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alternancias

Su comercio amigo

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He sabido que, en Bogotá, no pocos negocios ofrecen a sus clientes, apoyado sobre el mostrador o clavado en alguna pared, un letrero que reza así: “Si no le entregamos la factura, su pedido será gratis”. El texto tiene su interés porque, dirigido en apariencia al comprador, no lanza en verdad su advertencia a otro que al despachante. Es inusual que un giro así se ensaye en la comunicación en una circunstancia tan práctica, más proclive a lo directo.

Ese mismo afán, entre nosotros, cobra en cambio, por lo general, un carácter de deber cívico o conciencia cívica. Deber cívico: “cumpla y haga cumplir”. Conciencia cívica: el de asumir que la salud pública, la educación pública, los servicios públicos en general, se nutren del pago de impuestos. Los bogotanos siguen, según parece, un camino distinto, menos apegado a la aplicación inducida de principios rectores, y más próximo en todo caso a la fuerza espontánea de las propias conveniencias. Si entre factura y gratis el consumidor puede llegar a optar por gratis, entonces el vendedor no hará sino entregar factura.

Presumo que, de esta manera, están siguiendo lo que Albert Hirschman plantea en Las pasiones y los intereses: la idea de que el progreso de las sociedades capitalistas pueda responder, no a la capacidad de contención y aplicación, no a las abstenciones y los rigores señalados por una determinada ética, según sabidamente argumentara Max Weber, sino a la persecución de los propios intereses, asumidos con la potencia que sirve para contrarrestar los perjuicios de las malas pasiones.

Me ha llamado la atención el modo en que reaccionan aquellos de nuestros comerciantes que, por costumbre, suelen ejecutar sus cobros y luego no suministran la correspondiente factura. Si uno la reclama, lo aceptan de muy buen grado, como diciendo: “¡Qué buena idea!” (si se trata de la moza moderna de algún bar, lo que nos dice es: “¡Dale!”, igual que cuando efectuamos el pedido). Se diría que hasta se sorprenden de que, siendo tan buena la idea, no se les haya ocurrido antes a ellos mismos. Pero no: no se les ha ocurrido antes. Ni tampoco se les ocurrirá después.

Obrarán del mismo modo en la siguiente ocasión, harán lo mismo con el próximo cliente. Lo harán oblar ese porcentaje que ellos deben a su vez derivar a las arcas públicas, pero en lugar de eso, se lo quedarán.

Según parece, unos cuantos de los que así actúan alegan, y con enojo, que mucho más roban “los de arriba”. De eso, según creo, no cabe ninguna duda. No es tan claro, sin embargo, el motivo por el cual el hecho de que “arriba” roben “mucho” facultaría a que aquí, “abajo”, se robe para el caso “un poco”. Porque entonces lo menos que se puede suponer es que, si estos de abajo no roban más, si roban poco y no mucho, es sólo porque no están arriba. Ya que si eso que les queda al alcance se lo agarran indebidamente, ¿por qué hemos de presumir que habrían de enderezar su conducta si a su alcance hubiera fortunas? ¿Y el límite exacto cuál sería, llegado el caso? ¿A partir de qué monto cambiarían su tesitura y accederían a volverse honestos?

Yo converso a menudo con los comerciantes que me tocan en suerte (dueños de bar, despachantes de nafta, etc.), un poco para ser cordial, otro poco porque la soledad me asfixia. Me muestro receptivo con sus quejas contra “los de arriba”, espejo invertido de Mariano Azuela, y espero la ocasión, que hasta ahora no se me ha presentado, de comentarles aquella consigna (“¡Arriba los de abajo!”) que tantas banderas engalanó. Me intereso, y con sinceridad, por conocer sus criterios de voto; y me encuentro no pocas veces (y esto por no decir casi todas) con que a lo largo de sus vidas han dispensado sus sucesivos sufragios a una de las dos fuerzas políticas que históricamente nos gobiernan: las que siempre han estado “arriba”. ¿No es extraño ese comportamiento? Despotrican contra los que están arriba, pero son ellos los que los ponen ahí. Quizás lo toman como una fatalidad, un destino o un hecho meteorológico: nada que esté a su alcance modificar. La alternancia de radicalismo y peronismo se sucede ante sus ojos, sobre el cielo figurado de la patria, como el día y la noche se suceden sobre el cielo de verdad.