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sufren las pymes

Sin dólares, el Gobierno prioriza el relato

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Resulta al menos curioso que un gobierno que se caracteriza por pedirles a las empresas información de precios, planes de inversiones y producción, declaraciones anticipadas de importaciones, detalle de flujos de liquidación de exportaciones; que  centraliza decisiones en muy pocos funcionarios; que elabora planillas de cálculo y “matrices insumo-producto”, que tiene todo bajo control y estudiado, sorprenda al sector privado, dejando, de un día para el otro, y sin previo aviso, de vender dólares para importar. ¿Qué evento inesperado alteró la planificación centralizada y coordinada? ¿Se cayó el sistema? ¿O los dólares de las reservas los cuenta el Indec?
Si para el Gobierno valen tanto las expectativas para crear corridas o profecías autocumplidas, interrumpir, de pronto, el normal abastecimiento de divisas, es una pésima señal. ¿Será un complot de los propios funcionarios?  ¿O la intervención de algún agente de Kaos? (perdón por el viejazo, y la koincidencia).

Pero más allá de la curiosidad y las humoradas, lo cierto es que la llamada “restricción externa” de la economía argentina se muestra, en estos días, en toda su magnitud.

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En efecto, a la economía argentina, bajo este marco regulatorio (cepo), esta “flotación administrada” (en castellano, devaluación a un ritmo inferior a la tasa de inflación esperada), y con esta política monetaria y financiera (emisión para financiar el déficit, colocación de deuda del Banco Central, para sacar parte de la liquidez, y tasa de interés pasiva, también por debajo de la tasa de inflación esperada), le faltan dólares, dados los pesos. A esta falta de dólares “endógena” hay que agregarle un mundo que demanda menos bienes argentinos y a menor precio.

Por supuesto, bajo otro régimen, fiscal, monetario y cambiario, aun en esta situación externa adversa, dólares no faltarían. Dado el stock de dólares que tenemos los argentinos y dada la capacidad que, insisto, bajo otra política económica, tendrían tanto el sector público o el sector privado de obtener fondos frescos a plazos y tasas razonables.

Por supuesto también que esa otra política económica implicaría reconocer los “verdaderos” precios de la Argentina.

No sólo el precio del dólar, sino también el precio de la energía, el precio del transporte, el precio de los bienes que se exportan e importan, y, en síntesis, el verdadero precio del salario y las jubilaciones medidos en dólares.

Pero ese reconocimiento arruinaría el relato. En vez de ello, el Gobierno ha preferido ajustar con menor nivel de actividad (menos importaciones es menos producción), menor empleo privado, y serias dificultades en las economías regionales. Además de generar problemas sectoriales importantes, al introducir ruidos muy fuertes entre proveedores internacionales y clientes locales o entre proveedores locales y clientes internacionales.

Obviamente, las principales perjudicadas, en materia sectorial, son las pequeñas y medianas empresas (las pymes sobre las que los funcionarios públicos se llenan la boca en sus discursos), dado que tienen menor capacidad de maniobra en sus relaciones con el exterior, sea como exportadores que requieren insumos, para los bienes que exportan. Sea como importadores de insumos críticos para la producción local.
Pero bueno, queda claro que, siendo la prioridad el relato, la política económica del Gobierno prefiere soportar menos nivel de actividad y empleo privado, y mantener el set de precios relativos de la Argentina artificialmente desenfocado.

Es probable que el Gobierno especule con concentrar la oferta de dólares y un impulso a la actividad más cerca de las elecciones y el fin de mandato, como un boxeador que, sabiéndose en inferioridad de condiciones, administra sus fuerzas, intenta que pasen los rounds, y se guarda el último esfuerzo, para ver si, sobre el final, logra “meter una mano salvadora”.

Sin embargo, esta estrategia de priorizar el relato, aun a costa de actividad y empleo, y administrar las reservas con cuentagotas y swaps chinos, no sólo agrava el futuro sino que, dado que las decisiones de los ciudadanos y empresas tratan de anticiparse, puede terminar perjudicando el presente, incrementando, entonces, aún más, la brecha entre el relato y la realidad. En otras palabras, el boxeador se puede quedar sin aire y no llegar a pegar el golpe fortuito del último round.