Me tiene harta este clima: calor, frío, lluvia, sol, granizo y etcétera. Pero es inútil quejarse porque no hay mostrador para presentar el expediente, así que habría que acudir a otros medios. Estuve pensando en ir a rezar a la catedral, ya que mis tías afirmaban que san Isidro Labrador es el que te resuelve el asunto de las lluvias. Sembrás algo, tiene que llover, no llueve, le rezás al santo y ¡llueve a cántaros! Llueve tanto que casi se te pudre todo, le rezás a don Isidro y seca y ¡sale el sol!
Maravilloso. Me pregunté: ¿hay santos para todo? Mis tías decían que sí, y me fui a investigar. Atienda, porque no tiene desperdicio. Está san Exuperancio (juro que sí), que fue abad y que es el santo del gobierno y la política (vuelvo a jurar que sí): usted le reza humildemente todas las noches y una mañana se despierta y está todo arreglado, así que no pierda tiempo y empiece hoy mismo. Y sigo con santos y santas del mismo rubro. Está santa Balsamia, a quien llaman la santa Nutriz, que es la que se ocupa de que los poderosos lleven una vida modesta y auxilien a los chicos pobres. A los grandes también.
Está santa Bogumila mártir, a quien comieron los leones, y que tiene a su cargo la moderación: un gobernante debe refrenar sus impulsos nacidos al calor de su poder y portarse como el más humilde de sus gobernados. Está san Práxedes, mártir, que fue descuartizado entre cuatro caballos, que convence a los gobernantes de desprenderse de sus riquezas terrenales; sí, ya sé, ya sé, no me diga nada, pero san Práxedes sostenía que alguien que gobierna siempre gobernará mejor si vive como un pobre que si vive como un millonario. Ay. Está san Vandregisilo, abad, que sostiene la necesidad del ayuno y la frugalidad para que el poderoso pueda obtener una mente lúcida y despejada con la cual comprender y enfrentar los problemas, las desdichas y por qué no la suerte en general, de las gentes comunes. Está santa Cristina mártir, que rehusó casarse con Foliarco tercero, emperador de los lúculios, porque su mayor deseo en esta vida era socorrer a los desdichados. El tal Foliarco, que era de lo peor, se vengó cruelmente pero dejemos eso de lado. Está san Hegesipo mártir, que murió aplastado por los elefantes del gobernante de turno porque se atrevió a decir que dicho tipejo debía repartir su oro mal habido entre los pobres.
¿Seguimos? Bueno, bueno, está bien, mejor que no; disculpe, nos vemos mañana o pasado.