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bromas

Santo prepucio

Velas 20231118
Ceremonia | Unsplash | Mike Labrum

Sin ánimo de mostrarme irrespetuoso sino todo lo contrario, en mi condición de aficionado a curiosear en los misterios que ofrece el mundo, el domingo pasado me quedé un tanto sorprendido en el momento del debate en que Milei le contestó a Massa que él ya le había pedido disculpas a Francisco I, internamente, y que le constaba –o algo así– que el Papa las recibió y aceptó. Urgencias del debate, no se molestó en explicar el modo en que había ocurrido.

Lo primero que se me ocurrió, como un chiste ya gastado, es que si uno de los candidatos tiene por asesor principal a su perro extinto y como encargados teóricos de distintas áreas a sus perros clonados, de seguro cuenta con una especial capacidad para comunicarse mente a mente de vivos y muertos sin necesidad de artilugios físicos y tecnológicos de ninguna clase. No necesita de la comunicación verbal directa o indirecta, ni de la escrita, evacuada a través de cartas, mails, wasaps, Twitter, Facebook, Instagram o lo que se invente próximamente. El contacto ocurre telepáticamente, místicamente, o mágicamente. 

Esa comunicación íntima y directa, imaginé, no debe serle desconocida entonces a Francisco I, porque a los sumos pontífices, apenas asumido el cargo, las alturas les conceden el don de la conversación directa con el Espíritu Santo, parte inmaterial aunque presuntamente alada de la Santísima Trinidad. ¿Habla el Papa con Dios o, como su representante en la tierra, solo escucha las órdenes que la Paloma le transmite? ¿Se comunica el Espíritu Santo a través de la voz, la imagen, o lo ilumina a través de la frecuentación de los textos canónicos? Y en el caso del presunto contacto con Milei, ¿recibió Francisco I ese pedido? ¿Y si ese mensaje se cruzó con los que el Papa recibe desde el más allá? ¡Mirá si se confunde y cree que la voz de Milei es la voz de Dios pidiéndolo disculpas por acusarlo de ser el Maligno? Quilombo en puerta. 

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Trotsky, Milei, Moisés

Con su tráfico constante de promesas nunca cumplidas, la política es de lo más parecida a la religión, y las arborescentes explicaciones que dan los políticos a la hora de justificar esos incumplimientos se acercan a la teología, fascinante rama de las religiones que aporta argumentos imaginativos y presenta como racionales y necesarios los delirios más extremos de sus cuentos fantásticos. Entregarse a esas especulaciones es al menos tan atrapante como anticiparse a la resolución de una intriga policial. Digámoslo así: el enigma acerca de las razones que impulsan a Raskolnikov a confesar su culpa por haber asesinado a una prestamista no tienen por qué parecernos más interesantes que el destino del prepucio de Cristo.

En algún momento entre el siglo XIII y el XIV, la monja mendicante beguina Agnes Blannbekin se afectó al considerar el asunto. Si Cristo ascendió al Cielo en cuerpo y alma, ¿dónde estaría el prepucio en el día de su Resurrección? ¿Habría vuelto a unirse a Él lo que había sido separado al octavo día de su nacimiento, como prueba de la alianza entre Yahvé y su pueblo elegido, o se mantendría aparte, así como el pelo y las uñas que Cristo tuvo que cortarse a lo largo de su existencia? En ese momento de interrogaciones, Agnes sintió dulcemente que un pedazo de piel se depositaba en su lengua y se deslizaba por su garganta. Tragó, el prepucio subió y bajó, volvió a su lengua, volvió a tragar, y así ocurrió durante cien veces, hasta que solito descendió por su garganta. De esa evidencia Agnes concluyó que el prepucio había resucitado con Cristo en el día de su Resurrección. La experiencia la transformó.  

Contado ahora, parece una broma exangüe, pero el tema fue tomado muy en serio durante el Medioevo. El prepucio de Cristo era tenido por objeto de culto, y la compraventa y autenticación de reliquias verdaderas y  falsas atribuidas a su Pasión parece ahora un episodio de tráfico de sustancias ilegales. Se decía que el prepucio del Niño había quedado al cuidado de Juan Bautista, quien lo delegó a María Magdalena y luego a manos de un ángel, que lo entregó a San Gregorio Magno, que lo entregó al papa León III, que lo entregó a Carlomagno, quien lo dejó en una iglesia francesa como ofrecerlo como objeto de veneración. Por su parte, Santa Catalina de Siena contrajo matrimonio místico… ¡Me quedé corto cuando el petzele recién empezaba su recorrido!