Nada. Nada de nada. Eso es lo que el Gobierno, en su momento de mayor debilidad, ofreció al campo, que ya demostró su nivel de representación y capacidad de convocatoria. Ganó la intransigencia de Néstor Kirchner y Guillermo Moreno y perdieron los productores agropecuarios y la mayoría de los argentinos, que tenemos que prepararnos para otras turbulencias producto de esta nueva provocación kirchnerista. El fracaso de Aníbal Fernandez en su intento de convencer a los Kirchner de que produjeran algunos hechos contundentes que mostraran una mejor predisposición lo obligó a dudar y elegir cuidadosamente sus palabras pese a que es un hábil declarante. No quiso ni siquiera responder si habrá una nueva reunión y jamás estuvo dispuesto a decir sin eufemismos que iban a bajar algún porcentaje de alguna retención. La ministra Débora Giorgi explicó aritméticamente lo bien que le va al campo porque bajaron fuertemente los insumos en dólares y aumentaron los precios y la producción. Estuvo al borde de la parodia. ¿Pretendían que el campo les agradeciera todo lo que hicieron por ellos y que les preguntara cuánto más hay que aportar? El Gobierno, refugiado en una postura de extrema rigidez, dejó en una situación comprometida todo el flamante proceso de diálogo. El resto de los sectores empresarios ya avisaron que si el campo no participa del Consejo Económico Social, ellos tampoco lo harán. Lo que ocurrió anoche parece anticipar que el campo no va a concurrir. “Estamos muy lejos de nuestras aspiraciones”, dijo Eduardo Buzzi con un esfuerzo por mostrarse prudente y calmo. Se cuidó de no adjetivar. Convocó a que el tema de las retenciones se planteara en el Congreso.
Lo único valioso que quedó en pie fueron los buenos modales y la ausencia de palabras injuriosas. Demasiado poco para todo lo que ocurrió en la Argentina a partir de este enfrentamiento. Ayer el campo fue empujado a una posición muy riesgosa. Quedó entre la espada y la pared. Si mantienen esta posición responsable y cuidadosa corren el serio riesgo de ser desbordados por sus bases. Todo peronista sabe que la cosa es con los dirigentes a la cabeza o con la cabeza de los dirigentes. La pared, es la tosudez granítica del Gobierno. Hoy el discurso de Hugo Biolcati en la Sociedad Rural va a expresar con toda contudencia el empantanamiento de las negociaciones, que apenas comenzaron. Entre los productores la bronca va a tomar caminos mucho más explícitos porque sienten que les mojaron la oreja. A eso se refirió elípticamente Buzzi cuando dijo que estaban “sorprendidos porque pareció que no estuvimos en la misma reunión”. No hubo cambio de rumbo por parte del Gobierno. Y por eso la situación de fondo se mantiene igual. Sólo resta que las protestas que se vienen sean democráticas, civilizadas, pacíficas y legales.
A contramano de lo que Aristóteles escribió hace más de 2.300 años y que luego popularizó Perón entre nosotros, para los Kirchner la única verdad es el relato y no la realidad. Tal vez eso explique su obsesión enfermiza por el control de los medios de comunicación y saque del campo del psicoanálisis las razones de su autismo político. Para Cristina el precio del pan francés es el que ella dice y Moreno le dicta, el canciller Taiana es el responsable de sus llegadas tarde a repetición, sus inquilinos y los bancos que tienen sus depósitos son de una generosidad inédita para pagarle alquileres adelantados altísimos y soñados intereses por los plazos fijos que están un 10% arriba de los que recibe cualquier mortal.
Hay una construcción de autodefensa que pretende ser un fortín inexpugnable que sólo ocurre en la cabeza del matrimonio y que, por momentos, los aleja tanto de la realidad que para muchos los acerca a la locura.
Por eso el aporte que dejarán al peronismo que viene será eso de que “la única verdad es el relato”. Ya pasó más de un mes de la paliza electoral que recibieron precisamente por creer en los dibujos de las encuestas que ellos mismos pagan y en los obsecuentes que para durar a su lado están condenados a pronunciar una sola palabra: sí.
Los argentinos todavía no hemos escuchado nada de boca del matrimonio presidencial que intente explicar, aunque sea tímidamente, cuáles fueron los motivos que los llevaron a la derrota. Es más, cada vez que se pronunciaron al respecto, señalaron que perdieron “por poquito” o que “ganamos a nivel nacional y en Calafate”. Arriba el relato, abajo la realidad.
Es muy importante escuchar el balance que ellos hacen, no para que la oposición se frote las manos disfrutando de la tragedia ajena, pero sí para adivinar qué rumbo van a tomar las correcciones tan urgentes como necesarias que deben hacer.
