Hace cuarenta días que nos quedamos en casa. Dejamos de ver a nuestras familias, a nuestros amigos y a nuestros colegas. Lo hacemos por nuestra saludy por la de los demás. No es por temor (aunque algo de eso hay, el temor a morir) ni por obediencia ciega. La salud es un motivo tan fuerte que hace cuarenta días cambiamos radicalmente nuestro modo de vivir.
La salud institucional también es vital. Tanto, que hace cuarenta días aceptamos que en el marco de una emergencia epidemiológica mundial se tomara una decisión tan drástica a nivel nacional como la deaislar a toda la población, cerrar fronteras y limitar toda circulación de gente (y de virus).
Esta decisión fue tomada por el Poder Ejecutivo –que cuenta con la atribución constitucional de actuar en la excepcionalidad– en consenso con los otros dos poderes de la República, por los partidos de la oposición, por los partidos de su coalición de gobierno y por los ciudadanos.
Ahora bien, la excepcionalidad, así como una infección, también tiene etapas, plazos, que en la medida en que se cumplen permiten que el sistema completo vuelva a la normalidad. La fiebre cede y da lugar a la temperatura normal.
El funcionamiento vía decretos y disposiciones del Ejecutivo también debe hacerlo. Porque, aunque existan mesas de diálogo de los poderes ejecutivos locales, provinciales y nacionales, los espacios de consenso se vuelven fundamentales al momento de pensar cómo avanzaremos al salir de esta emergencia.
El Congreso es elemental para la construcción de esos consensos. Es el espacio donde, por definición, los ciudadanos estamos representados. En los últimos años fue adquiriendo un rol cada vez más central, cada vez más fuerte, en la expresión de las diferencias y en el esfuerzo del sistema político de alcanzar los acuerdos necesarios que siguen fortaleciendo nuestra democracia. Es el foro donde todas las voces son escuchadas.Su funcionamiento es esencial. Por motivos obvios, no puede sesionar como lo venía haciendo. Pero es también evidente que nos encaminamos hacia una nueva normalidad que va a requerir adaptar los formatos de nuestras interacciones sociales. El Congreso, entonces, también deberá adaptarse.
Y aunque ceñirse a los reglamentos es en general necesario, dado que son creados para evitar la anarquía, establecer las reglas de juego y dotar de transparencia a la institución, cabe preguntarse si esta excusa no resulta observable en estas circunstancias de excepción. Sobre todo cuando los reglamentos internos pueden modificarse para adaptarse a cambios contextuales. Si esto no fuera así, las instituciones carecerían de sentido.
El Congreso debe sesionar. Adaptando sus reglamentos para ajustarse a este nuevo contexto, encontrando soluciones innovadoras que permitan dar representación a la ciudadanía sin por ello ponerla en riesgo. Sesiones virtuales, solo con los jefes de bloque presentes. Sesiones a la distancia, o en otra ubicación. Explorando, tal como los médicos hacen frente a un paciente con síntomas, qué alternativas nos presenta la tecnología para sostener un espacio de debate de posturas y de negociaciones de consensos. Los específicos del formato dependerán de los acuerdos entre los representantes. Pero es fundamental para la salud de nuestras instituciones avanzar en la habilitación de las sesiones del congreso. Tan fundamental como lo es para nosotros quedarnos en casa.Porque, así como quedándonos en casa evitamos que el virus se expanda, habilitando las sesiones del Congreso evitamos que las instituciones democráticas se enfermen y eventualmente fallezcan.
*Doctora en Ciencia Política. Profesora de Fundamentos de Ciencia Política y de Introducción al Conocimiento de la Sociedad y el Estado.