Llegar hasta Carlos Ischia no fue fácil para Pedro Pompilio, flamante presidente de Boca. Porque su elegido era Guillermo Barros Schelotto. Pero Juan Román Riquelme le dijo a Pompilio que “ni loco” trajera al Mellizo y, obviamente, Pompilio, no lo trajo, “ni loco”.
Después, Bianchi. Sí, Carlos Bianchi, el Gran Virrey. Inmediatamente, Pompilio pensó dos cosas. Primero, en cuánto le debe Macri a Bianchi. Le debe, nada menos, que su puesto de Jefe de Gobierno. “Mirá si conmigo gana todo eso”, les deslizó Pompilio a sus íntimos. “Me quedo a vivir acá”, pensó. Para esto no le hace falta Bianchi. Hace diez años que en Boca no hay elecciones.
El apellido Bianchi fue apedreado mediáticamente por Diego Maradona porque “es amigo de Cóppola”. Es muy raro que Diego diga algo –equivocado o no– sin un argumento que lo sostenga. Este fue el caso. No resulta serio para vetar a un tipo que tiene la historia que Bianchi tiene en Boca. Y más grave es si pensamos que Diego lo dijo desde su lugar de asesor de la comisión directiva del club.
Finalmente, Bianchi dijo que no. Algunos sostienen que jamás volvería con esta comisión, otros que no tiene ganas de enfrentarse todos los días con Maradona ni con periodistas que le pregunten todos los días por Maradona.
Sin embargo, puso una semillita. Recomendó a Ischia, su fiel escudero de tantas y tantas conquistas. A Pompilio –también ladero, pero en este caso de Macri– le pareció fantástico. Maradona declaró públicamente que Ischia no reunía las condiciones para dirigir a Boca. Pompilio se mantuvo firme. Ischia le vino bárbaro para terminar con la operación del “basilismo” que intentó poner a Jorge Ribolzi como sucesor de Russo. Carlos Ischia arriba a Boca con un inconfundible aroma a Bianchi. Llega con Julio Santella (estará sólo en el primer semestre del 2008), el estupendo preparador físico que Bianchi e Ischia tuvieron –además de en Boca– en Vélez, en sus tramos de jugadores y entrenadores.
Pedro Pompilio deberá soportar ahora los embates de Maradona. A la luz de la decisión que tomó, no le importa demasiado. Más aún: al igual que Macri, no quiere a Maradona. Lo prefiere sentadito en el palco antes que cercano a las decisiones importantes.
La salida de Russo –anticipada desde estas líneas hace ya dos semanas, antes de la final del Mundial de Clubes con Milan– le deja a Ischia algunas tareas por concretar, más allá de que el plantel de Boca empezará la pretemporada el 7 de enero con un dato positivo: el regreso de Riquelme. La presencia de Ischia, seguramente, contó con su aprobación. Porque si Riquelme funcionó maravillosamente con Bianchi, mucho tuvo que ver Ischia. Y si Román está cómodo, va a rendir muy por encima de la pobreza franciscana de nuestro fútbol. La va a romper.
Ischia sabe que con la ida de Krupoviesa al Olympique de Marsella no le traerán un reemplazante, sino que deberá buscarlo entre lo que tiene en casa. Lo mismo ocurrirá si Neri Cardozo se va al América de México, si Ledesma decide emigrar o si Silvestre, Maidana, Migliore o el propio Banega buscan nuevos rumbos. Cuando el entrenador de un cuadro grande decide o se ve obligado a subir a un chico de inferiores, casi no puede equivocarse.
Adonde tendrá ventaja es en la relación con los mayores. Hugo Ibarra no se llevaba bien con Russo. Ischia cuenta, al menos desde el vamos, con un glorioso pasado boquense en común. Martín Palermo es otro desafío para el flamante entrenador. No está jugando bien, tal vez por la obsesión de superar la marca de Cherro, Varallo y Tarasconi en la carrera por ser el máximo goleador de la historia xeneize. La titánica tarea de Ischia consistirá en convencer a Palermo de que si juega para el equipo, como jugó siempre, es probable que alcance la cifra de goles que busca. Lo que es seguro es que Boca ganará, lo único que importa.
Las presencias consolidadas de Caranta, Banega, Morel Rodríguez y sobre todo, este último buen tramo de Palacio son méritos de Russo que Ischia debería mantener.
De todos modos, los jugadores de Boca son los que deben hacer una severa autocrítica. Hasta ahora, La Volpe es el responsable de no haber ganado un torneo que estaba casi adentro y Russo hizo buenas campañas, pero no obtuvo títulos por méritos propios, si es que se abona la teoría de que la Copa Libertadores 2007 “la ganó Riquelme”. Llegó la hora de que los futbolistas se miren a la cara, se digan lo que se tienen que decir y arranquen de cero. De lo que allí surja y de las decisiones que tome Ischia, se sabrá si el nuevo técnico tiene espaldas para aguantar el peso del Mundo Boca, ese Mundo Boca que se tragó a Benítez, Brindisi, La Volpe y Russo.
Ahora, Boca está en una etapa de transición. Se están yendo los gloriosos y se avizora la llegada de una nueva camada. En el medio, hay que afrontar el Clausura 2008 y la Copa Libertadores. Ischia deberá elegir bien los momentos y, sobre todo, los jugadores y la táctica. Al igual que Pompilio, la historia que tiene en Boca es como segundo, no como cabeza de grupo. No tiene margen de error.
Y tampoco lo tiene a Bianchi.