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Sin aliento

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Salvo casos excepcionales, los escritores argentinos no solían dedicarse a la nouvelle, ese género híbrido entre el relato y la novela. Y sin embargo, de un tiempo a esta parte, mucho de lo que se publica viene en formato de novela breve o “novelitas”, como llama César Aira a sus libros que, por lo general, se mueven dentro de esa extensión. Y en varios sentidos se agradece esta suerte de moda de la literatura en frasco chico (lectura ideal de un fin de semana, de un viaje, que cabe en el bolso de mano y para la cual no hay que talar demasiados árboles), que contiene el tempo del relato y la respiración de la novela: libros que desde su apariencia evidencian una sana falta de presunción, que no es lo mismo que falta de ambición.

José María Brindisi (Buenos Aires, 1969) es escritor y crítico literario, y autor de los cuentos de Permanece oro y las novelas Berlín y Frenesí. Ahora, después de algunos años sin publicar, reaparece con la nouvelle Placebo, una historia de 99 páginas que no se detiene un segundo (literalmente: la novela no tiene un solo punto y aparte), un torrente de pensamiento y reflexiones al mismo tiempo enfermizo y adictivo. En una entrevista reciente, Brindisi declaraba que esta vez decidió escribir así porque pensaba que lo reclamaba la trama: “Esa angustia es parte del entramado de la novela, no es un mero ejercicio de soltar al personaje a que le pasen cosas. Si para el protagonista no hay respiro, que tampoco lo haya para el lector”.

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El protagonista de Placebo es Lucio, un empresario de 52 años que se pasea entre Buenos Aires y Tigre (adonde viaja con su mujer actual, Cecilia, a quien aborrece) a bordo de su Audi último modelo, mientras recuerda momentos luminosos de su juventud, asiste a la lenta muerte de su mejor amigo (que agoniza en una clínica de la ciudad), visita a su madre (internada en un geriátrico), y mantiene furtivos encuentros con su amante. Y todo a su alrededor, por encima y por debajo de su cada vez más lábil membrana de cordura, crece, con un movimiento arborescente, la silueta de la muerte. No de una muerte, sino de todas: la de su amigo que acecha, la de su ex mujer, misteriosa y lacerante, la de su madre, que sobrevendrá algún día, la de su mujer, simbolizada en las carnes blandas que advierte por debajo de su camisón transparente y que le repugnan.

Lucio es un dandy cobarde, un burgués exitoso y frustrado, un diletante de la literatura que se apasiona con las historias de Poe, Maupassant y Stevenson, en desmedro de la obra de Faulkner, a quien considera un imbécil (seguramente una broma del propio Brindisi, cuyo libro tiene una relación de mayor afinidad con el estilo narrativo desbordante del último que con el seco y puntuado de los primeros). Lucio: el calco perfecto de la figura en la que muchos tememos convertirnos con el correr de los años. Placebo es la novela que Michael Haneke leería con gusto y adaptaría para sumar una pieza más a ese friso incómodo que es su filmografía, un ventanal a través del cual ver los diversos grados de alienación al que el hombre es condenado por la guerra o el capitalismo. Tiene, incluso, uno de esos cierres a los que el director austríaco-alemán nos tiene tan acostumbrados: un final, valga la paradoja, tan inesperado como al mismo tiempo imprevisible y brutal.