La brusca selección de Daniel Scioli como candidato “del proyecto” alimentó dos posiciones antagónicas en la oposición: la izquierda acusa al kirchnerismo de sciolizarse; desde la derecha se señala, a su turno, que Scioli optó una vez más por someterse a los designios del oficialismo, y kirchnerizarse. En verdad, ambas cosas son ciertas y en esas complejidades capaces de tragarse a los analistas habita el peronismo.
Como escribió esta semana José Natanson en Página/12, las fronteras entre Scioli y el kirchnerismo no son fáciles de identificar pero que las hay, las hay. Por eso, desde el Gobierno se montó un “cerco” preventivo para asegurarse, si eso es posible, de que, en caso de ganar, el gobernador se mantenga dentro del proyecto o al menos limitar los daños colaterales. Mantener el liderazgo de CFK fuera del poder será una novedosa experiencia que el peronismo no transitó tras la muerte del líder, en 1974.
Así, si en los 70 la “juventud maravillosa” se dedicó a tratar de “romper el cerco” del Brujo e Isabel alrededor del caudillo, el camporismo del siglo XXI se dedica tenazmente a levantar su propio cerco en torno del nunca confiable Scioli. El ex motonauta nunca será creíble para el kirchnerismo puro porque jura lealtad en un idioma que el kirchnerismo no soporta, el del no-conflicto, y ese lenguaje contamina cada una de sus palabras, las vuelve casi una burla para el kirchnerismo por inauténticas (aunque en los hechos Scioli no sea en ningún sentido un traidor). Porque sospechan que después irá a hablar con Clarín y se venderá como independiente y antijacobino.
La tonalidad de autoayuda y post ideológica sciolista no encaja en el relato épico K. El gobernador nunca podría dividir el campo político entre la patria y la antipatria, enfrentarse al imperio o dar peleas a muerte “como Néstor”. No está en su naturaleza ni en su sensibilidad. Y es precisamente ese tono post ideológico el que lo emparenta con Macri o Michetti –los amarillos también hicieron de la autoayuda una de sus marcas discursivas– incluyendo, como señaló Gabriel Vommaro, la apertura hacia las nuevas espiritualidades. Si Scioli tiene una épica, ésa es su propia vida, superar la soledad del río y del accidente; nunca será una épica política y menos aún colectiva.
Su participación en 6,7,8, en este contexto, fue bastante particular. Se trató de un examen de lealtad que no podía desaprobar. El ya es un elegido, aunque rodeado. Los productores del programa que lo habían tratado de candidato de los buitres ya estaban realineados y presentaron informes donde era el anti Macri. Los panelistas mostraron dignidad, pero al mismo tiempo desinformación sobre la realidad provincial y su inquisición fue genérica, ideológica... Al final, ¿de qué lo podían acusar más que de no ser suficientemente confiable? Pero él gana elecciones. Y por eso, discurso de autoayuda mata relato.
La incomodidad radica en que, si gana, será formalmente el líder. Y en un partido con horror por “el llano” lo importante es que el que lidera manda y alinea al resto. Con el neoliberalismo (Menem) o con el nacionalismo de izquierda (Néstor y Cristina). Ahora la jefa estará en su propia Puerta de Hierro), Scioli sería el presidente y Zannini podría tener, por primera vez, poder institucional por voto popular, ya no delegado por CFK... a la pregunta de qué hará Scioli podríamos sumar: qué hará el Chino. Y además: ¿el peronismo buscará “romper el cerco”?
Lo cierto es que el kirchnerismo no puede ser analizado sólo inductivamente a partir de la historia. Tiene particularidades propias que rompen la proyección pura del pasado. Por lo pronto, a diferencia del menemismo, que alquiló el relato promercado de la Ucedé, construyó mística propia a partir de la reinvención de Néstor como Nestornauta, de su muerte y del poder de Cristina. Si gana Scioli, se verá si el “ismo” trasciende el poder personal de ambos. Ni Scioli es Cámpora ni CFK, Perón, ni Daniel es Medvédev (el delfín) ni Cristina, Vladimir Putin, el hombre fuerte ruso… por suerte.
(*) Jefe de redacción de Nueva Sociedad.