COLUMNISTAS

Temblores que no cesan

Quienes entienden el mundo árabe saben que la estrategia de Al Qaeda o Estado Islámico es desatar la guerra civil en Oriente para que prevalezca la corriente del islam que defienden.

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Una cosa es ser alguien experimentado y otra es padecer de un exceso de experiencia. Lo primero puede ser un requisito de idoneidad; lo segundo adopta la forma de un interruptor que –a veces– enciende una luz roja allí donde el “sentido común” cree haber encontrado una verdad.
Los sangrientos y enredados episodios vulgarizados como Charlie Hebdo han sido llamados un “11 de septiembre francés”. Quienes esto escribimos marchamos dentro de las filas de los curtidos por demás –acaso por la suma entre los cumpleaños y la nacionalidad–, y ello nos lleva a formularnos algunos interrogantes con la expectativa de rondar ciertas respuestas.

De acuerdo con un sondeo publicado por Paris Match, la aprobación que merece el desempeño de François Hollande como presidente francés alcanzó el 40%, luego de haber reptado apenas por sobre el 15%. Algo parecido a haberse mudado desde las Islas Kerguelen, barridas por los Cuarenta Bramadores, a la bonanza de un bungalow sobre pilotes en el atolón de Bora Bora. El estado de gracia es atribuido a los movimientos realizados a partir de “la oleada de atentados yihadistas”.

Diversos trabajos (por lo menos interesantes) ponen en cuestión que quienes efectivamente dispararon en las oficinas del semanario satírico hayan sido quienes se dijo que lo hicieron, y también que los abatidos en Dammartin-en-Goële sean aquellos a los que se atribuyó el estrago. En cualquier caso, policías con armas, jueces y fiscales con leyes y políticos con un sentido de dirección se sumaron y consagraron a la población una masa crítica de instrumentos de defensa para repeler el sentimiento de ataque colectivo que provocan episodios así frente a sectores mayoritarios.

En tanto, desde la eliminación física de algunos sindicados, las fuerzas de seguridad no dejaron de fisgonear, los jueces de instruir, los fiscales de requerir y el gobierno de pergeñar medidas para prevenir más ataques (intercepciones telefónicas, vigilancias sobre la web, inteligencia sobre los yihadistas e iniciativas en el plano social para integrar a los excluidos). El primer ministro Manuel Valls dijo que los ataques en París deberían hacer reflexionar sobre el “apartheid territorial, social y étnico” existente.

En cualquier caso, los abatidos hermanos Kouachi se declararon guiados por Al Qaeda (franquicia Yemen), así como otros implicados por EI (Estado Islámico): esto es, con independencia de la carta de ciudadanía, el mismísimo “enemigo externo”, con cuernos, cola en punta y horca.
El sociólogo Diego Murzi observa que siempre que desde el “exterior” se descarga un ataque sobre un país, se produce una especie de “rassemblement” (reunión) entre quienes sienten que han sido golpeados. El gobierno francés lo entendió y la institucionalidad puso proa en esa dirección. Un buen punto para reflexionar.

Todos aquellos que se interesen por el mundo árabe estarán al tanto de que las estrategias de la Hermandad Musulmana, de Al Qaeda y de Estado Islámico es menos provocar una guerra civil en Occidente (enfrentando a no musulmanes contra musulmanes en el territorio de los primeros), que desatar la guerra civil en Oriente para que prevalezca la corriente del islam que cada grupo defiende (chiitas, sunnitas, wahabíes, salafis), separando ambos mundos drásticamente.

En consecuencia, enfrentar a franceses no musulmanes con franceses musulmanes no parece responder a dichos lineamientos. ¿Esto cuestiona la tesis de la autoría intelectual de los atentados? No decimos eso, lo que nos acercaría erróneamente al ex ministro de Exteriores de Irán (con pedido de captura argentino por el caso AMIA), Ali Akbar Velayati, quien viene de declarar en el Tehran Times que el ataque terrorista contra el magazine Charlie Hebdo tiene todas las apariencias de haber sido dirigido por Occidente, en el contexto de un complot incubado contra el islam y las santidades islámicas.

Hay que subrayar que la noción de dirección de los grupos agresores está diversificada y con frecuencia cuestionablemente coordinada, circunstancia en la que puede haber respuestas para inconsistencias sobre estrategias y acciones prácticas. Sólo decimos que si algo es un prisma, lo aconsejable es mirar todas sus caras.

Y hablando de recomendaciones, no conviene olvidar a Churchill: “Hay que mirar tan lejos como te sea posible”. En este sentido, dos puntualizaciones: por un lado, la “derechización de la sociedad” que rechaza la “France gentille”, que abre los brazos a los inmigrantes (y la puerta de escuelas, hospitales, servicios públicos), colisiona con el sentido de pertenencia al “ser francés” de millones que se afincaron en suelo galo durante Les Trente Glorieuses (desde 1945 a 1973) y de sus descendientes, creando una tensión creciente que plasma en un fuerte sentido de identidad religiosa que crece ostensiblemente, más por cuestiones sociales que místicas.

Esta diversidad produce que haya menos islamofobia en los menores de 45 años y más islamofilia en los menores de 30. Son cada vez más frecuentes jóvenes en los suburbios calientes (como Saint Denis) leyendo el Corán en los celulares. Menos visibles pero igualmente existentes son los que muelen DVD con contenido yihadista. La furia antiárabe que crece en los mayores de 50 se espeja en la adolescencia suburbana: chicos blancos “Je suis Charlie” contra jóvenes árabes “Je ne suis pas Charlie”. La laicidad es una eficaz máquina cultural, que se queda sin combustible cuando está cerrada la estación de servicio de la permeabilidad social. Tal como sucede con la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

En este momento, frente a esta situación puntual, la administración Hollande parece haber considerado la temperatura del paciente y, como un clavadista mexicano de La Quebrada, luego de entrever las rocas del fondo, encontró el momento en que la ola levantó el nivel del mar y girando sobre la fuerza de su eje, emergió con fuerza para desgarrar de la superficie un vital jirón de oxígeno.