Los feroces atentados que sufrimos en la Argentina contra la Embajada de Israel y contra la AMIA son imágenes tan fuertes que aparecen, frente al público, como la primera vinculación –incluso extraña– entre nuestro país y el terrorismo islámico.
Sin embargo, no son muchos los que conocen –y menos los que recuerdan– que al menos una parte de los cuadros de la izquierda combatiente de los 70, en la Argentina, mantenía estrechos vínculos con las organizaciones más sanguinarias de lo que llegó a denominarse el movimiento antisionista, en el mundo árabe y en sus proyecciones hacia Occidente.
En diciembre de 1973, la revista Militancia, codirigida por el actual secretario de Derechos Humanos, Eduardo Luis Duhalde, en una nota publicada bajo el inverosímil pseudónimo de “Manolo Revuelta”, tras hablar de la “política terrorista” del “ejército y el gobierno sionista”, ya elogiaba a una de las más crueles organizaciones del extremismo islámico, como era Septiembre Negro.
“Comandos palestinos, especialmente la organización Septiembre Negro, tras la que muchos han querido ver grupos de choque de Al Fatah, utilizan la acción directa en cualquier lugar del mundo con una contundente eficacia política”, dice Militancia en su número 29; e inmediatamente agrega que “algunas de esas acciones se destacaron por su ejemplaridad e impacto entre los pueblos árabes”.
El listado que la propia publicación ofrece de esas “acciones ejemplares” está íntegramente compuesto por cruentos atentados contra víctimas e instalaciones civiles. Al final de la “honrosa” lista, Militancia expresa que “estas acciones, junto a muchas otras logradas o fallidas, que serán invariablemente deformadas por la prensa internacional, contarán siempre con la adhesión árabe, servirán para mantener vigilante la conciencia de las masas, afirmarán la independencia de la Resistencia frente a la contradictoria política de los gobiernos árabes y a los planes del imperialismo y el sionismo…”.
No llegó a citar, entre las “hazañas” de Septiembre Negro, porque todavía no se había producido, el secuestro del crucero italiano Achille Lauro, durante el cual la organización asesinó a un anciano inválido, llamado Leon Klinghoffer, y lo arrojó al mar con su silla de ruedas, sólo por su condición de estadounidense y judío. Sin embargo, los conceptos de la publicación no son muy diferentes a los que otros emplean para justificar desde el asesinato de Klinghoffer hasta el atentado contra las Torres Gemelas, como se ve en tantos de sus párrafos:
“Gracias al sionismo y a su influencia decisiva en los centros de poder económico e informativo –dice Militancia–, el gobierno norteamericano puede amenazar con una intervención militar directa sin la oposición del pueblo americano…”
Militancia era un espacio de expresión de Montoneros y de otras organizaciones guerrilleras.
La acción de Montoneros en el Líbano, entre 1977 y 1979, fue relatada por el periodista Marcelo Larraquy, la escritora Cristina Zuker –hermana de un joven desaparecido– y el ex montonero Juan Gasparini, entre otros.
Los Montoneros habían formado una joint venture con la Organización para la Liberación Palestina y su rama militar Al Fatah.
La OLP aportaba los campos de entrenamiento, instructores militares y misiles. En contraprestación, Montoneros instaló una fábrica de explosivos plásticos en el sur del Líbano. Larraquy agrega que la fábrica funcionaba bajo la dirección de un ingeniero químico argentino, con un doctorado en explosivos en el exterior.
Es obvio que si el pago de Montoneros eran los explosivos plásticos, estos productos iban destinados al terrorismo islámico. ¿No sabía Montoneros cuál sería el destino de los explosivos plásticos, que no son para la guerra sino para la comisión de atentados terroristas contra víctimas civiles?
Los atentados contra víctimas civiles están incluidos –según las circunstancias– entre los crímenes de guerra y los delitos de lesa humanidad. Su logística no escapa a esa calificación.
*Abogado.