COLUMNISTAS
Libertad de expresion

Sainete criollo

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La impresión que me queda después de incursionar un poco por el espacio público argentino es que existen líneas más o menos invisibles que no se deben pasar si un ciudadano quiere ejercer con tranquilidad su derecho a opinar. Esas líneas separan aquello sobre lo cual se puede hablar de los tabúes. A seguir doy un ejemplo.

El año pasado escribí un texto titulado: “Un testamento de los años 70”. Primero fue publicado en un sitio de internet y después como libro, con algunos agregados. Cuando lo escribí no sabía bien cuál sería su grado de importancia y originalidad, pero rápidamente percibí su potencial. No había escrito un texto justificado en las utopías literarias y filosóficas que habían nutrido a mi generación, mi experiencia era asumida con nombre y apellido, así como mis interpretaciones. Mi discurso no aparecía despegado de los hechos, sino colado a ellos. Para completar asumía mi responsabilidad y pedía perdón. Todo eso junto resultó ser una novedad absoluta en Argentina.

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Decenas de lectores me escribieron para felicitarme, hubo quienes me dijeron que mi texto los ayudaba a ser mejores y tampoco faltaron las críticas de algunos que, de tanto leer, tienen sus ideas mezcladas con el mundo real a tal punto que no pueden distinguirlos. Fue el caso de uno de mis críticos, al que lamenté no poder responder públicamente porque eligió un diario para publicar su texto que, a pesar de su apariencia de paladín de la libertad de expresión, se negó a aceptar mi pedido de derecho a réplica, respondiendo con ignominioso silencio a mis mensajes. Mi palabra les debe haber parecido destituyente de los tabúes instituidos.

Es una pena que en la Argentina los que se quejan de la pobreza instrumental del debate actual hayan sido los primeros en cerrarme sus puertas, impidiéndome publicar.

Aprovecho entonces la ocasión para decirle, a quien no supo garantizar mi derecho a réplica por haber publicado donde publicó, que quedé perplejo después de leer sus palabras. Llamarme “extraviado” y decir que “no había descubierto nada nuevo”, ya que la literatura estaba llena de ejemplos como el mío, era una confesión de impotencia para responderme. El había leído mi texto no como un testimonio de vida y compromiso ético con la verdad, sino como tema de la literatura o cosa parecida. Para reforzar su impotencia confesó abiertamente que no me hubiera escrito si no fuese por un representante de la oposición al kirchnerismo que me había elogiado en la Feria del Libro. Su increíble hermenéutica le permitía sin problemas confundir al autor de un libro con uno de sus lectores. ¿Y los otros lectores? En suma, estaba gastando las teclas apenas para responder al gesto de otra persona, no a mí. ¡Qué tristeza!
Pero todas las críticas recibidas fueron útiles, descubrí a través de ellas que mi texto molestaba porque me había atrevido a hablar de algo que era tabú. Demoré en llegar a esa conclusión. Primero creí que la culpa era mía, que no me entendían porque mi escritura era confusa o poco clara. Pero finalmente supe que muchos no me entendían porque tenían obstáculos mentales y comportamentales para hacerlo si me entendiesen sus tótems caerían encima de sus cabezas.
Quien lea atentamente la pequeña nota titulada “La tarea de perdonar lo imperdonable”, que publiqué en ocasión de la muerte de Videla, podrá observar que no lo defiendo en cuanto actor político y tampoco lo elogio como persona. Digo que es un hombre malo y lo comparo con genocidas reconocidos como Hitler y Mao, aun así no son pocos los que me acusan de defenderlo y me llaman “golpista”. El tabú que existe sobre los militares condenados por la represión en los 70 es tal que muchos no pueden siquiera imaginar que ellos también tengan derechos humanos.

Es un axioma aceptado en todo el mundo civilizado que los derechos humanos son universales… o no son. Por eso, a pesar de repudiar los tremendos crímenes de la dictadura, para los cuales siempre reclamé un juzgamiento sin punto final, ni obediencia debida (quien quiera comprobar esto puede leer mis artículos de la época en que estos temas fueron tratados), puedo decir con todas las letras que en la Argentina la política actual de los derechos humanos discrimina a los militares que participaron en el conflicto de los años 70, al igual que a las víctimas asociadas a ellos. Sean niños o soldados conscriptos, esas víctimas no aparecen en los museos de la memoria instituidos y, cuando sus nombres se encuentran inscriptos en algún otro lugar éste desaparece hasta los cimientos (como fue el caso del monumento a los caídos en el combate de Machalá). Ni siquiera les es permitido a los militares condenados el derecho que siempre tuvieron todos los presos, en las cárceles comunes del Sistema Penitenciario Federal, de estudiar en la UBA (el Consejo Superior de la UBA les negó ese derecho por unanimidad).

No existe la menor duda de que los militares son discriminados y estigmatizados. Basta ver que no existe ninguna acusación pública registrada en la memoria oficial o en la Justicia contra los jefes de los Montoneros y del ERP, así como contra Perón, Isabel Perón y varios otros líderes políticos y sindicales del peronismo, que fueron los grandes responsables por el comienzo de las graves violaciones a los derechos humanos (registrada por la memoria oficial como “terrorismo de Estado”) ocurridas durante el período constitucional-democrático de 1973 a 1976. En la Argentina de hoy los militares se quedaron con todas las culpas por la violencia política y sin derechos humanos, el resto de la sociedad se quedó con los derechos humanos y sin culpa. Esta es la perversa ecuación que está por detrás del tabú de Videla.

Todos aquellos que colocan frenos a mi libertad de expresión lo hacen porque quieren continuar siendo “inocentes” y echándoles la culpa a los “otros” de todos los males argentinos. Los “otros” de nuestro pasado son hoy los militares, mañana pueden ser los kirchneristas, digo esto para que se sepa que en esa ecuación perversa todos pueden entrar alguna vez si la Nación continúa como está, sin verdad y sin reconciliación.

No faltarán quienes crean que en la Argentina los que colocan límites a la libertad de expresión son los kirchneristas, así como tampoco faltarán los que crean lo contrario, que son los anti-kirchneristas (siempre los otros).

Ambos están equivocados. En nuestro infeliz país los tabúes son compartidos por la amplia mayoría del pueblo sin diferenciar ideologías o creencias. Mis comentarios sobre la oportunidad perdida de los argentinos, por no saber ir más allá de la Justicia y sentir la compasión necesaria para que un Videla senil no tuviera la mala muerte que tuvo, produjeron un repudio unánime de los representantes de los partidos políticos presentes en la Legislatura porteña. Esos legisladores, con fecha del 23/05/13, emitieron una declaración de repudio a mi artículo sobre Videla. Para mostrar a la opinión pública cuán equivocado yo estaba por atreverme a “defender” a Videla, los legisladores decidieron hacer un “reconocimiento por los avances en materia de Memoria, Verdad y Justicia que permiten hoy que los responsables del terrorismo de Estado estén siendo juzgados y cumplan sus condenas en cárcel común”. Nada más claro para afirmar en las entrelíneas el deseo de que todo siga igual, que continuemos culpando únicamente a los militares por toda la violencia del pasado.

La misma Legislatura que me atacó para defender los tabúes instituidos aprobaría una semana después una ley de defensa irrestricta de la libertad de expresión. Cualquier coincidencia de los hechos y personajes mencionados en este artículo con un sainete criollo puede no ser casual.

*Politólogo. Miembro del Consejo Académico del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (CADAL). Ex integrante de Montoneros.