El amanecer es un buen momento para las preguntas. Hay quienes se escandalizan si tienen oportunidad de oírme decir esa salvajada, pero usted no se me asuste, querida señora. A las seis de la matina a una se le ocurren cosas inesperadas, coloridas, tentadoras como el pecado, que llaman dulcemente a poner los dedos sobre el teclado de la computadora. A veces la muy maldita se opone con todas sus fuerzas. Me refiero a la computadora, usted me comprende. Sostengo, y no soy la única en este mundo, que las computadoras tienen alma, corazón y entendimiento. La mía, más que seguro. En general se porta bien conmigo, pero a veces me odia, sobre todo cuando amanece y vengo a ordenarle che, escribí eso que se me ocurrió. Y a una se le ocurrió de golpe algo que le parece fascinante. Le parece fascinante a una, pero a la compu le parece un disparate y dice cómo venís a despertarme con esa estupidez, ¿eh? Una no le hace caso y ella se venga cambiando las teclas de lugar. Sí, eso hace: no me diga que no es posible porque más que posible es seguro. De modo que me hago la sorda y me pregunto ¿y si el mundo no fuera lo que parece que es? ¿Y si esto no fuera una mesa y aquello no fuera una puerta? Ah, caramba, qué interesante, aunque a la computadora sobre esto que puede ser una mesa le parezca que eso es un disparate sin sentido alguno. Quién sabe. Yo no, por lo pronto, y en estos casos no saber es conveniente porque se puede planear por sobre todas las posibilidades.
Le prometo, créame, poner a esta rebelde en su lugar y contarle con detalles el disparate matinal de hoy.