La derrota del peronismo kirchnerista ha sido contundente. Es difícil encontrar una derrota para esta fuerza de esta magnitud desde 1983 y además con el actual oficialismo en el poder.
A nivel nacional, el Frente de Todos obtuvo 31,03% frente al 40,02% de Juntos por el Cambio. Es decir, 10 puntos menos.
En la decisiva Provincia de Buenos Aires, la derrota achicó su diferencia, pero también fue clara y elocuente: el oficialismo obtuvo 33,64% frente al 37,99% de la oposición, una diferencia de casi 4 puntos.
No es la primera vez que el peronismo kirchnerista pierde la Provincia de Buenos Aires. En lo que va de este siglo lo hizo en
2009, 2013 y 2017. Pero en los dos primeros casos había ganado en la suma nacional de votos y en la última también, si se suman todos los sectores en los que se presentó el peronismo dividido.
La derrota era lógica. Convergía una crítica situación socioeconómica con fuertes aumentos de la pobreza y el desempleo, la pandemia y la discusión sobre la eficacia del Gobierno al enfrentarla, la llamada “foto de Olivos” que deterioró la imagen del Presidente durante el periodo
preelectoral. Pero en la Argentina no siempre ocurre lo lógico, y la expectativa era la de una elección muy peleada tanto a nivel nacional como en la Provincia de Buenos Aires.
Faltan dos meses para las legislativas y entre las dos elecciones muchas cosas pueden cambiar. En 2017, Cristina ganó las PASO por un estrechísimo margen del 0,2%, y luego perdió la legislativa por 6 puntos. En 2019, Macri perdió las PASO por 16 puntos y después redujo esa diferencia a sólo 8. Los antecedentes próximos muestran que no es imposible revertir un resultado.
Pero el problema más importante que el oficialismo enfrenta para ello es su propio conflicto interno. Ya en la noche de las PASO se hizo evidente. El presidente Alberto Fernández se hizo presente para “poner la cara” frente a la derrota. La vicepresidenta Cristina Kirchner, por el contrario, estuvo, pero no habló. Para intentar recuperar lo perdido, lo primero que tendría que superar el Gobierno es el conflicto interno, que inevitablemente ya está planteado.
Pero en los días transcurridos desde la elección, el Gobierno parece más enfrascado en sus luchas internas, que en definir una estrategia electoral para enfrentar el duro revés sufrido. La rivalidad entre la Vicepresidenta y el Presidente aparece como el problema inmediato a resolver Si no se ordena esta relación, será difícil tener una estrategia eficaz para un objetivo muy difícil de lograr.
El hecho de que se hace necesario renovar las caras del equipo para intentar un replanteo, es casi inevitable si se quiere revertir la situación. Pero los cambios a introducir en el equipo de gobierno en esta nueva etapa aparece como una fuerte discrepancia, aunque las dos visiones coinciden en que destinar más recursos al área social en las próximas semanas debe ser la clave de la estrategia.
Revertir el resultado nacional no parece entrar en el escenario de lo posible. Cambiar el resultado de la provincia de Buenos Aires parece difícil, pero no imposible, aunque la dirigencia oficialista no aparezca hasta ahora con la cohesión necesaria para intentar esta difícil tarea.
*Director del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría.