COLUMNISTAS

Sándwich de Lanata

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Hace dos domingos que mi vecino Tabarovsky se dedica a defender al grupo Carta Abierta contra los ataque de lo que llama el “antiintelectualismo mediático” encarnado por Jorge Lanata y su programa de los domingos. El vecino arrancó hace dos columnas elogiando un artículo de Daniel Link enPERFIL. Allí, con Roland Barthes abajo y una no identificada “gerente de una multinacional televisiva con estudios de posgrado en la materia” arriba, Link se prepara con Lanata un sándwich de argumentos de autoridad: mientras Barthes lo acusa por adelantado de estúpido, la gerente califica su programa de “periodismo barato”. El meollo del asunto es que a Link y a Tabarovsky les parece mal que Lanata use un personaje torpe, confuso y fanático como parodia de los integrantes del grupo cuya cabezas más visibles son Horacio González y Ricardo Forster.
La caricatura del intelectual kirchnerista no es lo mejor Periodismo Para Todos. Pero el absurdo profesor que justifica con tono enfático y amenazador los actos de corrupción que el programa denuncia, no me parece un ataque a los miembros de Carta Abierta por ser intelectuales, sino por haberse convertido ellos mismos en caricatura del intelectual cuando renunciaron al pensamiento crítico para dedicarse a la custodia retórica de las políticas del Gobierno, aun de las más autoritarias. Los integrantes de Carta Abierta tienen como todos los ciudadanos el derecho de expresar su posición política. Incluso si esta es partidaria y hasta pueden hacerlo en forma colectiva, como si uno pensara por todos. Pero los documentos del grupo no son un ejercicio de ese rigor intelectual que Tabarovsky les adjudica sino, ante todo, actos de propaganda que forman parte del enorme aparato de comunicación oficial y que se diferencian de expresiones más burdas (como el programa de calumnias mercenarias 678, en el que son asiduos invitados) sólo porque utilizan un lenguaje oscuro y alambicado, menos incomprensible que eufemístico, para justificar y apoyar lo que decide la Presidenta. Dado que el rigor intelectual es inseparable de la libertad, mal puede reclamar la independencia de su pensamiento, por ejemplo, un filósofo que se presenta como candidato a diputado de un partido tan vertical que no admite de sus legisladores la más mínima disidencia.

Pero dejemos el debate cotidiano entre los que apoyan al Gobierno y los que nos oponemos a él y del que Carta Abierta es sólo capítulo. Supongamos que por televisión se hiciera una parodia de los intelectuales sólo por serlo, como se hace la parodia de los políticos. Sería tal vez una compensación frente a tantos programas periodísticos en los que a quien tiene el membrete de intelectual se le otorga una insólita deferencia (“hoy tenemos el lujo de que esté con nosotros el intelectual X”, expresión que nunca se utilizará para introducir a un futbolista o a un carnicero). La pregunta (podría incluir a científicos, ganadores de premios literarios, etc.) sería por qué hay personas que gozan de privilegios en el trato y si no es democrático que esos privilegios se cuestionen desde el humor, aunque el humor incluye siempre una parte de prejuicio. Supongo que me acabo de hacer acreedor al mote de “antiintelectual”. Me han llamado cosas peores, pero sólo me ofendería si me dicen “corporativo”.