A falta de palabras hay que juzgarlos por los hechos. Y cada movimiento que Cristina realizó desde aquel 28 de junio negro tiene un denominador común: no están dispuestos a cambiar nada importante ni a entregar ninguna cabeza clave.
Esa es la conclusión que se puede sacar de la rotación de gabinete, del pasito absolutamente insuficiente en la limitación de los superpoderes y del diálogo mediático que solamente incluye una reforma electoral bienvenida pero que tal vez ocupe el último lugar entre la lista de necesidades más urgentes que tienen los argentinos más pobres.
El manejo caprichoso, negador y autoritario que hicieron de dos temas definitorios como el INDEC y la crisis de la lechería pinta de cuerpo entero ese ADN que los lleva a potenciar el protagonismo de Guillermo Moreno y Ricardo Echegaray, los dos talibanes que más irritan a la población en general y a los damnificados por sus actos en particular.
En las dos situaciones el único objetivo buscado y logrado a medias y con patas cortas fue ganar tiempo y tratar de dividir a los cuestionadores.
Amado Boudou parece flotar en puntas de pie en el gabinete porque no se le permite ni siquiera hacer ruido.
Otra vez se consolida la misma película de un ministro de Economía vaciado de contenido que ya fue convenientemente amonestado por pasear con excesiva frecuencia su sonrisa por los medios de comunicación. El dolor estomacal de Néstor creció exponencialmente cuando vio la revista Caras donde el ministro carilindo no oculta sus placeres en la nieve con más que buena compañía. Mientras él se reúne con universitarios para armar la ficción de un monitoreo de las cifras del INDEC, lo único que ha cambiado es que las nuevas autoridades son más morenistas que Moreno y que el todopoderoso secretario de Comercio en cualquier momento se mastica otro ministro.
¿Cuánto falta para que los reclamos por la falta de credibilidad del INDEC vuelvan a los primeros planos con energías multiplicadas? La malversación de las estadísticas públicas es un delito que los Kirchner transformaron en presunta viveza criolla. Aunque fuera realmente un “piolada” para ahorrarse el pago de los intereses de los bonos atados al costo de vida, el tiro les salió por la culata. Quebraron definitivamente la credibilidad de la sociedad en los números del Gobierno, incluso entre los trabajadores que perdieron poder adquisitivo y que se sintieron estafados tal como se reflejó en el resultado electoral de varios sectores proletarios del Conurbano bonaerense. Y encima, muchos economistas ya hicieron números finos y calculan que “el ahorro” que esa mentira produjo es apenas la mitad del dinero que se fugó de la Argentina producto de la desconfianza que generaron. No hay otra explicación para la mayor fuga de capitales de la historia argentina en tan poco tiempo. Resultado: el INDEC no recuperó un gramo de su credibilidad y el Gobierno gastó la bala de plata en ese rubro.
La forma de atacar un problema gravísimo como es el cierre de tres tambos por día también demostró que continúan intactas las peores prácticas del Gobierno que sigue manejando Néstor Kirchner desde Olivos. Los industriales lecheros padecieron una patoteada como en los mejores tiempos del kirchnerismo. A esta altura hay que recurrir a la dialéctica del amo y del esclavo para entender cómo esos empresarios siguen tolerando un maltrato tan burdo en plena parábola descendente del proyecto autoritario hereditario. Como tienen menos poder, sus presiones tienen que ser más fuertes y agresivas. Moreno y Echegaray los amenazaron con no pagarles una deuda de 200 millones en compensaciones, con ponerlos en una lista negra para dejarlos afuera de futuros subsidios y con mandarles las célebres inspecciones integrales de la AFIP. El autor ideológico de esa táctica con tan poco tacto es Néstor Kirchner, pero los autores materiales, Moreno y Echegaray, ejecutaron su tarea con profesionalismo y ante la mirada cómplice de la ministra Débora Giorgi. Repugna a la convivencia pacífica de los argentinos y hasta la dignidad de las personas que estas situaciones deban ser denunciadas por periodistas con información que poderosos empresarios no se atreven a decir fuera del off the record.
Pero esta es sólo una parte de la metodología que la gente repudió en las urnas. Todo lo que pasó en Villa María después muestra otras formas de blindaje mental. ¿Cuáles fueron los verdaderos objetivos de ese mamarracho en el que Cristina anunció los bienvenidos 10 centavos más por litro de leche?
