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Socorro o rescate

“No puedes jugar esas cartas”, “tienen que portarse bien”, “mi amigo Bibi está loco”, “eres una hermosa mujer”, “estás haciendo un gran trabajo”: con frases así, un poco vacuas, un tanto insustanciales, va Donald Trump manejando el mundo.

Porque, ¿qué quiere decir que una frase es vacua, qué supone que sea insustancial, si es el presidente de los Estados Unidos quien la profiere? Si en cierto modo suenan ligeras (tan ligeras como él), asumen al instante un peso máximo (el mismo que porta él). Y si el de las cartas es Volodímir Zelenski, y él amaga con dejarlo librado a su suerte, es decir, a su desgracia, es decir, a Vladimir Putin, y si los que tienen que portarse bien son los feroces terroristas de Hamas, y si su amigo Bibi no es sino el feroz criminal de guerra Netanyahu, y si la hermosa mujer es Giorgia Meloni en su cruzada neoimperial en defensa de Occidente, ¿cómo desestimar el palabreo de ocasión de Donald Trump, por inocuo que parezca o por inocuo que sea? Aunque lo sea, deja de serlo, porque de ese chisporroteo resbaladizo surgen consecuencias muy severas y concretas, se derivan hechos reales de la mayor gravedad.

Lo de “hacer un gran trabajo”, Trump se lo dice un poco a cualquiera a quien quiera complacer en algún momento, es una especie de latiguillo que se le habrá pegado tal vez en sus años de bróker cerrando buenos negocios y ahora emplea para dirimir guerra y paz o para validar políticas de hambre.

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Así se lo dijo al Presidente de la República Argentina, Javier Milei, amigo suyo también, según deslizó. Pero a continuación expresó también, con igual o mayor soltura en su papel de parloteador universal, que en la Argentina las cosas van muy mal, que no hay un mango, que estamos en las últimas, que todo es un desastre.

Fue lapidario con el gobierno de Javier Milei, que él cree que lleva ya cuatro años y al que se dispone a socorrer de urgencia o a rescatar (¿de qué? De sí mismo).

Un poco como en las fotos con los pulgares hacia arriba: Trump se presta y acompaña al amigo, pero a la vez adopta un airecito irónico con el que trata de no quedar redondamente como un tonto.