Fui estafado en mi buena fe.
Con las fiestas sospechosamente lejanas y en un horario muy fuera de lo común tocó a mi puerta el recolector de la basura. Vestido con un traje coruscante, envidiable, hacía como si me conociera. Era parte de la estafa: hacerme sentir culpable por no conocer la cara de quien se hace desaparecer mi basura. Quería venderme un calendario a cambio de sus buenos servicios. Me explicó que se habían portado muy bien, que no me habían dejado la basura desangrada en la vereda, que no habían revuelto en la bolsa para deducir mi intimidad y una serie de cosas más que ellos no habían hecho. Me dio toda la impresión de que si yo no compraba el calendario esas cosas comenzarían a ocurrirme. Me sugirió también que los camiones eran dos, y que sería un sueño para ellos que yo adquiriese dos calendarios, uno por cada equipo. Afirmó también que mi vecino (al que conozco tan someramente como al basurero) les había comprado dos a $ 50 la pieza. Su bondad me sorprendió, pero es mi culpa si casi no conozco a mi vecino. Pensé que cien pesos era un robo. Pero, ¿cuánto vale la caridad?, ¿qué pacto amorfo la circunda? Le dije que no tenía casi efectivo, los malditos cajeros, etc., así que junté chirolas y en un alarde de imaginación llegué a $ 20. Me disculpé discretamente, pero me enchufó igual el calendario, yo diría que bastante contento.
Ahora la estafa. Me quedé con el almanaque. Le arranqué la imagen del Cristo sangrante. ¿Por qué no probar con gatitos o perritos cuando existe el peligro real de que –Dios no lo permita– las casas estén habitadas por ateos? Me manejé por ese calendario hasta que hoy, hablando de las fechas de unas funciones con un país remoto, me di cuenta de que –pese a decir 2011– era del año pasado. Planeé mal una vacación, imprimí con errores unos programas, rendí culto equivocado a los santos del santoral del dorso.
Y no tengo a quién reclamar. Cuando en lo negro de las noches oigo que pasa el camión de la basura prefiero taparme hasta la nariz y olvidarlo todo. El año que viene, si no se acaba el mundo, controlaré mejor los subproductos de la inequidad.