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CARLITOS PROHIBIDO, EL INCREIBLE COLON Y UN RACING PARA EL DIVAN

Tevez, Baby Jane, los del patíbulo y Merlo

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–¡Disparen a todos los oficiales que vean allí!
–¿Nuestros o de ellos?
–Empiecen por los de ellos, si no les importa.
De ‘Los 12 del Patíbulo’ (1967), dirigida por Robert Aldrich; Major Reisman (Lee Marvin), instruye a su tropa de convictos, antes de iniciar su misión suicida.

Esta semana, y gracias a este fútbol nuestro cada vez peor jugado, volví a ver dos de mis películas favoritas de Robert Aldrich. Y fue un placer. ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? Ya les cuento.  
¿Qué pasó con Baby Jane? se filmó 1962. Una historia escalofriante, pensada para el lucimiento de dos divas de Hollywood ya otoñales, Bette Davis y Joan Crawford… que se odiaban sin disimulo. En ese set, pasó de todo. Bette, que había declarado: “Joan Crawford se ha acostado con todas las estrellas de la Metro, salvo la perra Lassie”, aprovechaba las escenas de violencia para golpear a Joan con todas sus fuerzas. Y la Crawford, que hacía el papel de su hermana inválida, se vengaba llenando de pesas su ropa cuando el personaje de la Davis, que sufría severos dolores en la espalda, debía arrastrarla por el suelo. Ni se hablaban. Pero Aldrich, con oficio y muñeca, supo cómo sacar lo mejor de cada una. Y fue fantástico.

A veces uno mira sin mirar y piensa en otra cosa. Me pasó mientras jugaban Argentina y Rumania. Veía a Lavezzi y Palacio, y pensaba en Tevez. Es inútil. Aunque sigan pontificando sobre la sacrosanta unidad del grupo, la afinidad, ciertas susceptibilidades y otros eufemismos que no pueden disimulan un tema que Amalita definiría como “una pelea de mucamas”, su ausencia me sigue asombrando. Si Aldrich logró dominar a esas dos brujas geniales, ¿por qué Sabella sería incapaz de sostener la armonía grupal sólo por convocar a un jugador, aunque a algunos les caiga gordo? Salvo que intenten convencernos de que Tevez es un villano de historieta y el plantel, un grupo de frágiles niños de preescolar, no futbolistas de elite. No es serio. Y no afirmo esto inflamado por ese gris 0-0 que no dejó nada. En setiembre pasado hablé del tema aquí mismo. Elogio del marginado, titulé la columna. Y nada cambió. Ni su nivel en la Juve, donde es goleador, figura y seguro campeón, ni su insólita  proscripción.

La otra de Aldrich es Los 12 del Patíbulo, un clásico del cine bélico que iba a hacer John Wayne y, por suerte, protagonizó Lee Marvin; que pese a los elogios que recibió por su trabajo, siempre la vio como “una basura para ganar dinero”. Sorry Lee, pero a mí me encanta. Es la historia del Major Reisman, un díscolo oficial que recibe como “premio” una misión suicida: infiltrarse en las líneas enemigas, copar un palacio lleno de generales nazis y matarlos a todos. ¿Qué le dan? Una docena de convictos peligrosos a quienes deberá entrenar en tiempo récord. Un disparate irrealizable, y más con ese batallón de desgraciados. Sin embargo, esos tipos tenían algo, adentro. Ganas de cambiar la historia. Y vaya si lo hicieron.   

Para todos Colón, después de Lerche, el caos económico, la quita de puntos y el desguace de su plantel, estaba virtualmente descendido. Y ahí los tienen. Con Osella como su Lee Marvin; y Graciani, Curuchet, Meli o Landa en lugar de Telly Savalas, Donald Sutherland, John Cassavetes o Bronson, llegaron a la séptima fecha como únicos punteros, fuera de la zona de descenso y mirando desde arriba a planteles bien pagos, con nombres rutilantes. 

La semana pasada escribí que River fue humillado en Santa Fe por “un equipo armado con retazos, chicos, veteranos que se quedaron para dar una mano, o porque no encontraron nada mejor”. Fui injusto. Logren o no la hazaña de salvarse, estos jugadores demostraron que tienen lo mismo que aquellos condenados de Reisman. Coraje. Orgullo. Porque en la victoria, todo es fácil. En la caída, cuando hay que levantarse y seguir, es cuando se sabe de qué está hecho un hombre. Por eso, desconfío de los invictos. Y admiro a los que dejan la piel y eligen pelear por lo imposible; porque, como cantaba Rodríguez, “de lo posible se sabe demasiado”.

Dejé a Aldrich para ver a Racing. Mala idea. Un Lanús con suplentes les ganó fácil. ¿Racing? Temor y temblor, diría Kierkegaard. Una defensa gelatinosa, mediocampo con honguitos de Pinball, clinc, clinc: rebote para aquí, para allá, la bola hacia cualquier parte. Ni Campi, pobre, debe recordar cómo y de qué jugaba antes de ser, alto en el cielo, el descubrimiento de Merlo. ¿De Paul? Me gustaría verlo en un equipo, no en un eterno naufragio; igual que a Vietto y Viola, de joyas a bijouterie, ganados por la rabia, la impotencia, una súbita torpeza. Ultimos, otra vez. Desolador. 

Merlo no es –lo he dicho–, uno de mis técnicos preferidos. E insisto –por más que mis colegas de Racing se indignen– en ignorar piadosamente al campeón de “la fin del mundo”, que tuvo el mal gusto de dar la vuelta después de 35 años, justo en la semana de los cinco presidentes, en 2001.

Es un tema estético. Que gane, empate o pierda hoy contra Boca, no cambia nada. ¿Qué dice Merlo? Que jugaron muy mal. Pero que confía en “revertir la situación”, su muletilla más repetida desde el célebre ‘Paso a Paso’. Y sumó una frase curiosa, circular; de diván: “Estoy muy tranquilo; preocupado, pero tranquilo”. Notable, ¿verdad? 
 
Y cuando estaba seguro que nada podía superar en densidad a semejante frase, al día siguiente un título de La Nación me shockeó: “Los pobres se estresan más porque no pueden anticipar lo que pasará mañana”, nos dice un experto en neurociencia que acaba de sacar un libro sobre las emociones. ¡Entonces era eso…! Esa tranquilidad de los ricos se debe a que sí son capaces de anticipar lo pasará mañana. Wow. Una definición sobre paz interior y poder que no tenía, ¡santo Foucault! Muy revelador.

Aprendo mucho gracias al espantoso fútbol que hoy se juega en estas pampas de crisis. Lo sufro un poco, sí; pero me divierto igual.