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Sanar

Saber escuchar a nuestro cuerpo

Nacimos, crecimos y aún vivimos en una cultura de oposiciones. No solo para concebir al mundo, sino también para mirarnos a nosotros mismos.

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Nacimos, crecimos y aún vivimos en una cultura de oposiciones. No solo para concebir al mundo, sino también para mirarnos a nosotros mismos: creemos que lo intelectual tiene predominancia sobre lo corporal, que las emociones atentan contra la razón, que la fe y la ciencia solo pueden contradecirse.

Sin embargo, a fuerza de sus dificultades evidentes para hacernos felices, ese paradigma empieza a resquebrajarse y son cada vez más las personas que buscan –desde la investigación y la teoría, pero también desde el autoconocimiento, la introspección y las disciplinas alternativas– un camino hacia la unidad y la armonía en sus vidas: porque somos un cuerpo y una mente, somos seres racionales y emocionales a la vez, y así como tenemos una herencia genética que determina nuestros rasgos físicos y nuestras enfermedades, también tenemos una historia, una herencia invisible que existe en nosotros.

El cuerpo es el lugar en el que vive nuestra historia: es el resultado de todas las experiencias, emociones, traumas y dolores atravesados a lo largo de nuestra vida desde que nacimos –los que recordamos y los que no–, pero también nos habita la historia que nuestros ancestros han vivido a lo largo de las generaciones. Llevamos en nosotros el rastro de ese recorrido y, aunque no lo sepamos, todo aquello nos acompaña, nos condiciona, nos determina en silencio, en nuestro interior. Y nuestro cuerpo va a denunciar cómo ha sido y cómo es nuestra vida, cómo la vivimos, lo que hemos hecho con ella y lo que no hemos podido hacer; como así también parte de sus memorias. Esta información está en él y sale a la superficie de las maneras más impensadas.

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Por eso, debemos aprender a conocer y, sobre todo, a escucharlo. Porque el cuerpo habla. O, mejor dicho, nosotros somos hablados por él. Y en esa expresión, que se manifiesta a través de síntomas múltiples y hasta de enfermedades, lo que sale a la luz es aquello con lo que cargamos, muchas veces sin saberlo.

La enfermedad trae un mensaje. Y el camino a la sanación solo puede transitarse a través del trabajo interior: intentar descifrar qué es aquello que ella viene a decirnos, de qué se trata eso que necesita ser escuchado.

Es común que en un principio uno reaccione rechazándola, pero es posible llegar a saber de ella a través de la voluntad, la intención, el hacer contacto, el darse cuenta. Es decir, a través del trabajo consciente.

Hay muchos canales a partir de los cuales se puede ir revelando esa información primordial para iniciar un camino de sanación. Hay terapias, disciplinas físicas, lecturas y mecanismos que nos conectan con nuestro cuerpo y nos ayudan en esa búsqueda.

Las Constelaciones Familiares son una de esas herramientas de cambio. No se trata de algo mágico, sino de un método para iniciar un cambio de visión sobre nosotros mismos y sobre nuestra vida. En mi opinión y experiencia, una de las más ricas para llegar a ese lugar en el que somos Uno y en el que nos expresamos más allá de lo que nuestros sentidos ordinarios pueden ver y escuchar: el plano del alma. Porque allí, con la gracia del espíritu, todo es posible. Todo se puede alcanzar. (...)

Con el tiempo descubrí que cuando el alma no tiene posibilidad de expresarse en las acciones que realizamos, todo el universo conspira, tal vez de maneras poco cómodas y agradables, a que dejemos esos lugares para acercarnos adonde debemos llegar; y así, hacer lo que debemos y venimos a hacer. Más adelante comprendí que de eso se trataba: de poner el cuerpo al servicio del alma. Porque es ella quien sabe de nosotros. (...)

Si nuestro estado natural debería ser el de gozar de una buena salud, ¿por qué a veces la perdemos?, ¿por qué unos se enferman y otros no? Preguntas como estas me guiaron y me llevaron a bucear, primero, en conceptos clásicos de la ciencia sobre la salud, la enfermedad, los síntomas. Y a partir de ahí fui en busca de la que en verdad era la pregunta de fondo: ¿qué hay más allá de lo que la ciencia y la teoría nos dicen sobre esto? Un interrogante que, tal como ya lo sentía entonces, no tenía techo ni verdad absoluta: se trataba de una invitación a penetrar un espacio cuyo límite era… el cielo mismo.

Puedo trazar una línea desde aquel momento hasta hoy, porque ya en los primeros meses de la carrera de Psicología supe que no encontraría allí las respuestas que hoy tengo al escribir este libro. De alguna manera, estaba sin saberlo, hace 28 años, empezando a escribir estas líneas. Sin embargo, tuve la firme convicción de que debía atravesar la formación profesional y teórica aun con la sospecha –luego confirmada– de que aquellos saberes no serían más que los cimientos sobre los que a lo largo de los años iría superponiendo otras miradas, enfoques y experiencias. Por eso, estoy eternamente agradecida a esos años universitarios que me dieron un enorme bagaje teórico sin el cual hoy sería diferente, y me permitieron comenzar a sospechar que ciencia y espiritualidad podían ir juntas de la mano.

Peldaño tras peldaño, a partir de Freud –o a través de él–, pude empezar a ver cómo la historia individual es una explicación del presente según el pasado, especialmente del presente adulto por el pasado infantil. Porque su teoría deja abierta una ventana a la influencia de aquello que viene desde lo hereditario y lo congénito.

*Autora de Sanar en el alma, curar en el cuerpo, Ediciones B.  (Disponible solo en e-book).