El acto para conmemorar el 20º aniversario del reinado de Hugo Moyano al frente del poderoso
sindicato de camioneros fue una excelente fotografía que revela tanto la relación de fuerzas como
las preocupaciones del Gobierno con el monotema de la inflación. El principal problema no es el
aumento del tomate, como gusta caricaturizar a Guillermo Moreno, un amante de las posturas
extremas, sino la dinámica desatada y el futuro cercano.
Durante 2007, el salario real oficial creció más de 14%: casi 23% contra 8,8% del IPC. Si
luego de 5 años de recuperación y expansión de la economía los bolsillos de los trabajadores se
hubieran engrosado en esa cifra pagando menos de 9 puntos de inflación, la administración K habría
encontrado la fórmula de la juventud eterna y sus ministros de turno, comprado todos los boletos al
Nobel de Economía. Y no es así.
Hasta el presente, las negociaciones salariales tenían como antecedente la recuperación del
salario real luego del desierto económico de 2000-2002. Pero también la particular coyuntura de
cada sector.
Siempre con la información macro y microeconómica de su sector puntillosamente al día, las
pulseadas con los empresarios pivoteaban sobre números reales de actividad, márgenes de utilidad,
regulaciones y cargas fiscales.
Tribuna. Pero en los últimos dos años se puso sobre la mesa otro ingrediente: la inflación
subjetiva. Descartadas de plano las cifras oficiales, (en el idioma futbolero del
“rojo” Moyano, son para la tribuna), el toma y daca también rondó sobre el índice que
se considera y las formas de medirlo.
Un dislate que refrenda la convicción que haber manoseado el IPC seguirá trayendo coletazos
por mucho tiempo más. Tanta es la desconfianza que el propio líder camionero firmó su acuerdo de
19,5% que se vociferó a los cuatro vientos como un techo, con varias cláusulas entrelíneas que
mejoran sustancialmente lo obtenido por uno de los gremios que más ventajas de todo tipo obtuvo en
los últimos años.
Si bien la cifra mágica inferior al 20% temido por el Gobierno es mostrada a propios y ajenos
como una prueba de saber pilotear un flanco difícil, quizás por eso, Camioneros había conseguido en
diciembre pasado una sugestiva y súbita conquista: incorporar al básico de convenio $ 10 por
movilidad y $ 20 por comida para todos los afiliados por cada día de trabajo, que en los mínimos
del rubro ($ 2.200 de bolsillo) es un aumento considerable.
A su vez, en la ronda del año anterior, habían conseguido duplicar el plus por antigüedad: de
0,5 a 1% por año de servicio en cualquier empresa adherente, no sólo en la contratante actual. Y
también habían acordado la paulatina incorporación de sumas fijas al básico, con lo cual,
finalmente, el 19,5% es tan poco representativo como la baja en precios del turismo o la
indumentaria que arrojó el último IPC.
Moyano consigue oficiar de elemento demostración puertas afuera y sigue consiguiendo
“conquistas” puertas adentro.
Velocidades. El mayor predicamento del elemento del poder negociador en las condiciones de
trabajo también arroja un resultado no deseado muy conflictivo. Aquellos sectores de la población
que no están representados no logran gozar de estos beneficios. Es claro que para más del 40% de la
población activa que está en la informalidad laboral, ninguna de las regulaciones laborales le
alcanza.
Según el último informe de la consultora SEL, la desocupación en los menores de 25 años llega
al 23%, considerablemente más alta que el promedio pero mucho más que la de los mayores.
Casi las tres cuartas partes de los jóvenes no están en el mercado laboral: 850.000 son
aquellos que no estudian ni trabajan, casi 100.000 más que en 2003, pero sobre todo los de los dos
últimos segmentos de nivel educativo y de ingreso. Por cada joven que busca trabajo, 1,29 no lo
hace ni estudia. A su vez, como muchos de ellos están más cerca de los mercados laborales
fragmentados informales, el “premio” por estar empleado es mucho menor que si mañana
mismo revistieran en el último escalón del gremio de Moyano.
Existe una creciente percepción que se está agotando el mecanismo “exitoso” hasta
hace poco. Acabada la receta de maquillar indicadores, la otra fórmula para combatir el alza de
precios fue la de la intervención en los mercados de bienes: controlando, prohibiendo exportaciones
y otorgando abundantes subsidios. Quizás como en el mercado laboral, también marchemos hacia una
economía de dos velocidades: las que reciben para subsistir y las que tienen para pavonearse. Todo
según la fuerza demostrada y la voluntad del que reparte.