La que pasó ha sido una semana de “ratificaciones” para la economía argentina. Curiosamente, el puntapié inicial vino desde la política, a partir del discurso del hijo de la Presidenta de la Nación, cuya palabra clave es “irreversible”.
En efecto, Máximo Kirchner dio a entender dos cosas. La primera, que el núcleo duro del kirchnerismo sólo tiene como “candidato” a la Presidenta, lo que implica que cualquier apoyo a otro candidato no será “gratis”. La segunda, que los instrumentos y las banderas de aquel “vamos por todo” se han transformado en “no nos bajamos de nuestras ideas y haremos todo lo posible para que nada cambie, de fondo, después de 2015”. Es decir, un viaje de ida desde el “vamos por todo” al “volveremos, volveremos”.
A partir de este marco político, la política económica ha ratificado lo que viene haciendo hasta ahora. En efecto, por un lado se ha ratificado la política de “reservas cuidadas” del Banco Central que, por ahora, consiste en profundizar el racionamiento de dólares oficiales “baratos”, informarles a los importadores que los dólares que les deben no van a ser pagados en el corto plazo, y sugerirles que, si quieren más dólares, deberán recurrir al mercado oficial más caro, en un desdoblamiento de hecho para las importaciones no imprescindibles.
Obviamente esto implica reconocer precios más elevados en algunos bienes, a cambio de mayor actividad. El resumen de esta ratificación es que, a menos que se consigan dólares financieros de alguna manera, o una “donación” china, el nivel de actividad seguirá cayendo, a un ritmo que dependerá del mix dólares oficiales baratos-dólares oficiales caros, que consigan los productores de autos, electrónica, y el resto de los bienes, y del tamaño de la “deuda flotante” que estén dispuestos a aceptar sus proveedores o sus casas matrices.
Esto lleva a la segunda ratificación. La Justicia norteamericana, más allá de Griesa, está empeñada en que la Argentina cumpla la sentencia que la condena a pagarles a los tenedores de deuda, bajo legislación extranjera, que no aceptaron en su momento los canjes respectivos y que ganaron el juicio, la totalidad de lo que se les debe, al mismo tiempo en que se pague lo que les corresponda a los tenedores de bonos que sí aceptaron el canje y que utilizan el sistema financiero norteamericano para recibir dichos pagos.
En la práctica, y más allá de los apoyos políticos y morales, a menos que la Argentina esté dispuesta a negociar dicho pago por sí o a través de un tercero, el default de julio llegó para quedarse un largo rato, aunque no se mencione la palabra “default” y aunque votemos leyes que intentan eludir la sentencia.
La tercera ratificación vino desde “el lado de los pesos”. El gasto público sigue creciendo por encima de los ingresos, y la diferencia se financia con emisión desde el Banco Central, y ahora también con emisión de deuda desde el Tesoro. Esto implica mantener las presiones sobre la tasa de inflación, y la brecha cambiaria. Y que la oferta de crédito al sector privado se siga contrayendo en términos reales, pese al subsidio a la clase media y la clase alta, para que puedan comprar en 12 cuotas, lo que los pobres –que no tienen tarjeta de crédito o límite para gastar– miran desde la vereda mientras pagan el impuesto inflacionario. La revolución progre de la década termina en lo “regre” que significa ofrecer 12 cuotas para comprar una heladera, y 40% de inflación para los alimentos que hay que poner adentro.
Todas estas “ratificaciones” se sintetizan en la ratificación que indica que, mientras la dinámica económica no desboque en un descontrol nominal aun mayor (aceleración de la tasa de inflación), el Gobierno intentará convivir con la falta de dólares, con medidas de corto plazo contra los bancos –tienen que vender activos dolarizados de su patrimonio–, contra los exportadores –tienen que liquidar las divisas en el plazo establecido, o cuando quieran pero al precio de la fecha original–, contra los importadores –lo que se les debe no se les paga, y lo que quieran importar, más racionamiento o a conseguirlo en el mercado “libre”–, y contra las empresas, en general, con la amenaza de la Ley de Abastecimiento y el cuentito de los complots.
En síntesis, un escenario un poquito peor que hasta ahora.
¿Aguanta? Ya lo sabe, la respuesta es… otro precio.