La economía argentina se está recuperando de la recesión de 2009 a tasas chinas. De la mano de una cosecha de soja récord, después del desastre climático de 2009, un marco financiero internacional “tranquilo” (antes de la crisis del euro) y un Brasil traccionando al complejo automotor local, los meses que van desde octubre de 2009 hasta mayo de 2010 fueron extraordinarios.
A ese panorama privado tan excepcional, el Gobierno se encargó de sumarle una nueva expansión del gasto público, financiada no sólo con impuestos y el saldo de los “ahorros expropiadores” de los últimos años, sino también con la emisión monetaria del Banco Central. Esto último permitió convalidar un salto en el nivel general de los precios en los primeros meses del año, ahora en cierta calma estacional.
La síntesis de esta historia: recuperación fuerte en un contexto de alta inflación.
Pero este escenario empieza a complicarse. Por un lado, el contexto internacional tan favorable en los últimos meses ha empezado a cambiar, a partir de la crisis del euro. Ya no está tan claro que el Estado consiga financiamiento externo para renovar deuda y gastar más, lo que obliga a pensar en más uso de las reservas internacionales del Banco Central y en más uso de la emisión monetaria –más presión sobre los precios– y de los bolsillos locales de financiamiento: crédito interno, Anses, etc.
A este panorama financiero, hay que agregarle que Brasil, habiendo recibido también el cimbronazo griego, frenó la revaluación de su moneda y la devaluó algo, creando presión sobre la rentabilidad de los sustitutos locales de importaciones y sobre la competitividad de nuestras exportaciones a ese país –por el diferencial de inflación interna y porque el valor del dólar en pesos, para evitar presionar más sobre los precios internos, se mantiene relativamente estable–.
De allí que el Gobierno saliera, desprolijamente, como siempre, y sin medir las consecuencias desde el punto de vista de las represalias –cuestión que advertí desde esta columna cuando se anunció la medida– a intentar restringir “extraoficialmente” las importaciones. Pero este cambio de escenario internacional, hasta ahora, y mientras se mantenga en este nivel, no parece suficiente, afortunadamente, como para amenazar la recuperación argentina, aunque sí para atenuarla.
Lo que amenaza más esta recuperación, en cambio, es el efecto “fin de mandato” y la incertidumbre institucional y, sobre todo, la propia inflación y sus efectos sobre la percepción de dólar bajo. Cuando el kirchnerismo asumió su primer mandato, la economía argentina presentaba una alta capacidad ociosa, alto desempleo y un tipo de cambio real “recontraalto”.
Eso permitió, por un tiempo, que la Argentina creciera usando lo que ya tenía, más la inversión surgida, en general, del capitalismo de amigos y de una muy ineficiente –por sobrecostos– inversión pública.
En general, la inversión “de los demás” se concentró en proyectos de rápida recuperación y respondiendo más a presiones de la demanda que a planes para incrementar la oferta.
Ahora, en cambio, las cosas son muy distintas. La economía funciona prácticamente en pleno empleo. De manera que si aumenta la demanda, aumenta la presión sobre los precios y no sobre las cantidades. Y, a su vez, el tipo de cambio real, por la inflación local y el freno a la revaluación del real y el euro, que ya comentamos, ya no es “recontraalto”.
Mientras tanto, los amigos empiezan a dudar si siguen invirtiendo, dado que no saben si el kirchnerismo podrá mantenerse en el poder. “Los demás”, por su parte, frenaron sus inversiones por dos razones. Primero, tampoco están seguros de que los K se vayan en 2011 y, segundo, dada la percepción de un tipo de cambio real más bajo y de una aceleración inflacionaria, y dado que se financian, en general, con capital propio, no quieren arriesgar nuevos fondos con dudas de su recupero en moneda fuerte.
Con este panorama, la inversión no es lo suficientemente grande como para sostener un crecimiento a tasas chinas –los chinos invierten más del doble que nosotros en términos de PBI–. Lo que cabe esperar, entonces, es que esta fiesta empiece a perder inercia en los próximos meses, a menos que pase algo que vuelva a demostrar que Dios es argentino. Pero, en el mediano plazo, sin más inversiones no hay paraíso.