrania como parte de una confrontación Este-Oeste sería echar por tierra durante décadas cualquier posibilidad de integrar a Rusia y Occidente a un sistema de cooperación internacional.

Ucrania ha sido independiente durante sólo 23 años. Previamente, estuvo bajo algún tipo de dominación extranjera desde el siglo XIV. No es sorprendente que sus líderes no hayan aprendido el arte del compromiso, incluso menos de la perspectiva histórica. La política de la post independencia de Ucrania demuestra claramente que la raíz del problema radica en los esfuerzos de los políticos ucranianos para imponer su voluntad sobre los otros sectores recalcitrantes del país, dominado por una facción, y luego por la otra. Esa es la esencia del conflicto entre Viktor Yanukovich y su rival político, Yulia Tymoshenko. Representan las dos alas de Ucrania y no estuvieron dispuestos a compartir el poder. Una sabia política de Estados Unidos hacia Ucrania sería buscar una forma para que las dos partes del país cooperaran entre sí. Debemos buscar la reconciliación y no la dominación de una facción. Estos son principios, no recetas. Personas familiarizadas con la región saben que no todos ellos serán aceptables por todas las partes. La medida no es la satisfacción absoluta de todos, sino la insatisfacción equilibrada. Si no se haya alguna solución sobre la base de estos o similares elementos, la marcha hacia la confrontación se acelerará. El tiempo para eso llegará pronto.

*Ex canciller de Estados Unidos. Extractos del artículo publicado en The Washington Post.