Daniel Scioli baila en una pata. Como si haberse mantenido en el “proyecto” cristinista le hubiera rendido más beneficios que haber escriturado un acuerdo con Sergio Massa. Al menos, para su intención presidencial en 2015, ya que la fotografía actual indica que sin Ella (por disponer la mandataria de un piso electoral del 25%) sería complicado aspirar a la Casa Rosada. Es decir, quizás Cristina no pueda hacerse reelegir por cuestiones de número en el Congreso, pero sin su apoyo nadie podrá pensar en hacerse elegir.
Ese es el axioma Scioli, el que sigue al pie de la letra y como si en la Constitución no incluyese la figura final de la doble vuelta que puede derrumbar esa creencia. Y como si no quisiese tomar en cuenta las iniciativas oficialistas que, en su contra, persiguen atajos para intentar la renovación del mandato de la dama: desde ampliar el número de miembros de la Corte, a la convocatoria de una constituyente por decreto (con antecedentes en Nicaragua), a una ley no vinculante –que aprobó la propia Legislatura bonaerense– que permite llamar a un plebiscito por una cuestión menor y que implica de hecho una reforma constitucional (semejante a lo que Néstor Kirchner, para continuarse, realizó en Santa Cruz). Tampoco desea ver los propósitos reeleccionistas ya manifestados en Mendoza y Santiago del Estero.
Scioli sólo observa, dicen, las oscilaciones para los dos comicios que vienen. Supone que le suma tanto el triunfo por escaso margen del intendente de Tigre como su eventual derrota, también por una mínima diferencia. Si empatara Massa con Cristina, imagina que a él le toca el Gordo de Navidad. Por lo tanto, juega al futsal, asiste a cuanto acto se anuncia, exhibe sondeos que encabeza para 2015, pronuncia frases de campaña y acepta la tranquilidad de los intendentes cristinistas, convencidos de un resultado que ellos sólo conocen, del trasiego de boletas y troqueles, y de la eficacia contable de la empresa Indra. En su optimismo de celuloide, sólo lo trastorna la posibilidad de que Cristina pudiera obtener un triunfo arrollador, abultado, lo cual convertiría al gobernador en un inquilino transitorio y sin domicilio asegurado en Balcarce 50 en 2015. Baila en una pata porque ese pronóstico no aparece en ninguna de las encuestas.
Desde que desertó repentinamente del acuerdo con Massa (y con Francisco De Narváez, sobre todo, con quien había cambiado cartas de intención), Scioli pasó de la inmolación suicida a corporizarse en un milagro político. Nadie de sus socios nonatos le reprocha su partida, y el universo cristinista le arroja bendiciones, desde una correntada de dinero para su apremiante economía hasta la anuencia para integrarse al entorno de Ella sin portar el letrero de “indeseable”. Hasta habituales críticos como los organismos de derechos humanos, en una pirueta tan osada como suspicaz (no tan vergonzante, como la ofrecida en el caso Milani), se olvidaron de cuestionar por unos días a su ministro penitenciario Ricardo Casal. Pero lo más enternecedor del cambio, para él, es que Ella le dice, susurrante, “Daniel”. Halago intimista, además, que proviene de alguien más comestible desde que perdió varios kilos.
No sólo Scioli se devana por 2015. Binner disfruta esa futura condición presidencial para dominar casi 40% en Santa Fe, un adicional que Massa mantiene sobre el módico Insaurralde, relegado a las fronteras de la provincia con la mejor voluntad. Aditivo que conserva Mauricio Macri y que, por obra de los esteroides electorales, se trasladó a Elisa Carrió, tan convencida de su performance porteña que a cada rato cita la importancia de pensar en 2015. En su 2015. Casi como Martín Lousteau, menos atrevido, pero imaginándose en la grilla de los candidatos a jefe de Gobierno capitalino en esa fecha, visto el desierto radical y cierta sinonimia personal que podría tentar al macrismo. Si pudo ser kirchnerista, ahora radical, ¿por qué no podrá representar –sin decirlo– a una agrupación municipal con ADN impreciso?
Un abanico de ambiciones provocan estos comicios de medio tiempo. Algunas a enterrar después de octubre, mientras se desliza una de las campañas menos relevantes de la historia y no sólo por personal contratado en países vecinos (Perú-Massa, España con sede en Miami-De Narváez, Ecuador-Macri) que sugieren mensajes convencionales, uniformes, neutros. Pensar que el kirchnerismo paga por el atentado que constituye a la escritura el eslogan “Elegir seguir haciendo”, tres verbos juntos, dos irritantes y cacofónicos, uno en gerundio. O el descenso al voto lástima en que obligan a incurrir a Insaurralde con la historia de su lejano cáncer testicular, por no citar el descuidismo de meterle la mano en la sotana al Papa para utilizarlo como propaganda en una fotografía. Para peor, el candidato dijo que él nada tenía que ver con esa publicidad.
Por lo tanto, no se trata de discutir ideologías, se trata de vulgaridad. Como el aviso de Massa quitándose el saco, en una remake de la campaña aliancista de Fernando de la Rúa, invitando a pelear como si fuera Tom Cruise, tal vez olvidando que se postula como diputado y posible presidencial. De la Argentina, no de Tigre.
Uno parece reducir la elección en todo el país a la disputa bonaerense. Con razón: su resultado puede modificar el curso político de la “década ganada” y el medio siglo de continuidad imprescindible como pregonan sus beneficiarios. Ninguna provincia está en condiciones de modificar este cuadro decisivo que aporta la provincia de Buenos Aires, ni las más importantes; tampoco ningún gobernador, convertidos en súcubos de la Rosada desde que Néstor les prohibió reunirse para que no lo traicionen (algo del tema debía saber: fue gobernador tres veces).
Ahora se observa un cambio radical con la irrupción de Massa y otros intendentes, tanto que la mandataria bajó varios escalones y se impuso una tarea pedestre: enfrentar a un intendente y propiciar a otro, cuando estos funcionarios ni figuraban en su agenda. Salvo cuando, con escasas ganas, admitía ceder subsidios para el cordón y la cuneta o un dispensario. Hoy, en términos de número, los intendentes han decidido gravitar, se sientan en la mesa del poder y por el rol a cumplir a través de Massa serán determinantes en los próximos años. Aun si a él no le va tan bien como decían las encuestas.