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Tapas, libros, edición

El domingo pasado, por la tarde, con una térmica de 40º C, se me ocurrió que era un buen momento para ir a ver libros, y entonces partí hacia la Avenida Corrientes.

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paul morand | cedoc

El domingo pasado, por la tarde, con una térmica de 40º C, se me ocurrió que era un buen momento para ir a ver libros, y entonces partí hacia la Avenida Corrientes. Al bajar del subte, en un quiosco de diarios, vi colgada la tapa de la revista Barcelona. Un título catástrofe, decía: “En el Congreso, Macri propondrá penalizar la corrupción empresaria”. No me causó demasiada gracia. Al contrario, me pareció un chiste fácil, un ejercicio previsible, una broma de trazo grueso, una obviedad. La ironía no funciona por la inversión de las cosas (como decir que Macri penalizará a los empresarios corruptos, cuando sabemos que no lo hará, porque de hacerlo terminaría él y toda su familia presa): la ironía es algo mucho más sutil, intelectual, e incluso más profundo que decir A por B, y B por A. Decepcionado –ya que Barcelona es una revista que me interesa mucho–, seguí mi caminata cuando…eh... eh… ¿cómo? No entiendo… ¿En serio? Perdón, pero aquí me dicen que no era la tapa de Barcelona, sino la de… ¡Clarín! Era la tapa de Clarín como parte de la estrategia de propaganda del Gobierno previo al discurso de Macri ante la Asamblea Legislativa. Mil perdones a mis improbables lectores, les juro que parecía la tapa de Barcelona.

En fin. Cuestión es que entré a una de las pocas librerías de viejo que estaban abiertas, y encontré So British!, de Paul Morand, en una edición de bolsillo (Nicolas Chaudun Editeur, París, 2013). De Morand (1888-1976) había leído algunas pocas cosas, todas olvidables, igual que este librito. Una pena, porque (auto) presentado como el “francés más anglófilo de la actualidad”, el repertorio de autores y temas que elige no es malo: Wilde, Thackeray, el éxito de las carreras de veleros, el arte de la caza, e incluso cierta reivindicación de la comida inglesa, en especial de sus frutos de mar. El problema es que de cada asunto Morand se las ingenia para decir una sarta de lugares comunes escritos en un tono pomposo, insoportablemente flamboyant, sin haber entendido una pepa de la levedad y de la ironía de los autores sobre los que pretende versar. Tal vez los domingos de 40º C no sean un buen momento para la ironía.

Testarudo, ni bien llegué a casa quise remediar mi desdicha, y me lancé sobre Una cena en casa de los Timmins, del propio William M. Thackeray (Periférica, Cáceres, España, 2016, traducción de Angeles de los Santos), uno de los pocos textos del autor de El libro de los esnobs, por uno de ellos, que me faltaba leer. Rápidamente recuperé el buen humor. Novela breve acerca de una cena paqueta para veinte personas en una mesa en la que caben sólo diez (de ahí el “Little” –Little Dinner at Timmins’s– en el título original), situación que le permite al autor demoler las costumbres y modales de una burguesía venida a menos pero con pretensión aristocrática; la narración es también una sorna de las veleidades literarias (la señora Timmins es poeta), y también de las novelas de costumbres, finalmente el telón de fondo con el que hay que contrastar a las novelas de Thackeray.

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Desde el punto de vista editorial, Una cena en casa de los Timmins vuelve a demostrar que Periférica es seguramente la mejor casa editora en lengua española publicando libros de dominio público –por lo general inéditos o inhallables hace años– que todavía mantienen intactos su actualidad y el placer de la lectura.