No sabiendo ya más qué hacer para soportar la creciente cacofonía eleccionaria entre quienes, ocupando un cargo público, se preparan para ser candidatos a otro cargo que no van a desempeñar y quienes renuncian anticipadamente al cargo para el que fueron elegidos para presentarse como candidatos a otro, conseguí recordar que para alimentar una mínima reflexión no hay mejor método que el de controlar el propio consumo mediático. Primero, la columna de Aldo Neri sobre el Conurbano, aparecida en Clarín del miércoles 15 de abril. Segundo, la larga conversación de Guillermo O’Donnell con Jorge Fontevecchia, publicada en PERFIL del domingo pasado, y reforzada después con un artículo del mismo O’Donnell en Clarín. Tercero, el artículo “Los de abajo” de Eduardo Fidanza, publicado el martes 21 en La Nación. Y, anticipando que iba a ser la frutilla final del postre, fui el miércoles al cine a ver Entre los muros de Laurent Cantet. (¡Ufff!) Qué apasionante y qué terrible es la política. Esa que tiene que ver, a la vez e indisolublemente, con el mundo, con el país en que uno habita, y con la vida y la muerte de todos los días.
El Conurbano porteño, nos recuerda Neri, donde vive “un cuarto de la población ... y con la mayor concentración de pobreza del país” es “nuestro fiel espejo” y un problema nacional y no provincial: gigantesca deuda económica, social y política que desde el retorno de la democracia ningún gobierno ha sabido ni querido enfrentar. Los testimonios sobre la experiencia de la pobreza, evocados con precisión por Fidenza, me mostraron que nada cambió desde el trabajo de campo que realicé en marzo de 2005 en el Gran Buenos Aires, para un informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo: vidas disociadas de las instituciones de la república y marcadas por la exclusión, la desesperanza y la indiferencia respecto de quién ocupa el gobierno. Los fenómenos de exclusión, señalé entonces, generan una temporalidad individual cortada del tiempo social y político dominante: los sectores pobres del Conurbano bonaerense están fuera del relato histórico de la Nación.
Expulsar a los sectores marginados del relato histórico de la Nación es una de las condiciones ideales (no la única) para el ejercicio de lo que O’Donnell llama la “democracia delegativa” practicada por el líder cesarista, para quien “el que gana una elección tiene derecho a mandar” y a quien “le importa poco la institucionalidad, la legalidad”. No estoy en cambio muy seguro de que la visión maniquea del líder cesarista, según insistió O’Donnell en su conversación con Fontevecchia, se explique por su convicción de que “tiene la misión sagrada, el deber de llevar adelante el proyecto que él sabe que es el mejor para el país”. Atribuirle al cesarismo kirchnerista un proyecto de país es demasiado generoso: las tácticas autoritarias son por definición cortoplacistas. La temporalidad de los sectores pobres y excluidos, disociada de las instituciones, se articula con la temporalidad de los políticos que practican esa democracia delegativa, y las prácticas de estos líderes (que él califica acertadamente de antiinstitucionales) buscan activar en esos sectores, sin horizonte y sin destino, comportamientos (por otra parte perfectamente racionales) de pura supervivencia. “El lenguaje delata la política”, es el título del artículo de O’Donnell en Clarín. El lenguaje es política, diría yo. Y el film de Laurent Cantet Entre los muros es una parábola magnífica, perfecta, que ilustra ese principio. Si registramos con fineza y con el rigor de una cámara que no se permite ningún tipo de distracción los intercambios verbales en una clase de una escuela de un barrio pobre de una gran ciudad, descubrimos que estamos observando nuestra sociedad con todas sus dimensiones y todas sus contradicciones. Así como el Conurbano bonaerense es el fiel espejo de la situación del país, la escuela es el fiel espejo de la sociedad. La profunda crisis de los sistemas educativos, la impotencia del Estado para hacer frente a las transformaciones profundas de las sociedades actuales, particularmente con el multiculturalismo, las migraciones y la consiguiente situación de precariedad y de explotación de los indocumentados, es otra desesperante metáfora de nuestra condición. La mediatización (un film, en este caso) con sus cambios de escala, nos recuerda que lo macro está en lo micro, y que la política está, nos demos cuenta o no, en cada momento de nuestra vida cotidiana.
Mi consumo mediático de estos últimos días me produjo la extraña sensación de que los medios estaban hablando, poniendo en discusión, algunas cosas fundamentales. ¿O me permití, apenas, soñar un poco?
*Profesor plenario. Universidad de San Andrés.