“Cuéntame otra historia, viejo amigo, dijo Philip desplomándose en la silla. Necesito un whisky y un buen relato frente al mar. La historia más bella y menos verosímil posible, que me haga olvidar las mentiras patrióticas y contradictorias de algunos periódicos que acabo de comprar en el muelle.”
Marguerite Yourcenar (1903-1987); de ‘La leche de la muerte’, en ‘Cuentos orientales’ (1963)
Fue solo un instante. En su primera conferencia de prensa en Buenos Aires, con involuntaria ironía, confesó que después de 15 años afuera, encontró al país “igual, como si no me hubiese ido”. Ups. Antes y después se preocupó por resaltar los valores tradicionales: la bandera, la camiseta argentina, el escudo, la responsabilidad de representar a los 40 millones de argentinos, esas cosas.
Tenso, serio, amable pero sin permitirse ningún desborde emocional, eligió sobreactuar, caminar por la cornisa de la grieta y no salirse nunca del guion políticamente correcto. En abril, la web de radio Mitre lo había presentado sin anestesia: “Quién es el DT kirchnerista y fanático del Indio Solari que quiere la AFA”, tituló.
Jorge Saint Paoli se fue de Argentina en el verano de 2002 como tantos otros –yo, por ejemplo–, huyendo hacia delante, ciegos, mientras el país se desangraba en la peor crisis de su historia. Alicia Dujovne Ortiz lo cuenta de manera brillante en su libro Al que se va. “En 2002, la diferencia entre los que se van y los que se quedan ya no lleva mayúsculas (vivimos una época minúscula, sin grandes pretensiones). No hay por un lado el héroe perseguido por razones políticas, y por el otro el cordero que se las aguanta. En un país donde no es necesario abandonar la casa para perder el techo, todos andan de viaje”.
Durante largas semanas, Saint Paoli balbuceaba en público y negaba lo evidente mientras negociaba su contrato con la AFA, tratando de minimizar pérdidas. Prudente, pidió la mitad de los 4 millones de euros que, sin incluir a sus colaboradores, le pagaba anualmente el Sevilla. Chiqui Wall de Moyano fue a lo suyo: el regateo. Que esto sí, que esto no, que esto lo ponés vos.
La primera contraoferta fue la mitad de esa mitad. Bla, bla, bla. Al final cerraron por la mitad de esa diferencia. Uf. Una batalla matemática por mitades que hubiese fascinado a Borges, admirador de Las paradojas de Zenón, y autor de La perpetua carrera de Aquiles y la tortuga. De todas maneras, Saint Paoli pagará de su bolsillo algunos colaboradores extra que reclamaba. Todo sea por cumplir su sueño, un contrato por cinco años y dos mundiales, Rusia 2018 y Qatar 2022. ¡Pero habrá más flexibilización, compatriotas! Hoy ni los sueños son gratis.
Como la AFA tenía sólo 670 mil euros para cubrir el millón y medio de la cláusula de rescisión, Saint Paoli resignó los 830 mil que el Sevilla le debía pagar por superar los 70 puntos y haber clasificado a la Champions. Dinero que Chiqui Wall de Moyano prometió devolverle en 15 cuotas. Despacito, como dice el hit.
El Zurdo de Casilda deberá tener fe. ¡Y ganar! La AFA cerró su ejercicio 2015-2016 con números de rojo escandaloso. Pérdidas por 223 millones y 57 millones de patrimonio negativo, una situación de quiebra técnica. Así afrontará los pagos del nuevo contrato y el de los caídos en acción, Big Feet Bauza y El-Tahata Martino.
Saint Paoli llegará con 58 años al Mundial de Rusia. A los 51, cuando tuvo sus primeros éxitos en la U. de Chile era un desconocido. Un incansable Sísifo que un día, sin poder creerlo del todo, rompió con la vieja maldición y soltó su enorme piedra en la cima. Quién diría.
Trabajó veinte años como cajero del Bapro de Casilda y sus compañeros lo llamaban Maradona “porque no iba nunca al banco”. Así, como pudo, completó su rush en el fútbol chacarero: Alumni de Casilda, Belgrano de Arequito, Aprendices Caldilenses. Llegó a su techo en Primera B, con Argentino de Rosario, club gerenciado por Eduardo López, dictador full time en Newell’s, que lo contrató en 1996 después de ver su foto en la tapa de La Capital: el Zurdo, suspendido, dirigía a su equipo a grito pelado, trepado a un árbol. Solo él.
Partió y su primer destino fue Juan Aurich, en Chiclayo. En Perú vivió cinco años difíciles –en Callao, Tacna y Lima–, pero con trabajo. Ya en Rancagua, Chile, dirigió al O’Higgins. Y en Guayaquil al Emelec, al que hizo jugar muy bien. Tanto, que llamó la atención de la Universidad de Chile, el club que le cambiaría su vida. Allí ganó la Sudamericana 2011 y fue tricampeón nacional. Le dieron La Roja, dirigió Eliminatorias, Mundial y Copa América 2015, la que le birló a Argentina.
Suficiente como para llegar a Europa. En el Sevilla hizo la mejor primera ronda de la historia del club –segundo del Madrid con 42 puntos– y a partir de allí, inició un delicado trabajo fino para lograr su gran objetivo: entrenar a Messi, a la Argentina. Y aquí está.
Su estilo es lindo de ver, entretenido, al límite. Vertical, agresivo por las bandas con laterales y extremos; defensa de tres, cuatro o cinco según el juego lo pida; posesión, presión alta, rotación arriba con un punta o un falso 9 que busque el espacio y la sorpresa. Veremos si funciona con nuestros cracks, menos sumisos que los chilenos.
No será fácil. La crisis es profunda y el medio hipercrítico, exigente, con sed de victoria, negocios por cerrar y una mirada de reojo hacia quien no reconoce como propio. Borghi lo elogió como técnico pero fue lapidario con su “voracidad” para manejarse en el mercado laboral. Bilardo amenazó con irse del país si él asumía.
¿Bielsa? Negó que fuese su discípulo y sorprendió con una frase a medio camino entre la falsa modestia y el sarcasmo: “Es mejor que yo porque es más flexible, cede en sus ideas, tiene un poder de adaptación que yo no tengo…”.
Le hará falta para sobrevivir en un país –el suyo, por fin– que finge no saber mientras coquetea con el peor de los abismos.