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Sin él

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Su última visita a Perfil: El cortejo fúnebre de Alberto Fontevecchia pasa por el edificio de Perfil antes de dirigirse al cementerio Jardín de Paz, el domingo pasado. | Marcelo Silvestro

Sin él, Editorial Perfil no se hubiera fundado. Y sin él quizás hubiera dejado de ser lo que sigue siendo, de caer en manos de terceros al no poder atravesar las diferentes crisis a lo largo de sus 46 años de existencia.

Fue él quien cubrió mi ausencia hasta el regreso de la democracia, cuando en 1982 la clausura de la revista La Semana derivó después en mi orden de arresto, y pasé un año en el exilio. 

Fue él también quien tres años antes, en 1979, mientras estuve detenido en El Olimpo, sostuvo a todos atravesados por un estado de pánico. 

Y fue él también quien cubrió mi ausencia en 1988 y en 1994, los dos años en que viví en San Pablo fundando Perfil Brasil. 

Su sueño: cumplir 50 años dirigiendo la revista que fundó, Weekend. Y lo pudo cumplir este año

Pero mucho más importante aún, fue él quien con su ejemplo todo el tiempo me hacía (y continúa haciéndolo) sentir responsabilidad transgeneracional, una idea de obra que va más allá del tiempo vital propio, como probablemente sean todas las empresas que perduran durante muchas décadas conducidas por los mismos accionistas o sus herederos.

Solo en los años 90 rechacé tres veces ofertas de compra de Perfil: en 1996 de Clarín, en 1998 del CEI (Telefónica-Citigroup) y en 1999 de Televisa de México. Y en la Argentina desvalorizada del derrumbe de la convertibilidad, tras su colapso en 2002, y desde 2003 con los tres períodos presidenciales de discriminación kirchnerista (única empresa de medios que pasó 12 años con cero de publicidad pública), invirtiendo en su subsistencia y desarrollo para que no se marchitara mucho más de lo que la empresa económicamente iba a valer. Sin vender, sin dejar de hacer periodismo, sin ceder.

Todos esos años muchas veces me preguntaba si hubiera hecho lo mismo en el caso de que mi padre (y su álter ego: mi madre) no hubiera estado. Tiendo a creer que no. Que su mirada exigente hacía imposible la mínima duda sobre lo que se tenía que hacer: seguir, siempre.

Él me repetía todo el tiempo: “No dejes de trabajar nunca”. Pupilo en una escuela de curas, él tenía bien clara la dimensión no económica y teleológica del trabajo para la Iglesia. Nunca fue meramente material, el trabajo fue siempre existencial para él, y eso vive en mí.

La dimensión no económica del trabajo es su legado en Perfil. Existencial y nunca meramente material

Él quería cumplir 50 años dirigiendo su revista, Weekend, y el último Día del Padre, cuando ya había logrado su meta del medio siglo, se puso contento cuando le regalé un cuadro con la tapa del número 1 (en el número 2 yo fui su modelo de tapa, con 16 años), que colgó en el living de su casa. 

Vender Editorial Perfil hubiera significado no cumplir su deseo y ahora, sin él físicamente, comienza otro desafío. Seguir sintiendo su mirada exigente que haga imposible la mínima duda sobre lo que hay que hacer: seguir, siempre.

Él no era un periodista típico, se sentía editor y gráfico. La política lo atraía menos que el deporte, pero siempre quiso que Editorial Perfil tuviera un diario. Me llevaba de chico al desaparecido diario El Mundo, desde donde varios de los periodistas de sus revistas de fútbol escribían crónicas de partidos como segundo trabajo. En los años 80 quiso comprar el diario La Prensa cuando ya estaba en su ocaso, antes de que lo adquiriera Amalia Fortabat y lo relanzara. No pudo.

Nadie estaba más feliz que él cuando se lanzó el diario PERFIL, el 9 de mayo de 1998. Con el orgullo gráfico de que además se imprimiera en la imprenta de Editorial Perfil. Nadie más triste que él cuando meses después no se lo pudo continuar. Y, nuevamente, nadie más feliz que él el 11 de septiembre de 2005, cuando se volvió a lanzar desde entonces como bisemanario, los sábados y domingos.

El 9 de mayo próximo se cumplirán 25 años de aquel primer diario PERFIL de 1998 de todos los días y me comprometo a hacer todos los esfuerzos para que vuelva a salir en papel todos los días también en su homenaje. Ojalá podamos (el domingo pasado, justo otra edición aniversario, fue la primera vez en mucho tiempo que no escribí la columna de contratapa).

Fue él quien compró en 1984 la planta –por entonces de arvejas Valle de Oro– donde hoy funciona el edificio de Editorial Perfil. Le gustaba mucho venir todos los días, lo que hizo hasta que la pandemia se lo impidió. Le gustaba “controlar” desde su oficina vidriada la entrada de camiones con papel, además de recorrer el edificio saludando y haciendo chistes a todos. Su falta nos deja en toda la editorial un agujero emocional infinito.

Durante los últimos meses cada noche que comíamos, como si el tiempo no hubiera pasado, su cuestionario era el mismo de siempre: ¿cómo está Perfil? Y cada tanto hacia que su secretaria lo fuera a buscar con un chofer y venía a estar un par de horas en su oficina para saludar a todos. La última semana, antes de su internación en la Fundación Favaloro, iba a venir pero no pudo. 

Para cumplir lo que sería su voluntad, el domingo pasado su cortejo fúnebre, antes de ir al cementerio Jardín de Paz, pasó por Editorial Perfil.

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Sin él, sin mi padre, sin Alberto Fontevecchia.