Ya decidieron los purpurados reunidos en amable debate de sus hipótesis teológico-políticas. ¿Qué eligieron?
Como se sabe, Constantino fue proclamado “augusto” por las tropas de su padre en York, Inglaterra, en el año 305, cuando el Imperio Romano comenzaba a caerse a pedazos. Veinte años duró la guerra civil (Galerio y Licinio eran los otros “augustos”, que reclamaban los laureles imperiales). Antes de la coronación de Constantino I, los tres augustos firmaron en 311 un edicto de tolerancia hacia el cristianismo. Un año después, el Edicto de Milán legalizó el culto cristiano en todo el Imperio Romano.
Con Constantino, pues, la institución católica comenzaba su larga marcha definiendo los principios teológicos que la fe podía admitir. ¿Es Cristo sólo hijo de Dios o es él mismo de sustancia divina?, etc.
La unidad de Dios en la Santísima Trinidad (que sigue siendo una aberración lógica) fue afirmada por el Concilio de Nicea en 325 e impuesta en el concilio de Constantinopla en 381. La fórmula trinitaria sería, desde entonces, 1x1x1=1, y no 1+1+1=3, que habilita al politeísmo. En todo caso, si Dios es Uno y Unico, ni los emperadores o los príncipes podían adjudicarse la sustancia divina que hasta entonces habían esgrimido como razón de sus caprichos y sus impulsos imperialistas.
La democracia moderna, tan lenta como el paso mismo del cristianismo, comienza con los debates teológicos del siglo IV, que obligará a los sucesivos soberanos a buscar la fuente de la soberanía en dispositivos cada vez más complejos, hasta llegar al sistema de soberanía popular.
Por su parte, la Iglesia tuvo que dotarse de instituciones que garantizaran, al mismo tiempo, su independencia respecto de los poderes terrenales y su capacidad de negociar con ellos. La elección de un Papa (ya no el obispo de Roma, como en épocas de Lino, Anacleto o Clemente, sino el resultado de un proceso electoral), como heredero del Trono de Roma, supone un programa estratégico de alianzas y exclusiones consistentes con el complejo dogma en el que se funda el catolicismo. Podemos suspirar risueños ante conspiraciones al estilo de El código Da Vinci. La Sixtina eligió a Copi.