La identificación es el misterio más grande de la supuesta magia del cine. ¿Por qué raro camino de la moral, las convenciones o el gusto elegimos pensar el drama de un otro como el propio?
Siete cajas, la película que parece haber cambiado la historia del cine guaraní, tiene sin duda más de un mérito pero probablemente el más curioso sea el del menjunje ideológico. La película “decide” que su héroe será el joven frágil y bastante lerdo de entendederas (que inspira compasión y al que defenderemos aunque se meta en los mismos crímenes que condenaremos en los otros personajes), mientras que el villano será un héroe muy similar, el otro changarín pobre y taciturno, pero capaz de perseguir a tiros al protagonista por el atiborrado y colorido mercadito. Es la trampa más estrafalaria del film: uno, el héroe, quiere el dinero porque le urge comprarse un celular. El otro, el villano, lo necesita para la insulina de su hijito. El mapa de motivaciones, premios y castigos está alterado (el héroe sueña con aparecer en televisión y lo consigue) y el film todo (su peripecia) se empeña en ocultar la alteración. ¿Es un error vulgar o es algo sencillamente extraordinario? No llego a darme cuenta y me odio por ello: si fuera la obra de un cineasta reconocido no dudaríamos de su elección desencajante. Pero es una producción modesta, en guaraní, surgida de la pobreza y el desencanto.
Comparto mi preocupación y mi problema: esperamos grandes y valientes gestos de los grandes, y otorgamos poco changüí a los experimentos tecnológicos de pequeña escala. Algo anda medio mal.