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Silencio, estallido, silencio

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Cada superclásico que se juega me remite a aquella semifinal por Copa Libertadores de 2004. Cada River-Boca que se disputa me lleva a esa noche en el Monumental, donde tuve la fortuna de dirigir. Ese partido venía con el antecedente inmediato de la cancha de Boca, donde Marcelo Gallardo había arañado en la cara a Roberto Abbondanzieri, y el clima en la semana estaba muy tenso. Al final, la definición no tuvo grandes escenas de violencia, y con mis asistentes pudimos controlar las acciones.
De aquella noche me quedaron dos recuerdos que nunca volví a experimentar. Cuando Carlos Tevez convirtió el empate, sentí un silencio atroz como jamás en ningún estadio había sentido. Y cuando Cristian Nasutti le dio el triunfo a River en tiempo de descuento, presencié el estallido más grande que había vivido hasta ese momento.
Ese control que tuvimos con mis asistentes esa noche en el Monumental, a pesar de las presiones que sintieron todos los protagonistas durante la semana, fue lo que le faltó a Germán Delfino el jueves por la noche. Si bien tuvo algunos aciertos, como en el penal que Marín le cometió a Pity Martínez, durante el resto del partido no supo poner límites y permitió el juego brusco en exceso.
Cuando el árbitro falla en el control disciplinario, los jugadores lo detectan y se imponen las faltas. Y con más razón cuando se trata de un partido de estas características, cuando hay tanto en juego. Delfino perdió una oportunidad. En la carrera de los árbitros hay partidos que son bisagras, que marcan un antes y un después. Aquel River-Boca de 2004 por la Libertadores me permitió viajar a dirigir la Copa América en Perú. Me marcó de manera positiva. Delfino, en cambio, tenía la chance de mostrarse como un árbitro con autoridad, tal vez de reivindicarse, pero la desperdició.
Lo noté toda la noche con gesto adusto, como enojado. Y ésa no debería ser la forma. La mejor forma de aflojar las tensiones es hablando con los jugadores de buena manera. Para demostrar autoridad, no se necesita salir a la cancha con una cara irritable o gestos desagradables.

*Ex árbitro internacional.