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china y america latina

Sur, fuerza y después...

El avance de Beijing sobre la región. Estrategias de inversión a largo plazo. Intereses económicos por encima de alianzas políticas. Cómo enfrentar el desafío.

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Fue una de esas reuniones que se suelen llamar “exigentes”. Los participantes prefieren escuchar argumentos y razones más que opiniones, excepto cuando estas últimas son de quienes tienen mucha capacidad para actuar porque, en este caso, las opiniones anticipan acciones. En ese ambiente habló el invitado chino, quien, no dudo, conocía su audiencia.

El expositor tenía un alto nivel académico y su misión era a todas luces presentar las ideas de su país en su relación con América latina. Desde el comienzo dejó en claro que el principal objetivo de China en nuestra región era de naturaleza comercial y económica. Y lo dijo de la manera más explícita: “La razón para estar presente en sus países es ganar plata”. No habló, como se suele hacer, de la importancia de las inversiones para nosotros ni nada que pareciera de mutua utilidad. No, dijo que querían “money”. Cuando se le preguntó si había un interés político, respondió que no lo había en absoluto. Y explicó, para no dejar dudas de la posición de su país, que esto era así porque no querían molestar a Estados Unidos interfiriendo en su “patio trasero”. La palabra, usted sabe, estimado lector, connota más que un área geográfica para los latinoamericanos.

Para ese entonces, supongo que el grupo debía dudar entre las bondades e incomodidades del lenguaje franco.
Sin embargo, algunos volvieron sobre la cuestión de las inversiones y la compra de productos de la región. Allí oímos que su prioridad no era tanto comprar productos, sino producirlos ellos mismos. Por lo cual, la compra de tierras resultaba imprescindible. Cierto, anotó inmediatamente, esto no estaba funcionando como era deseable ya que “nuestros compatriotas no quieren ir a trabajar en países que desconocen, de manera que estamos obligados a contratar mano de obra local”.

No creo que sea útil para usted, lector, mi opinión sobre lo descripto. Más bien, usted formará la suya. En cambio, sólo quisiera hacer algunos comentarios. Gusten o no, estas posiciones muestran dos cosas: los objetivos de la República Popular China y la claridad que tiene al respecto. Me pareció que nada era más ajeno a nuestro interlocutor que considerarlos buenos o malos, cómodos o molestos, secretos o públicos. Entonces, combinemos el tamaño de la economía china con la claridad, fuerza y libertad con que definen y enuncian sus objetivos y tendremos una idea de lo que significa este actor para el futuro del sistema mundial. Insisto en el inmenso valor de saber lo que se quiere y decirlo, lo cual no es moneda corriente en muchos países.

Al final de mi última columna, traté de señalar muy brevemente cómo se movían los tres grandes actores decisivos en el sistema internacional: Estados Unidos, la Unión Europea y la República Popular China. Vimos entonces que los dos primeros tenían problemas mayores mientras que el tercero, China, continuaba creciendo y expandiendo su economía. Sin embargo, insistí al final en que, a pesar de las tribulaciones de las potencias occidentales, Estados Unidos continuaba siendo la principal potencia militar y tecnológica en el mundo.

He reiterado varias veces que el uso de la fuerza o su amenaza es el elemento decisivo en las relaciones mundiales. Se podría deducir de esto que mientras esa capacidad no estuviese afectada, los liderazgos mundiales de Occidente no estarían jaqueados. Sostuve también en estas columnas que no necesariamente quien poseía la fuerza tenía mejores ideas o estrategias. Dicho de otro modo, la fuerza es la última instancia que modela el mundo, pero detrás están las ideas que definen cómo, cuándo y para qué se usa la fuerza.

Créame, no estoy vendiendo un consuelo para países comparativamente débiles. Al contrario, intento dejar en claro que la debilidad relativa no debe desincentivar la creación de ideas y estrategias. China, a pesar de que no es la primera potencia militar, sabe lo que quiere hacer y cómo hacerlo; por ello quizá pueda compensar esa diferencia. En América latina tenemos agua dulce, alimentos y energía que pueden despertar el interés vital de naciones muchísimo más poderosas que nosotros. No conviene quedarse quietos porque nos sentimos débiles.

Resulta claro que la peor estrategia que se podría tener, digna de un capítulo en El arte de la derrota que cité oportunamente, consistiría primero en ignorar qué es lo que tenemos; segundo, que otros puedan querer tenerlo, independientemente de nuestra voluntad; tercero, que no reconozcamos los movimientos generales de poder en el mundo y que confundamos moral, deseos y realidad y, finalmente, aun evitando los desastrosos errores anteriores, que nos resignemos a no tener estrategias y a no rever la manera de encarar nuestras políticas porque nos vemos débiles.

Para quienes puedan deslizarse por estos caminos, sugiero una tarea sencilla y grata: mirar la historia, la de débiles y poderosos para, por lo menos, comprobar que los más fuertes decidieron el destino y que las concepciones estratégicas transformaron a los más fuertes, y en ocasiones a los más débiles, en poderosos.
Si le interesa, lector, le sugiero que revea la batalla de Issos. Sucedió en el año 333 antes de Cristo, en lo que hoy es Turquía. Enfrentó, por segunda vez, al joven rey de Macedonia, Alejandro Magno, con Darío III, quien sería por el resultado de la batalla el último rey persa. Los macedonios tenían un ejército notoriamente inferior, duplicado o triplicado por las fuerzas persas. Sin embargo, los más débiles, guiados por el genio militar de Alejandro, vencieron. De esta batalla, una de las mayores de la historia, se recuerda aún su estrategia, que es estudiada en las academias militares. De Issos sobrevivió y se expandió Occidente.

La historia revela que el poder no depende sólo de los recursos que poseemos sino, además, de nuestra capacidad de elaborar estrategias. Ello implica planificar acciones, teniendo una visión de la correlación de fuerzas, para conseguir un objetivo final de largo plazo.
No tendremos a Aristóteles como profesor, como lo tuvo Alejandro, pero tampoco, creo, tendremos a Darío enfrente.