La primera intención fue fingir que lo hacían por convencimiento y no por la presión de los tamberos. “Nadie nos arranca nada”, quieren decir los Kirchner siempre con sus actos. “Si retrocedemos y claudicamos es porque queremos”, les falta decir, según la chicana de los peronistas disidentes. Quisieron transmitir que la iniciativa y la agenda las siguen marcando ellos. Otro de los objetivos fue quitarle una bandera o ensuciarle la cancha a la Mesa de Enlace veinte horas antes del encuentro con Aníbal Fernández. El mensaje que quisieron instalar fue este: la Mesa de Enlace no es representativa y por mas unidos que se muestren no pueden conseguir ninguno de los pedidos que nos hacen. Los Kirchner ahora y siempre tienen muy claro eso de “divide y reinarás”. Cuando tenían mucho poder político y las billeteras repletas, lograron varios éxitos en ese sentido. Dividieron al radicalismo, al socialismo, a los medios, a los organismos de derechos humanos y al peronismo. Ahora que esos sectores hacen fuerza para ayudarlos a que terminen su mandato como corresponde, las mismas trampas provocadoras de antes lucen patéticas. Fueron a Villa María, igual que antes de las elecciones, porque allí gobierna un kirchnerista como Eduardo Acastello. Eso dejó a la presidenta Cristina al borde de varios papelones. Sobreactuó con festejos y aplausos las palabras de un productor lechero poco representativo cuando dijo: “Nosotros también somos el campo”, y se tiró contra la Mesa de Enlace que, según su opinión, “sólo defiende la soja”.
Los Kirchner se quedaron con una pequeña fracción de la representación lechera cuando podrían haber tejido un acuerdo con todos los sectores y presentarlo como una victoria del diálogo y la búsqueda del consenso. Pero está visto que para ellos, eso es claudicación. En definitiva, dieron 10 centavos más que son 500 millones que pondremos todos los contribuyentes argentinos, no transparentaron la cadena láctea para que los que más ganan, como los supermercados, pongan de su bolsillo y encima la mayoría de los verdaderos dirigentes tamberos salieron a decir que la medida fue insuficiente y que ya están estudiando retomar las medidas de fuerza que con tanta responsabilidad habían levantado a la espera de la reunión de ayer.
En lo político, la cosa fue todavía peor para Cristina. Saltó el alambrado de la provincia de Córdoba como si Villa María fuera también su lugar en el mundo. Se rodeó –otra vez– del kirchnerismo más vapuleado en las urnas (salieron cuartos en las elecciones) en el medio de una provincia que ya no sabe cómo hacer para repudiar su falta de respeto. Por eso no fue el gobernador Juan Schiaretti, al que aún ni siquiera han invitado al diálogo. Es increíble lo que logran unir los Kirchner en su insensatez. Luis Juez, tal vez el opositor mas acérrimo a Schiaretti, salió en defensa del gobernador al denunciar ante Florencio Randazzo que su provincia está discriminada de las conversaciones. Tampoco fue Hermes Binner, el gobernador de la otra gran provincia lechera, y hasta el entrerriano Sergio Uribarri miró para otro lado y envió a su vice como representante. El que sí viajó de apuro fue Daniel Scioli. A esta altura, el gobernador demuestra que está atrapado (¿sin salida?) en una táctica que hubiera funcionado con otros pero que con los Kirchner va derechito al fracaso.
Los Kirchner han dado pasos tímidos en el buen rumbo pero se han plantado ahí. Es como si proclamaran que ya dieron todo lo que están dispuestos a dar. Es muy poquito. Y como repiten los mismos mecanismos largamente rechazados, vuelven a fortalecer la bronca descontrolada y casi irracional que han generado entre amplios sectores del campo. Confiesan los jefes de la Mesa de Enlace que les resulta muy difícil contener los reclamos más virulentos de medidas de acción directa porque no le creen una sola palabra al Gobierno. De todas maneras su responsabilidad como dirigentes es darle cauce republicano a esa situación, colocar prudencia a los actos y no permitir ningún tipo de desborde autoritario. No pueden repetir la asamblea de productores que se hizo en la Rural que los llevó a agitarse tanto entre ellos que aparecieron los mismos revanchismos y agresiones que les critican a los Kirchner. Lo de Mario Llambías meneando el apellido Martínez de Hoz fue un intento de ironía que se trasnformó en una pesadilla absolutamente repudiable. Ese apellido en la Argentina de hoy no recuerda al fundador de la Rural sino al ministro de Economía de la dictadura militar que instaló el terrorismo de Estado en nuestro país. Sus palabras conspiraron contra el clima razonable que necesitan estas horas. Igual que las declaraciones de Diana Conti convertida a esta altura fanática del kirchnerismo debilitado. “Me hicieron acordar al generalato que formó la Junta Militar y al comunicado número uno”, disparó sin anestesia sobre la Mesa de Enlace. Así nada bueno va a resultar. Nada de nada. Como lo que el Gobierno ofreció anoche para sorpresa e indignación de sus interlocutores.