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Tevé

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Furiosa. Estoy furiosa y yo, cuando me pongo furiosa, pierdo toda medida y digo cosas horribles que si me las oyen mis tías, se levantan de sus confortables tumbas y vuelven a morirse del disgusto. “Sé discreta, m’hijita”. ¡Ja! Aborrezco la discreción: es tan apagadita, beige y correcta que me da náuseas. Ahí voy: odio la televisión. Entendámonos: la televisión es un instrumento extraordinario, y es una suerte increíble eso de que alguien o álguienes la hayan inventado. La macana es que después la agarran sujetos deleznables que militan en diversos estamentos de la sociedad, como por ejemplo empresarios, periodistas, señoritas, especialistas en programación, diseño, políticas de toda índole, música, silencio, palabras, etc. No digo que no haya gente valiosa en esos rubros. La hay, en todos; pero o los echan o se suicidan o se pudren o se vuelven más locos que los timbres. No sé lo que les pasa, pero desaparecen, se volatilizan en el aire como el avión malayo (¿de dónde salió eso de “malasio”?). Y ahí estamos. Es asombroso, es preocupante, tiene dimensiones mundiales. Pero, digo yo, de sensata que soy (a veces) nomás: ¿no podríamos terminarla con las ochenta y cuatro veces y media que en un solo día y hasta en una sola tarde nos propinan los canales, cualquier canal, todos los canales? Está bien, está bien, lo comprendo: mucho material no hay y como sí hay, no sé por qué, que mantener alerta la atención de los y las televidentes, entonces una vez, dos, tres docenas, cincuenta y nueve veces, etc., y los ex pilotos aparecen y parecen y siempre es lo mismo siempre hasta que una, que lamentaba lo sucedido y se apenaba por la gente que estaba en el avión y por todos sus parientes y amigos, termina por maldecir todo pero todo lo que tenga que ver con el avión perdido, con los aviones, los helicópteros, las avionetas, los barriletes, lo que vuela, lo que lo intenta, las fuerzas aéreas de todos los países, los paracaídas, los parapentes, los globos, los dirigibles y discúlpeme si me olvido de algo pero ya usted me comprende ¿no? Y, para colmo, eso está pasando también con la muchacha que denunció una violación: en vez de limitarse al hecho, la están arrastrando por las pantallas de todos los televisores con, se transparenta, intenciones morbosas acerca de lo que pasó y si pasó y si miente y los detalles y, total, se trata de una chica, así le dicen, “la chica”. Y termino porque huelo el machismo y prefiero evitar el rebote. Chau.