Para ser irónicos, esta historia podría describirse como de esas que dejan sin palabras. Nigel Richards es neozelandés (nació en Christchurch en 1967), tiene 48 años, una barba que mide veinte centímetros y su lengua madre es el inglés. Cuando tenía 28 años su mamá, que lo conoce mejor que nadie, le dijo que si se obsesionaba y mantenía la obsesión iba a tener un buen futuro en el Scrabble. Y Nigel le hizo caso. Fue tres veces campeón en Gran Bretaña y cinco veces campeón en los Estados Unidos representando a Malasia, que es el país donde reside. Se ganó el título de “el Tiger Woods del Scrabble”, porque nunca yerra un golpe.
El Scrabble es un juego de mesa que pueden jugar de dos a cuatro participantes. Cada jugador intenta ganar el mayor número de puntos posible construyendo palabras en el tablero. Como en un crucigrama, las palabras pueden formarse horizontal o verticalmente y pueden cruzarse, y la única condición es que todas ellas figuren en el diccionario.
Pero Nigel Richards es de esos que se aburren con las victorias fáciles y acaba de obtener otro título: combatió contra el francoparlante Schélick Ilagou Rekawe, oriundo de Gabón, en un campeonato que tuvo lugar en Louvain-la-Neuve, en Bélgica. Y le ganó. Nada sorprendente, salvo por el hecho de que Nigel Richards no sabe ni una palabra de la lengua de Molière.
Richards pasó las últimas nueve semanas aprendiendo de memoria el Dictionnaire de Français Larousse, pero no conoce el significado de esas 200 mil palabras; las suyas son meras habilidades matemáticas, memoria fotográfica y cálculo de probabilidades, que cultiva desde que es un niño. El periodista francés Jean-Baptiste Morel escribió en Le Nouvel Observateur: “Richards no aprendió la lógica del lenguaje, sino sólo una sucesión de secuencias de letras que dan lugar a palabras”. Su método consiste en recordar con exactitud qué combinación de letras puede dar lugar a una palabra y qué combinación no.
Por ejemplo, para cualquiera que sepa algo de inglés resulta fácil deducir que con las letras “c”, “d”, “h”, “l”, “r” y “n” se puede, si se tienen las vocales necesarias, formar la palabra “children”. Pues bien, Nigel Richards consiguió localizar dos “o” en el lugar exacto en el tablero, una “y” y una “e”. Y el resultado –recuerden que no sabe francés– fue “chlorodyne”, el nombre de un fármaco inventado en el siglo XIX por el Dr. John Collis Browne. “No estoy seguro de tener algún secreto oculto”, dijo en 2011 en una de las poquísimas entrevistas que concedió, “sólo es cuestión de aprenderse las palabras”, concluyó.
Mientras tanto, Nigel Richards observa con atención y desconfianza los movimientos de los adversarios, esperando que se equivoquen, siempre silencioso.
Total no sabría qué decir.