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despedidas

Si te alejas, espérame

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No tengo mucho rock. El y yo nos hemos cruzado en esta vida como pasajeros desconfiados, mirándose entre sí sólo por la abulia que da el viaje. No he creído en su discurso antisistema, primero porque los hechos, las frivolidades y las discográficas lo desmienten en un santiamén, y segundo porque la propia estructura del rock es más férrea y más cuadrada que el propio sistema que delata. No obstante –y tal vez precisamente porque sus límites son cortos, y porque el rock juega con destreza en las legiones de lo popular– de vez en cuando surgen en sus causas de mil colores poetas habilidosos que saben hacer con las palabras, con la música y con el tiempo en que estas palabras se repiten y amontonan prodigios memorables.

Mi mujer es en sus ratos libres una rock star y la acompaño con alegría a todos lados. En sus años de Niceto conocimos a Adicta, tal vez la banda más singular que haya surgido en estos años de glam, pop y dark. Su disolución es de lamentar, pero mucho más lo es la desaparición física de Toto. Se quitó la vida; sus letras no eran sólo pose y palabras acumuladas con sensibilidad en los intervalos ríspidos del género: estaba triste en serio.

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La banda se reunió a cantar por última vez estas canciones extraordinarias. El desfile interminable de amigos –Lucas Martí, Pángaro, Isol, Dani Umpi, entre otros, que ocuparon el lugar vacío de Toto– hizo de este concierto el funeral más alegre y más digno al que pueda aspirar un mortal. Irse así, pidiendo prestada la intensidad del rock, es la manera en la que deberíamos aspirar a morir todos.

Rudie Martínez, firme y conmovedor al mando de esta nave espacial fuera de órbita, recordó a Toto con intensidad; mientras más de mil personas que prescindimos de la semifinal de la Copa América coreábamos los temas, Rudie deslizó con triste ironía que las discográficas no los editaban porque decían que no tenían ningún hit. Es que todas las canciones de Adicta son hits y no se pueden borrar de la memoria: otro raro mérito exclusivo del rock. A Toto no le interesaba la estructura de dos estrofas, puente, estribillo y vamos de nuevo, sino que se aventuraba en desgarrados poemas libres, donde la superposición de sentidos ocurría al tajear la coraza indestructible del rock: en fraseos aparentemente sencillos (“Cualquier rumbo te lleva/ si te alejas/ oh, espérame/ si te alejas/ oh, espérame”) nótese que depende de dónde ponga la pausa la música se dicen varias cosas a la vez. Estas canciones abiertas se transformaron en himnos profanos para una generación melancólica e indie.

Isol canta como una médium y lleva a nuestra hija por venir en su vientre; todo Niceto tiembla de gozo y de emoción ante la panza, el “¡no abandones ahora!” y el vestido de rock star. Recojo de la web los videos de celulares y espero que este formato de píxeles aún sea legible en unos años para poder mostrarle a nuestra niña dónde estaba ella, dónde su madre y dónde su padre la noche aquella en que despedimos a Ciudadano Toto.