“Look! It’s moving… It’s alive. It’s alive. It’s alive, it’s moving, it’s alive, it’s alive, it’s alive, it’s alive!”
Colin Clive, en el papel de Henry Frankenstein, en “Frankenstein” (1931), dirigida por James Whale.
Uno se tienta, cómo no. La verdad, me encantaría detenerme, una vez más, en el desopilante derrotero que protagoniza nuestra Armada Brancaleone en cruzada hacia tierra santa sudafricana. Con el Dios Pagano y sus fieles, el Doctor Balbuceante, el Macrocéfalo Prohibido, El Papa de Viamonte y Junior, su niño rico con tristeza, todos peleados y en guerra por el Santo Grial, la gloria o Devoto. Son irresistibles.
¿Qué pasó con ese partido en Dubai? ¿Por qué se suspendió? ¿Qué cosa tan importante perdió el DT por no jugarlo? ¿Entrenamiento? ¿Convivencia? ¿Ensayos tácticos? ¿Musculación? ¿Meriendas con la vajilla de oro del jeque? ¿Prestigio futbolero o divisa? ¿Dólares o euros, en baja por culpa de los griegos? ¿Quién acercó a esa empresa olvidadiza que no deposita sus dineros a tiempo? ¿Pisará Humbertito –tal cual lo enseñara Bilardo en memorable clínica desde su banquillo sevillano– a quien hable mal de su Santo Padre? ¿Fue por cábala o por sensibilidad social la dura contienda contra Haití, en Cutral Co?
Pero no, colegas. Mejor esperar. Ya habrá tiempo en junio, cuando empiece el Mundial y la moneda gire en el aire, brillante y caprichosa, con su cara… y su cruz.
Este es el momento de Estudiantes y Argentinos. Pero antes de meternos en el presente, hagamos un poco de historia. No está tan mal, eso. Como nos dice Borges en El otro, “… al fin y al cabo, al recordarse, no hay persona que no se encuentre consigo misma”. Capo, Georgie.
En los primeros años de Alfonsín, con militares presos, mucha ilusión y proyectos que después resultarían utópicos, era la clase media futbolera la que se imponía. Ferro, Estudiantes y Argentinos Juniors, y después Central y Newell’s. Ellos se llevaban los campeonatos, para horror de mis colegas de El Gráfico que, pobres, ya no sabían con qué tapa ir.
Es notable cómo el paisaje político influye en el estilo de los equipos dominantes. El Huracán de Menotti, un fútbol de izquierdas –si tal cosa fuese posible– irrumpió, claro, en 1973. Y el polémico pero exitoso Boca de Juan Carlos Lorenzo, un equipo que jugaba al límite de lo permitido y algo más, explotó en 1976, cuando aquí todo era plomo y sangre. En los años 90 fue la fiesta de los más ricos: River y Boca regresaron para ganarlo todo. Ramón Díaz, otro riojano en éxtasis, motivaba a sus jugadores con camionetas cuatro por cuatro y apostaba otra, más cara, con el sonriente Mauricio Macri. Todo cambió en 2001, el fin del mundo. Y fue el turno de Racing, el rey de las crisis, hecho bolsa y empresa, coronado en la semana trágica de los cinco presidentes. El espejo perfecto.
Hoy, creer o reventar, vuelven a ganar los más chicos, los postergados. La clase media, digamos, para no asustar a nadie. ¡Se mueven… están vivos! Argentinos Juniors, fundado a principios del siglo XX en una biblioteca anarquista y bautizado Mártires de Chicago, cambió su humilde historia perdedora gracias a Maradona. Después de él llegaron los títulos, la Copa Libertadoras y la Intercontinental perdida por penales contra la Juventus de Platini en 1985, el partido que consagró a su técnico actual, Claudio Borghi. No hace mucho escribí sobre este genio con tedio, tan distraído de la gloria. Un tipo que vive y dirige como supo jugar; libre, con frescura, estética y creatividad. Que hoy hace magia y clona al Panza Videla en Ortigoza y al Pepe Castro en Chuco Sosa. El resto, con Calderón a la cabeza, duplica su virtud por puro contagio. Y ahora quieren dar la vuelta, qué no ni no.
Alejandro Sabella fue un jugador exquisito y hoy es un hombre serio, afable, de pocas palabras. En River sufrió, como tantos, la omnipresencia del Beto Alonso, el dueño de la 10, y tuvo que emigrar. Pasó por Inglaterra y en 1983, oh sorpresa, volvió al país para explotar en… ¡un equipo de Bilardo! El medio campo que compartió con Trobbiani, Russo y Ponce sólo podía competir con otro brillante cuarteto de cuerdas, el de Independiente: Giusti, Marangoni, Burruchaga & Bochini. Wow. Colaborador de Passarella durante años, Sabella debutó a lo grande como técnico. Ganó la Libertadores y ahora puede romper un mito impuesto: imposible pelear Copa y torneo local.
Confieso mi debilidad por Estudiantes. Tienen un club bárbaro, a Verón, que es líder, crack, símbolo y bastante más, y un equipo sin fisuras donde todos entran y rinden a pleno. Pero también debo admitir que grité los últimos goles de Argentinos como hace tiempo no lo hacía, solo, en casa y frente al televisor; esas situaciones absurdas que provoca este juego de locos.
Brindaré por el que gane. Y me entristeceré por el que quede en el camino. Una pena esta competencia, ¿no? Digo, porque cuando se trata de los buenos, gente rara que no abunda, lo ideal sería que jueguen para el mismo equipo, ¿no? En el fútbol, en la vida o en la política, compatriotas. No sé, quizá funcione, algún día, por qué no.