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escena politica

Siguen apareciendo caras nuevas

Esta elección ratificará liderazgos políticos ya establecidos y tal vez marque el inicio de la declinación de otros. Pero también convalidará nuevos liderazgos que asomaron en los últimos años. El espacio político lucirá bastante al de una década atrás.

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Esta elección ratificará liderazgos políticos ya establecidos y tal vez marque el inicio de la declinación de otros. Pero también convalidará nuevos liderazgos que asomaron en los últimos años. El espacio político lucirá bastante al de una década atrás. Casi ningún político surge de la nada; aunque el famoso personaje de Desde el jardín, Gardiner, aflora frecuentemente en las conversaciones cotidianas, en el mundo real hay pocos Gardiner. Pero hay muchos que cobran notoriedad en el juego de la política nacional después de años de haber actuado en ámbitos locales o de haber mantenido un bajo perfil. En el reparto estelar de este espectáculo, como en el “Gran Cuñado”, algunos que quisieran estar no están y varios que no venían respaldados por una larga trayectoria de pronto aparecen.

Un recuento poco sistemático de los dirigentes que quedarían instalados como protagonistas de la escena política sugiere que hay cada vez más “nuevos”, gracias a la declinación de los partidos políticos. Con partidos fuertes y organizados, las oportunidades para ingresar a la política desde afuera eran reducidas. Posiblemente en los años 90, bajo la presidencia de Carlos Menem, comenzó una tendencia a llenar espacios vacíos con nombres nuevos para la política –a menudo conocidos por el público en otros ámbitos–. Salieron nombres que alcanzaron protagonismo y lo mantienen: Reutemann, Ortega, Scioli, y otros que fueron puestos a prueba o se autoexpusieron, sin éxito.

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Pero el hecho de provenir de la carrera política o de otros campos no define ese carácter de “nuevo” que la opinión pública atribuye a algunos dirigentes. Lo distintivo en esta dimensión es la percepción de que alguien forma o no forma parte del pelotón de los protagonistas, que encarna en algunos aspectos una suerte de renovación de liderazgos. El mapa está cada vez más plagado de esos espacios vacíos, oportunidades para que nuevas caras emerjan ocupándolos y encarnando eventuales nuevos liderazgos. Un ejemplo notorio es Néstor Kirchner. En 2003, candidato presidencial ya ungido como el “caballo del comisario” por el presidente Duhalde, poca gente lo conocía. En pocos meses pasó de un alto grado de desconocimiento a entrar al ballottage, de donde saltó a la presidencia de la Nación, y fue súbitamente acogido por la sociedad como un “nuevo” esperado con entusiasmo. Hacía muchos años que Kirchner era un político de pura cepa, pero la opinión pública nacional lo definía como nuevo. En esos años estaba en boga la ambigua expresión “que se vayan todos”; no hay duda de que la sociedad argentina no la aplicó a Kirchner. En la misma categoría de “nuevos”, entraron aquel año Ricardo López Murphy y Elisa Carrió, ambos procedentes de la UCR, el primero con actuación pública de bajo perfil (aunque ya había sido ministro del Ejecutivo y tenía una larga trayectoria política) y la segunda con notoriedad legislativa pero cuestionadora de la dirigencia que conducía su partido.

En 2003 se selló el acta de defunción de los partidos. La decisión de no convocar a internas del Partido Justicialista generó una situación crítica en ese sector que hasta hoy no está resuelta; guardó en un cajón 20 años de vida democrática dentro del peronismo y reactualizó el principio de los personalismos en desmedro de las corrientes internas. En la UCR ocurrió algo parecido. No hubo una decisión de que cada uno corriera por su lado, pero a los efectos prácticos fue así: López Murphy y Carrió, críticos del status quo del partido, se llevaron los votos radicales –entre ambos sumaron 32 por ciento, votos, mientras el candidato oficial del partido, Moreau, quedaba con un 2 por ciento–. El proceso se agudizó después: en 2003 aún varios gobernadores e intendentes radicales conservaron sus votos; en los años siguientes el partido también los dejó de lado, se fueron –el más notorio de ellos, Julio Cobos– y con ellos se fueron esos votos remanentes, con lo que el radicalismo terminó de vaciarse.

Así estamos hoy: millones de votos sin orientación partidaria, sin otra brújula que la televisión –seria o cómica–, campañas que alimentan más al mundo del espectáculo que al mercado de la oferta y la demanda política. En ese trasfondo, nuevos dirigentes salen a escena. Allí están, junto a muchos conocidos desde hace tiempo, algunos que surgieron en los 90 y otros en 2003, que para la sociedad son los “nuevos” de la política: Cobos, De Narváez, Michetti, Pino Solanas, entre otros, disputando bancas, liderando proyectos o expresando ánimos ciudadanos.

Si estos nuevos protagonistas imaginan que la trama de la tragicomedia que protagonizarán continuará desarrollándose sin organizaciones estructuradas, ajustadas a reglas y principios, alimentadas de ciudadanos con vocación de participación, o si serán capaces de recrearlas, es una incógnita absoluta. En alguna medida, el destino político de la Argentina depende de lo que hagan o dejen de hacerlo en ese plano.


*Sociólogo.