COLUMNISTAS
eufemismos

Sobre la muerte de las abejas

Con la misma foto, los diarios ilustran y replican la noticia: han muerto setenta y dos millones de abejas.

Imagen Default de Perfil
Portal Perfil.com | Perfil.com

Con la misma foto, los diarios ilustran y replican la noticia: han muerto setenta y dos millones de abejas. En una noticia local, ocurrió en Loma Bola, Traslasierra, Córdoba. En otra, es en Valencia, Murcia y Andalucía y se debe a las fumigaciones de las plantas con carozo. Si esto les ha pasado a las abejas, no me quiero imaginar qué les pasará a los que coman las ciruelas, melocotones y damascos.

Pero la foto es la misma: unas manos abiertas que sacan cadáveres de abejas como si fueran ceniza vieja de una colmena inane. No es que dude de las malas noticias. Si son malas, suelen ser verdad. Pero dudo de la manera en la que se busca generar el impacto.

Tampoco sé cuánto son setenta y dos millones. Las noticias dicen cuántas han muerto pero no cuántas han quedado vivas. Como la muerte es masiva, se les atribuye instintivamente a los agroquímicos y no a una secta de Abejas de Dios dentro del mundo apícola. Pero también a las antenas de telefonía, a los planes de Monsanto para acabar con el propóleo y reemplazarlo por un químico que venda su socia, Bayer, y a otras muchas rarezas planetarias.

Esto no le gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

En todo caso, la muerte de las abejas es tristísima. Laboriosas, peligrosas, necesarias, siempre se me ha antojado que las colmenas se parecen a las ciudades y que las abejas se parecen a los humanos.

Otra cosa me preocupa también: la prohibición legal de hablar de “agrotóxicos” hasta que se pruebe su existencia y la imposición de denominarlos apenas “agroquímicos” mientras las especies, o Santa Fe, desaparecen. Son las palabras, una vez más, las que construyen el mundo y no al revés. Hoy quedó más o menos demostrado en el confuso episodio en el que Caputo abandonó la indagatoria que se le hacía sobre supuestas sociedades offshore para hacerse cargo de otros asuntos que requerían su mayor atención. Y toda la acusación de regentear trescientos palos verdes de sociedades offshore le debe haber parecido irrelevante. Incluso usó la palabra “legal”: las cuentas offshore no estarían prohibidas, siempre que uno declare cuánto tiene allí. Usó para la comparación didáctica la denominación “caja de seguridad”: tener un dinero de origen incierto en las islas Caimán sería como depositar un collar familiar en la caja del Banco Ciudad.

Lo cierto es que las palabras son tramposas pero la trampa no llega muy lejos. Las offshore no son ilegales en otros países, pero en la Argentina sí, al menos desde 2005, y por varias razones. Es lo de menos: la discusión sobre su legitimidad o no, la catarata de palabras y definiciones, es bastante eficaz a la hora de desviar cómo es el proceso de toma deuda de esta nueva vieja Argentina.

Agroquímicos. Tenedor fiduciario. Son eufemismos y groserías, pero las cosas se resisten a lo que decimos sobre ellas.

Setenta y dos millones de abejas se resistieron. Veremos cuántos millones de argentinos están dispuestos a hacer lo mismo.