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impunidades

Suerte de los ladrones

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Así como los relatos de amor tradicionales son fábulas de desencuentro que terminan con el casamiento de los protagonistas, dando por sentado un futuro de felicidad sin mancha, los relatos policiales se solazan en el proceso de apropiación indebida de algún bien y su eventual disfrute –minas, coches, chupi, countries, piletas climatizadas, frula–, y concluye cuando el delincuente es atrapado y castigado por la ley. Por supuesto, en esta temporada el macrismo está disfrutando a pata suelta de esas ficciones moralizadoras, simulando que ha venido a adecentar la política, curando a la sociedad de la lepra K y su caterva de energúmenos especialistas en romper el boludómetro que va midiendo la discreción cleptomaníaca del choreo descarado, cuando su propósito más evidente es el endeudamiento externo, la restauración conservadora, las privatizaciones y la transferencia de recursos del colectivo social a los “sectores dinámicos”, es decir, aquellos que saben hacer del tener y acumular una teleología que no se comparte con los chapuceros que ven breve la vida y rápida la oportunidad de robo.  Es claro que el poder real no perdona y que el episodio disparatado de José López y sus valijas húmedas de verdes que ya no eran yerba mate le vino de perillas para marcar la diferencia. Pero también les vendrá bien a los bienintencionados que se sumaron a las filas kirchneristas y que tuvieron que tragarse los sapos delincuenciales de sus líderes y funcionarios y dirigentes bajo la perspectiva tradicionalmente peronista de que “la política se hace con bosta y paja” y que si “sólo me quedo con los buenos, me quedo con muy pocos”.

No existe manera de distinguir la ética de un desvío de fondos cuando se emplea en el financiamiento de la política o cuando va al bolsillo personal. En todo caso, el desglose se va licuando con el tiempo y finalmente buena parte termina en el bolsillo del administrador. Como siempre, el capitalismo sigue triunfando porque ha convencido a sus victimarios de que ser millonario resulta el mayor bien posible. Pero el ideal del dinero, las joyas, los relojes, las carteras, las mansiones, la impunidad, las drogas y las mujeres fáciles es sólo un efecto de la titilación de la pantalla televisiva sobre un inconsciente común que ya ni siquiera puede preguntarse acerca de lo que desea. José López creyó que juntándola con pala ganaba algo, sin saber que estaba preso de antemano.