“La semiótica es la disciplina que estudia todo aquello que puede ser usado para mentir.”
(Umberto Eco)
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La cara de estupor de Mirtha Legrand hace algunas semanas al escuchar en su programa decir a Jaime Duran Barba que no creía en la verdad (“entonces usted cree en la mentira”, dijo la conductora) reflejó el choque de culturas entre quien utilizaba un marco lingüístico inapropiado para la masiva televisión abierta y una opinóloga autodidacta (aunque meritoria porque a pocos meses de cumplir 90 años se mantiene activa y actualizada como pocos).
Desde una perspectiva de las ciencias sociales, todo discurso es ficcional (“mentiroso”) porque siempre representa un fragmento del fenómeno al que hace referencia. Cada acto de referir (lo pasado) como el de designar (lo futuro) irradia siempre significaciones diferentes. El aumento de tarifas del primer trimestre, desde el punto de vista de su trascendencia económica, fue superior porque la luz es un recurso mucho más permanente y extendido que el gas, pero este último aumento de tarifas fue sentido de otra manera.
A comienzos de año, las personas aún creían en la “lluvia de dólares” y en que la inflación se acomodaría en torno del 25%. Ese también fue un discurso, una ficción que hizo de bálsamo social pero que ya no produce el mismo efecto calmante. Todo relato es un medium con un futuro posible, justifica rumbos y genera expectativas; si luego no se verifican por lo menos como posibles, pierde su poder, como le sucede hoy al discurso kirchnerista. Analizando planillas de costos (el célebre Excel de Aranguren) e incidencias comparadas entre el aumento del gas y el de la luz, el equipo económico pudo haber caído en la trampa de la proporcionalidad matemática y equivocarse al esperar que la reacción fuera menor.
El gusto tiene un fundamento histórico. Macri, como el gran cocinero del modelo económico, trata de ir cambiándole el gusto a la mayoría pero con los retrocesos que le impone la falta de tolerancia de sus clientes. El propone un relato cuyo núcleo es el progreso, la autogestión, la responsabilidad individual y la voluntad de hacer, expresada en el “sí, se puede” y el “es aquí y es ahora”.
Pero el progreso no es visto como una oportunidad para todos. El profesor de Economía de la Universidad de Princeton, autor del libro El gran escape (de la pobreza) y uno de los mayores especialistas en bienestar y desarrollo económico, Angus Deaton, escribió: “La desigualdad es, frecuentemente, consecuencia del progreso. No todo el mundo se enriquece al mismo tiempo. Las desigualdades, a su vez, afectan al progreso. Esto puede ser bueno: los niños ven lo que puede hacer la educación y van a la escuela. Y puede ser malo si los ganadores intentan impedir que otros los sigan, quitando las escaleras que les permitan ascender”.
Los ganadores que quitaron la escalera son quienes en el pasado consiguieron puestos privilegiados (en el caso de los individuos) o posiciones dominantes (en el caso de las empresas) y no los quieren arriesgar. El progreso produce movilidad social pero beneficios desparejos entre los actores. Todo modelo es un sistema de incentivos que elige a quién premiar (primero) y a quién castigar (temporalmente, si tiene éxito) en su nuevo orden. Que al campo y a la minería se los haya beneficiado con la quita de retenciones y con la devaluación, mientras que a la clase media y a la baja se las haya castigado con aumentos de tarifas y paritarias con incrementos de sueldos por debajo de la inflación no fue un error de comunicación ni de implementación de Aranguren, pero tampoco un acierto de Ricardo Buryaile, el ministro de Agricultura.
Todo está relacionado. Por ejemplo, la discusión sobre el aumento de la inflación. Se discute si fue mayormente impulsado por la devaluación (los precios de diciembre no estaban al dólar de $ 15) o si la causa principal fueron las tarifas. Esto demuestra que el aumento del gas no lo decide Aranguren sino la política económica en su conjunto: el gas se importa y al pagarlo al dólar de $ 15 en lugar de $ 10 se “aumentó” su costo el 50% sólo por la devaluación. Aranguren, con sus subjetivemas (marcas de estilo) sin filtro, es funcional para todo el gabinete económico porque concentra las críticas dejando al resto protegido, y hoy es su contribución a Cambiemos. Lo que las críticas omiten es que, con los nuevos precios de importación ahora a un dólar real, también se podrá producir en Argentina ese gas que importamos y generar puestos de trabajo.
Massa y el PJ. El cambio de modelo es un cambio del sistema de incentivos, que tiene que pagar primero los costos de salida del modelo anterior y todavía no puede cosechar las ventajas del nuevo. Ese es el gran problema político de Macri de cara a las próximas elecciones: sin una mejora contundente en la calidad de vida de la población antes de octubre de 2017, sólo le quedaría apelar al pasado del kirchnerismo para debilitar a la oposición, Massa entre ellos.
Así como Alberto Fernández fue abucheado la semana pasada en un shopping y fue increpado por haber sido jefe de Gabinete del kirchnerismo, a Massa se le podría pedir que rindiera cuentas sobre su pasado kirchnerista y, por ahora, nadie lo hace. Massa también fue jefe de Gabinete y el propio Alberto Fernández está en el Frente Renovador. ¿Resulta creíble que no supieran lo que sucedía con los Kirchner, De Vido, López, Báez y Aníbal?
Probablemente, consciente de ese riesgo, Massa trata de vacunarse de anticorrupción en su alianza con Margarita Stolbizer, un cruce peripatético que también podría afectarlos negativamente: sorprende ver la foto de Massa con legisladores del PJ, entre ellos el propio jefe de Gabinete de Cristina en 2013, Juan Manuel Abal Medina, mientras la ex presidenta querelló a Stolbizer.
Macri cuenta con la misma ventaja que Perón atribuía al peronismo: no es que sean tan buenos sino que los otros son peores. Pero no debe apostar sólo a ese contraste.