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la verdad y su manipulacion

Sobre Tití Fernández y el estancamiento argentino

Tití Fernández, como otros de sus colegas periodistas, es un animador divertido de las transmisiones en directo de los partidos de fútbol.

Szewach
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Tití Fernández, como otros de sus colegas periodistas, es un animador divertido de las transmisiones en directo de los partidos de fútbol. Al lado del banco de suplentes de alguno de los equipos que protagonizan la jornada, no sólo intercambia chistes internos con el relator de turno que nadie entiende, salvo ellos, acota sobre el estado de ánimo del director técnico más cercano, anuncia, con la exactitud de un termómetro, la temperatura ambiente, o el número de asistentes al estadio, sino que diagnostica con ojo experto una lesión crónica en el cuarto metatarso del pie derecho del nueve que acaba de tirarse al piso.

También, en los ratos libres, y al ser consultado, les informa a los integrantes de ese mismo banco de suplentes si el último fallo del árbitro acerca de la existencia o no de un penal, o de una posición fuera de juego, fue correcto o no, una vez que sus compañeros, desde la cabina de transmisión, ratifican o rectifican dicho fallo, gracias a la tecnología que hoy la TV ofrece para evaluar qué pasa dentro de un campo de juego en cualquier deporte.

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Es esto último lo que molesta a las autoridades del fútbol argentino, o a los árbitros. El argumento es que, al pasar el querido Tití dicha información correcta sobre lo acontecido en cierta jugada polémica a los directores técnicos, o a los jugadores, éstos, a la vez, reaccionan contra el árbitro, lo condicionan para el resto del partido, lo agreden de palabra, en síntesis, generan un clima adverso para el normal desarrollo del espectáculo.

Puesto en otros términos, “la verdad es un problema” y, por lo tanto, decidieron prohibir la presencia de Tití en el campo de juego, de manera que nadie dentro de ese campo se entere de la verdad.

Por supuesto, la AFA no se preocupa por la calidad de los arbitrajes, o por el hecho de que, aun equivocándose, los árbitros no deben ser insultados ni cuestionados por los directores técnicos o suplentes del equipo perjudicado. O que esos árbitros, si son advertidos de un error eventual, no tengan la capacidad, ni la personalidad, de digerirlo y no dejarse influir.

La AFA no se preocupa por las verdaderas causas del supuesto problema: los árbitros son, profesionalmente hablando, y salvo raras excepciones, muy malos. Tampoco se preocupa por utilizar los avances tecnológicos a favor de la aplicación de la ley en el deporte. Admitiendo, por ejemplo, como en el tenis o en el rugby que, un quinto árbitro, desde la cabina de transmisión, pueda ver la repetición de una jugada clave y corregir un fallo inmediatamente. Los muchachos de la AFA han decidieron atacar los efectos y manipular la información, prohibiendo a nuestro querido Tití, privándonos de sus acotaciones.

Lo sorprendente es que los directivos de la AFA, quizás por su aislamiento de la realidad, ignoren que en cada estadio de fútbol hay, por lo menos, 5 mil espectadores con teléfonos celulares y que, mediante un simple mensaje de texto, lo que ahora informa con esmero don Tití bien podría comentarlo el tío, hijo, amigo, del director técnico o de cualquier jugador del equipo.

La metáfora sobre la Argentina en general surge tan obvia que casi me parece insultar la inteligencia del amable lector o la gentil lectora, al escribirla.

Hay un problema de aceleración de la inflación, la solución es que el INDEC deje de informar fehacientemente sobre los datos. Está claro que todos tenemos la alternativa de recurrir a otras fuentes para confirmar que, efectivamente, la tasa de inflación en la Argentina es superior a la que indican las estadísticas oficiales.

Y es cierto que esa “maniobra” le ha permitido al Gobierno contabilizar menos deuda.

Pero no es menos cierto que ese engaño destruyó cualquier posibilidad de acceder a crédito de largo plazo en moneda local, tanto para el sector privado como para el público, reduciendo el mercado de capitales local y, por lo tanto, la tasa de crecimiento de largo plazo de la Argentina.

Existe un problema de inseguridad, la solución también es evidente. Que los medios de comunicación dejen de informar, y de esa manera se reduce la “sensación de inseguridad”, mientras la gente, en especial la de menores recursos, sigue sufriendo asaltos y robos.

La calidad de la educación es cada vez peor. Evitemos los exámenes de calidad y publicar los resultados.

Hay casos de dengue, mintamos en el número, y no hagamos escándalo, declarando la emergencia sanitaria.

Tenemos una crisis fiscal recurrente. Liquidemos mal las jubilaciones y posterguemos los pagos hasta que la Justicia se pronuncie.

Quizás en este contexto se explique mejor por qué la Argentina repite los mismos errores y no crece sostenidamente durante mucho tiempo. En el fondo, preferimos barrer debajo de la alfombra antes que aceptar la realidad y operar sobre ella. Y, de paso, privarnos de Tití Fernández. Nada más injusto.