Luego del escándalo desatado por la elección de Luis Rodríguez Felder para asumir el Ministerio de Cultura de la Ciudad, a mediados de noviembre Mauricio Macri dio marcha atrás con la designación y eligió a Hernán Lombardi, ex funcionario delarruista, y durante semanas el ambiente volvió a tranquilizarse, básicamente porque Lombardi fue más inteligente y optó por las buenas intenciones y un cauto silencio. Pero la paz no duró demasiado, y la semana pasada se abrió un nuevo frente de conflicto con la renuncia de la directora del Festival Internacional de Teatro de Buenos Aires, Graciela Casabé, luego de una intimación de la nueva Dirección de Festivales: “Ni en la más oscura de mis pesadillas podía imaginar que iban a obligarnos a desalojar las oficinas en menos de 48 horas –escribió Casabé en un correo electrónico que hizo circular–, previa decisión de desarmar todos los equipos de trabajo que se constituyeron como ejes principales para la realización del Festival. No se trata aquí de defender cargos, sino de dejar en claro que esta actitud de inusitada violencia es la que marca la política a seguir: aquella que intenta anular, echar por tierra, reducir a cero lo que se supo construir de buena manera y con indiscutible éxito hasta el presente”. A esta situación debe sumarse la incertidumbre que flota sobre el destino del próximo Festival de Cine Independiente de Buenos Aires (Bafici), ya que nadie sabe decir hasta ahora si su actual director, Fernando Martín Peña, será confirmado o no en su cargo, y también las dudas acerca de la continuidad del Festival Internacional de Tango.
Las primeras noticias acerca de la conformación del nuevo gabinete de cultura parecían auspiciosas: Pablo Batalla, el viceministro del área, dejó saber en reuniones informales su voluntad de continuar la tradición vanguardista de instituciones como el Di Tella o el Centro Cultural Recoleta. En ese sentido, circuló la idea de conformar, en el recién reinaugurado Teatro 25 de Mayo de Villa Urquiza, un espacio dedicado al teatro independiente, la música contemporánea, la ópera para niños y la formación, a través de cursos y seminarios, de críticos en artes plásticas, música y literatura. También se filtró la decisión de destinar buena parte del presupuesto para impulsar la reconversión del Museo de Arte Moderno (MAMBA). Pero el tiempo no se detiene y ahora Lombardi enfrenta su primer conflicto como ministro porteño: la actitud de los nuevos funcionarios del área de festivales (Viviana Cantoni y Alejandro Gómez, directores del espacio Artilaria y viejos militantes de tradición sushi, que gozan de la mayor confianza de Lombardi) volvió a agitar las aguas de un espacio que se muestra especialmente sensible en los últimos tiempos (“volvió la tradicional soberbia radical”, se quejaban en las oficinas del Festival de Teatro) y a causar un nuevo dolor de cabeza al macrismo.
Si la hipótesis de muchos era que Macri, a diferencia de sus antecesores, se iba a desentender personalmente de la gestión cultural (salvo, claro, cuando se disparen los flashes de las inauguraciones de los eventos más importantes de la agenda anual) para dejarla en manos de colaboradores más idóneos, y que eso era lo mejor que cabía esperar para el área, estas últimas noticias son una pequeña muestra de lo que podría venir de ahora en más: una renovada disputa por el capital simbólico (y no tanto) de la cultura entre las facciones de la flamante guardia macrista y el viejo poder radical.