Sin duda que el gran protagonista de la semana fue Sergio Massa, quien lucha por dejar el rol del “plomero del Titanic” para pasar a ser una suerte de David Copperfield con algunos pases de magia. Un audaz, obviamente. ¿Quién si no se hubiera animado a agarrar el manejo de la economía en el peor momento político de este gobierno? Desde que nació el kirchnerismo, en 2003, fue el rebelde con causa más exitoso. Recordemos: fue el tercero que más porcentaje de votos obtuvo en una elección presidencial.
Claro, corrida Cristina –se podría decir con seguridad al menos de la candidatura presidencial–, el desdibujamiento persistente de Alberto, la poca proyección de Wado de Pedro, Manzur o Capitanich, y la reticencia de Kicillof, cualquier otra alternativa de nombres generaría muchos interrogantes respecto a la candidatura presidencial del oficialismo. Salvo la jefa, ninguno de ellos tuvo jamás un capital político propio significativo como el que construyó Massa entre 2013 y 2015. Pero claro, luego “pasaron cosas”.
Su semana empezó con el polémico control de precios en los supermercados por parte de gremios y piqueteros. ¿A Camioneros se lo ofrecieron, se lo pidieron, o alguien impulsó que le pidieran semejante rol de colaboracionistas con la política antiinflacionaria? Vista su trayectoria, parece raro que haya sido una idea del ministro, el cual puede cometer muchos errores pero no come vidrio respecto al impacto en la opinión pública de estas aventuras tercermundistas. Mucho tiempo le costó construir un gran puente con “el Norte” como para desperdiciarlo así.
El segundo debate en el que se vio involucrado esta semana es por la participación de sus tres diputados en la Comisión de Juicio Político a la Corte Suprema. Por ahora sus soldados van a respetar la disciplina partidaria. Lo que no se cree que suceda es que al ministro lo saquen de su espartana conducta de hablar solo de su tema, recomendación por demás acertada teniendo en cuenta la infinidad de campos minados que tiene más cerca o más lejos.
El tercer punto de la semana fue su intención de buscar un consenso de cerrar paritarias que no superasen el 60%. Esa idea parece haberse muerto bastante rápido, entre las declaraciones adversas y negociaciones de aumentos ya homologadas como la que cerró el gremio de comercio. El mundo sindical dice algo como: “Vos primero arreglá la macro y bajá la inflación, y después vemos cómo nos acomodamos”. Digamos que sería una partida perdida, al menos en el corto plazo. La cuarta cuestión es la recompra de bonos de la deuda, cuya efectividad y objetivos reales está por verse.
Como se verá, ninguno de los cuatro ítems apuntados –aunque en los dos primeros quizá no haya tenido iniciativa– genera polémica. Teniendo en cuenta el marco político en el cual debe administrar, las dificultades propias de su gestión y el carácter temerario del personaje Massa, es muy difícil que no fuese un “piloto de polémicas”. Al hombre siempre le gustó jugar fuerte. No se le puede criticar que sea conservador. Un repaso rápido: se proyecta públicamente desde la Anses; le arrebata Tigre al vecinalismo local; acepta el desafío de la jefatura de Gabinete; rompe con el kirchnerismo y le gana en 2013; subsiste en 2015 siendo el tercero que no se diluyó; juega a senador en 2017, pero queda lejos; se sube al barco ganador de Alberto y Cristina a último momento en 2019; se propone como ministro de Economía cuando se va Guzmán. Está claro que es “duro de matar”.
Nunca perfil bajo, ni timorato, ni quieto, ni dependiente. Pero en la ley biológica de los trade off –ganar en un aspecto de personalidad significa necesariamente perder en otro– su carácter hiperkinésico le genera un excesivo afán de aprovechar lo que le brinda cada coyuntura. Eso es lo que ha generado desconfianza, por la cual le endilgan tres calificativos negativos popularmente conocidos: ventajita, camaleón y panqueque. También le pesan en contra sus vínculos empresariales. ¿Se podrá sacar de encima esos aspectos negativos? Complejo.
Massa navega en un gobierno curioso. La aprobación global del Gobierno sigue estancada alrededor del 25%, pero ha mejorado un poco la expectativa sobre el futuro en los últimos dos meses (dentro de un marco de alto pesimismo). Es decir, es muy difícil salir del cepo que le impone una gestión sumamente deslucida. Los éxitos económicos deberán ser lo suficientemente impactantes como para despertar la abulia popular y permitir despegarse de la succión de Alberto y de Cristina.
En este marco, ¿Massa querrá ser candidato?, ¿le convendrá? Como siempre, son preguntas que no admiten una sola respuesta. Si efectivamente la inflación baja al 3% mensual, no habrá mucho impedimento para que sea el representante natural del Frente. El tema es si no lo logra. ¿Se premiará su racionalidad tardía en un gobierno desmadrado? ¿O se lo incluirá en la misma bolsa sin atenuantes?
Si es candidato solo por descarte, no le conviene, ya que será el ungido para perder porque “alguien tiene que ir”. Si logra mostrar que fue “lo menos malo” de esta gestión, entonces podrá tener algún reconocimiento. En este caso, sí le podría servir para ir, juntar treinta y pico por ciento de los votos, quizás ir a un ballottage y aun perdiendo quedar en el ring para dar otra pelea en 2027. Tratará de vender que “en 2015 obtuve el 20%, ahora en ballottage superé los 40, si Juntos choca la calesita de vuelta, en 2027 es la mía”. En la Argentina todo es posible.
Por lo pronto habla poco, se volvió más formal, se concentra solo en lo económico, trata de no meterse en polémicas políticas que no le sirven, se maneja mucho con los tuits, evita gestos cancheros o risas inconvenientes y, por sobre todo, escucha más a su entorno íntimo, que le ruega mesura.
Cada personaje de la política alimenta sus propios demonios y a veces aprende alguna fórmula para conjurarlos. El punto es si quiere asimilar algún remedio o prefiere jugar a la mancha con aquellos. En esa transición está el líder del Frente Renovador.
*Consultor político. Expresidente de Asacop.