“Hoy sólo quiero que me abraces...”
Estamos afuera, nos ganaron, nos llenaron la canasta de goles, se acabó lo que se daba. Cuántas veces en la vida, metáfora más metáfora menos, escuchamos estas frases: de pequeños en la escuela, de grandes en el trabajo y hasta en una relación de pareja. Todas meras construcciones dialécticas que nos invitan a la resignación. Los jóvenes prefieren el “ya fue”, los más grandes, “qué se le va a hacer, así es la vida”.
Definitivamente, eso fue lo que sentimos todos los argentinos ayer, cerca de 12.30, del mediodía cuando la Jabulani se metía en el arco de Romero y el tercer gol alemán sentenciaba una ilusión que venía en alza pero quedó truncada una vez más y, oh casualidad, con un enemigo íntimo que, si de algo sabe, es de truncar ilusiones con tonalidad celeste y blanca.
Nuevamente nuestro archirrival, Alemania, nuestro cuco personal, nos vino a visitar y, casi sin darnos cuenta, a quitar lo que tanto deseábamos. Y es entonces cuando, pasado el primer momento de resignación, llega la etapa en la que nos empezamos a levantar el ánimo.
No sé ustedes, mis queridos caballeros, pero a nosotras, las mujeres, cuando no somos correspondidas en el amor o en el deseo, se nos acerca nuestra mejor amiga, se pone firme y nos dice: “Dejalo, no sabe lo que se pierde” o “mejor así, ya va a volver. No te bajonees y ponete linda que vas a tener otra oportunidad. Si hay miles de candidatos...”. Mientras tanto, la dama en duelo sólo quiere llorar, pensar en él, y se repite una y otra vez que se fue con otra… y sin avisar. Entonces hace su aparición triunfal el estado de tristeza, de angustia profunda, por más que tu amiga te haga sentir única e irrepetible. Lo cierto es que uno nunca está preparado para ser abandonado, dejado de lado, armar los petates, dar el último beso y volver, casi siempre con la frente marchita.
Entonces no queremos escuchar nada, ni lo buenas ni lindas que somos. Sólo queremos llorar, escuchar una canción masoquista y pensar miles de veces en la última vez que hablamos con él. Ayer seguramente habremos pensado en la última jugada del partido o en ese tiro de Messi que no entró a los casi veintidós minutos del primer tiempo. Repasamos neuróticamente cada detalle, cada sensación. “¿Qué pasó?”, nos preguntamos una y otra vez. “¿Qué hemos hecho nosotros para merecernos esto?”, se preguntan el DT y sus 23 fieras.
Habrá que culpar al destino. O a los astros. O maldito pulpo Paul que parece que sabía todo de movida. Esta vez no usamos la camiseta azul suplente que tanto nos perturbaba. ¿Tal vez alguien planchó mal el bendito traje gris? ¿O la clausura del Estadio Loftus Versfeld, donde el Diego daba las conferencias de prensa, habrá sido el verdadero culpable de que el sueño mundial argentino también haya sido clausurado?
“No, ya sé –grita uno–, es que en el bondi que los llevó al estadio no andaba el estéreo y no pudieron escuchar el tema La cabaña, el de grupo La Konga, ese que escuchaban siempre.” Entonces, ¿que fue lo que pasó? Es la respuesta más urgente que necesitamos. Es que no podemos soportar la tristeza, la ira, la melancolía. ¡Y justo con ellos, que ya nos habían dejado afuera por penales en 2006! ¡Justo contra los mismos que ya habían echo llorar a Diego en la final de Italia 90 con aquel penal injusto que cobró el mexicano Edgardo Codesal!
Por eso, hoy sólo quiero que me abraces, que me digas que perdí pero que dejé todo en la cancha, que hice todo lo que pude y más por mi querida camiseta. Que tiramos todos para el mismo lado, que ya tendré tiempo de revancha. Y quiero volver a llorar otro rato, tengo los ojos nublados. Es que deseo volver a casa con la frente en alto, con la camiseta puesta, con el corazón en la mano.
“Ya estoy en la habitación, todo me parece un sueño, me duele el cuerpo, también el alma… No encuentro los documentos… Me miro en el espejo, parezco más viejo, hay que clavarse el traje otra vez para volver a casa; eso: quiero volver a casa, extraño todo.”, dice una carta anónima que acabo de recibir en mi correo.
Ahora vendrán las notas, las conferencias, las imágenes, los dimes y diretes. La vida continúa. El Mundial nos pone en pausa, nos hace olvidar ciertas cosas, nos sumerge en un éxtasis de irrealidad, nos une, nos identifica. Ya nos volveremos a ver la cara, Brasil, y a vos también, Alemania. Porque las mujeres tenemos razón: van a volver. En cuatro años saldremos a la cancha de nuevo, arreglados y perfumados, para comernos crudo al que se nos ponga en frente. En 2014 no se nos escapa. Ya van a ver.
*Conductora de TV.